La crueldad de un «policía apropiador», cuñado de los hermanos Badell

Por Gabriela Calotti

Esteban Benito Badell era oficial de la policía bonaerense y trabajaba en la jefatura de la calle 2 entre 51 y 53 de La Plata. Tenía 33 años de edad. Su esposa, de origen chileno, Eliana Acosta Velasco, tenía 34 años y estudiaba Medicina en la Universidad Nacional de La Plata. Ambos fueron secuestrados la noche del 28 de septiembre de 1976 en su casa de City Bell.

«¡Abrí, Badell!», fue el primer grito que escuchó aquella noche Esteban Badell Acosta, el hijo mayor de la pareja, antes de ver en su dormitorio a un hombre vestido de civil con una ametralladora en la mano. Él tenía nueve años, su hermana Paula seis o siete.

«Empecé a escuchar que a mi papá le decían ‘Badell, ¿dónde están las armas?’. Supongo que le debe haber pasado el arma de servicio que estaba en la casa… Pero insistían… Empiezo a escuchar que se caen cosas, que botan cosas. Le dicen a mi mamá que se cambie de ropa. Se los llevan, empezamos a escuchar los portazos de los autos y quedamos con esta señora que no sabía qué hacer», recordó Esteban hijo en la segunda parte de la audiencia número 33 que lleva adelante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata.

Al día siguiente, esa señora, de nombre Angélica, los lleva a la casa de un tío que vivía a cinco cuadras. «Al llegar, él ya estaba en pie y le contamos desesperadamente. El tipo ni se inmuta, no dice nada. Al rato se viste y se va… La familia empieza a llegar, nerviosos, con miedo», relató Esteban, antes de explicar que ese tío se llamaba Tadeo Rojas y que también pertenecía a la Policía Bonaerense.

«A los dos, tres días, llega la noticia de que a Julio Badell, el otro hermano de mi papá, que también había sido secuestrado, también policía igual que mi papá, lo entregan muerto. Por testimonios sé que lo tiraron del tercer piso de la jefatura de policía en La Plata. Pero en las noticias salía como que había sido abatido», afirmó Esteban Badell hijo, antes de agregar que «un policía arrepentido atestiguó que lo habían arrojado» por la ventana.

A los dos días recibieron el cuerpo de su padre. «Por testimonios supimos que mi papa murió por la tortura en Arana», sostuvo, y aseguró que en el velatorio la familia vio cómo su «tío apropiador», tal como él lo calificó, «se quiebra frente al cajón y dice ‘estos hijos de puta me cagaron, me prometieron que me lo iban a entregar vivo a Esteban’». «Ahí la familia tuvo la primera duda sobre la implicancia de este señor» en el secuestro de su padre y su tío Julio.

Sin embargo, a partir de ese momento la familia empezó a repartirse los muebles de la casa de Esteban Badell. Recordó claramente haber vuelto a esa casa días después y encontrar a su tío y a un primo que también era policía «quemando los libros de la casa».

«El único que pude rescatar fue ‘El Principito’. Estaban a punto de quemarlo», explicó. «Eso me impactó y ya ahí me di cuenta de que no los iba a volver a ver más», confió Esteban Badell sin poder evitar las lágrimas.

El maltrato cotidiano y la humillación

Con un suave acento chileno, Esteban comenzó a relatar la terrible cotidianeidad que lo esperaban a él y a su hermana viviendo con ese tío policía que también se apoderó de la casa de sus padres. «Al mes nos fuimos a vivir a la casa donde ocurrió el secuestro», relató.

Empezó a tener pesadillas. «Me despertaba rodeado de sombras que se me caían encima. Me despertaba y empezaba a gritar. La primera vez me retaron, pero la segunda o la tercera empezaron los golpes», afirmó, y siguió relatando la pesadilla en que se convirtió literalmente la vida con esa familia para él y su hermana.

