«Entre tren y tren, leía El Capital de Marx»

Por Gabriela Calotti

«Cuando yo lo conocí, Luis Alberto había sido guardabarrera y la anécdota era que ‘entre tren y tren leía El Capital, de Marx». «Había trabajado en el ferrocarril, en la venta de pasajes, y luego trabajó en Aceros Pittsburg, donde llegó a ser encargado de compras», relató Rebeca Krasner el martes al Tribunal Oral Federal Nº 1, al describir a quien fue el amor de su vida.

Luis Alberto Santilli tenía veintiséis años cuando vivían juntos arriba de la casa de los padres de Rebeca, que tenía veintisiete y estudiaba Psicología. Era además un eximio dibujante, contó Rebeca. Le gustaba sentarse a escuchar música y era culto, le gustaban los buenos libros. Había nacido en Almagro y trabajaba desde los ocho años.

Cuando se conocieron, en una peña en Quilmes, Luis Alberto ya había pasado por la Juventud Peronista y estaba en la organización Montoneros. Su nombre de guerra era «Dante». «Nos encontramos y no nos separamos más, digamos», sostuvo Rebeca al prestar testimonio en el marco de la audiencia 66 del juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús.

Ella venía de una familia muy comprometida socialmente. Su papá fue dirigente de la Federación Farmacéutica