«Como la casa era pequeña, en la habitación dormían sus hijos y a nosotros nos dejaron durmiendo debajo de la mesa con unas frazadas. Ahí empezó más sistemático el maltrato, con golpes y humillaciones por parte de esta tía que era hermana de mi papá», contó. «La familia culpó a mi mamá por lo ocurrido a los ‘Hermanos Badell’», sostuvo el testigo, asegurando que tuvo prueba de ello cuando fue a Chile y pudo leer unas cartas que se habían enviado su abuelo materno y su «tío apropiador».

«Lo único que queríamos era irnos a Chile», aseguró. Pero al parecer, el temor y las amenazas de su tío policía amedrentaban a quien se acercara desde Chile con intenciones de llevarse a los niños. Así ocurrió con Alicia, una amiga de su mamá, y con su propio abuelo materno.

«De un día para el otro, mi abuelo no apareció más y también lo habían amenazado con desaparecerlo si no se iba de Argentina», sostuvo. Mientras Tadeo Rojas iba logrando ascensos en la policía y pasando de dirigir una y otra comisaría con destinos en Ringuelet, Ranelagh, Berazategui, Quilmes, Avellaneda y La Matanza, Esteban y su hermana seguían recibiendo golpes con «correas, zapatos, con la mano», y además eran obligados a cumplir tareas en la casa como si fueran esclavos.

«Dentro de la familia tenía tareas más varoniles. Mantener el jardín, arreglar cosas. Era una obligación. Mi hermana era peor, porque era mujer», se limitó a afirmar sin entrar en detalles.

La dinámica seguía siendo «hacernos sentir poca cosa. Todos los integrantes de la familia sentían el derecho de humillarnos. Los niños también. Era una dinámica bastante cruel», aseguró, poniendo como ejemplo el hecho de que él y su hermana no «podíamos comer lo mismo que comían ellos. Comíamos comida añeja. O comíamos antes o después de la familia».

Solo una tía se atrevió a hacerle frente a Tadeo Rojas, pero este también la amenazó.

Sus primos también ejercían violencia sobre él y su hermana. «Hasta que un día de tanta rabia fui a la cocina y lo corrí con una cuchilla. Yo tendría once años», precisó.

Entre las imágenes que se le grabaron de esos años imborrables fue el día en que el policía Tadeo Rojas llegó a la casa con un bebé. La mujer empezó a gritar que dejara al bebé: «Yo lo quiero para mí, no te lo lleves», recordó Esteban que gritaba la señora. Pero su tío «se enojó mucho y le respondió: «este bebé no, si querés otro, sí».

Esteban Badell nunca supo más detalles al respecto, aunque jamás dejó de resultarle un episodio «extraño», que podría estar vinculado con el robo de bebés nacidos en cautiverio de sus madres.

Cuando ya tenía catorce años, Esteban se animó a enfrentar a su tío y a preguntarle por su mamá. «Yo tenía la fantasía de que mi mamá estaba viva», confesó. Su primo le dijo que su mamá «había muerto en Arana y que la habían quemado entre neumáticos. Mi tío me dijo que murió en Quilmes y que la habían tirado en una fosa común en Quilmes».

Según los testimonios que fue recabando, su mamá estuvo secuestrada en el Pozo de Arana y en el Pozo de Quilmes.

Esteban recordó que para poder tener la tutela de los niños, su tío necesitaba un certificado de defunción de sus padres. Fue así que Esteban supo que en un primer certificado sobre la causa de fallecimiento de su madre al que tuvo acceso decía «muerte en enfrentamiento», y el último certificado oficial, que él mismo solicitó, dice «muerte por ahorcamiento» con intervención de la Brigada de Quilmes, firmada por el señor Bergés. «Creo que esta última información es la más cercana», explicó.

El médico de la bonaerense, Jorge Antonio Bergés, es uno de los dieciocho imputados en este juicio, y cumple detención domiciliaria.

Cuando en 1985 su abuelo materno los reclamó con el apoyo de Abuelas de Plaza de Mayo, sus tíos «no pusieron muchos obstáculos para entregarnos».

Esteban Badell hijo intentó vivir en Argentina, pero no pudo. Aún hoy cuando viaja a la Argentina «viajo con mucho temor», confesó.

«Hasta el día de hoy, no duermo bien. Me despierto tres o cuatro veces a la noche… Escucho los autos cuando se acercan», declaró. «Hoy día no tengo muchos amigos, me cuesta […] No me sé vincular con otras personas», aseguró.

«Vivíamos pensando que llegar a Chile era nuestra meta. Creo que eso nos sostuvo para soportar tanta humillación y maltrato», afirmó.

Testigos que declararon en este juicio en audiencias anteriores, como los sobrevivientes Walter Docters y Nora Ungaro, mencionaron que vieron a Eliana Acosta y a Esteban Badell en el Pozo de Arana, en lamentables condiciones debido a la tortura, y en el Pozo de Quilmes. Antes que Esteban Badell prestó declaración su hermana, quien solicitó que su declaración no fuera pública. Según un periodista de La Retaguardia, el relato de la mujer, que se extendió por más de dos horas, fue «durísimo». La hija de Esteban Badell y de Eliana Acosta, también vive en Chile desde 1986.

Otro secuestro casi un año antes del golpe

Miguel Hernández tenía veintidós años y estaba casado con Mirta Salamanca, de veinticuatro. Tenía dos hijos, Gustavo y Gabriela, de cuatro y tres años respectivamente. Miguel tenía una fábrica de soda y gaseosas y también hacía fletes para diferentes mueblerías. Corría el año 1975.

El 12 de mayo de 1975 fue secuestrado en su casa en Florencio Varela por una decena de hombres armados que irrumpieron de madrugada. Allí estaban junto a otra pareja. «Nos esposaron, nos vendaron y en el camino nos encapucharon», explicó el martes al Tribunal.

«Días después me enteré de que estaba en la Brigada de Banfield. Querían saber qué relación tenía con un partido que estaba proscripto en ese momento», aseguró Miguel Hernández, antes de referir al Tribunal que para sacarle información lo torturaron con picana eléctrica durante varios días.

Estando en Banfield se entera de que su mujer también había sido secuestrada. Su mujer, que también fue torturada y estuvo varios años en la cárcel, prefirió no brindar testimonio.

Miguel permaneció casi treinta días en Banfield, donde por esos días estuvo con «Luis Ruiz, Raúl Yarul, Germán Gargano Caporale, María José Sánchez, Silvia Sánchez, Ariel Rivadeneiro, Daniel Argurúa, Eduardo Piva, Norma Castillo, Mirta Salamanca, Graciela Santucho, Jorge Nadal, Viviana Aguel, los hermanos Berazi, Isabel y Eleonor Ibarra y Rafael Runco».

De allí lo trasladaron junto a los otros hombres a la cárcel de Sierra Chica, y en septiembre de 1977 los llevaron a la Unidad 9 de La Plata, de donde fue liberado en julio de 1980.

Su mujer recuperó la libertad en noviembre de 1981, luego de pasar por la cárcel de Olmos y de Villa Devoto.

Dirigiéndose al Tribunal, Miguel Hernández agradeció «por su esfuerzo para que se haga justicia, por todo el dolor que causó esta gente».

El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la policía bonaerense de Banfield, de Quilmes y de Lanús es resultado de tres causas unificadas en la causa 737. Tiene solo dieciocho imputados y apenas dos de ellos están en la cárcel, Miguel Osvaldo Etchecolatz y Jorge Di Pasquale. El resto está cómodamente en sus casas.

El juicio oral y público comenzó el 27 de octubre de 2020 de forma virtual debido a la pandemia por covid-19. Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas de ellas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes y de Banfield antes del golpe. Más de 450 testigos prestarán declaración en este juicio.

El tribunal está presidido por el juez Ricardo Basílico, acompañado por los magistrados Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y Fernando Canero, todos ellos subrogantes.

En el marco de este juicio se realizarán visitas oculares a los tres centros clandestinos de secuestro, tortura y exterminio conocidos como el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y El Infierno de Lanús con asiento en Avellaneda.

El juicio puede seguirse por varias plataformas virtuales: el canal de La Retaguardia TV o el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria.

Más información puede obtenerse en el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.

La próxima audiencia será el martes 3 de agosto a las 9 hs.

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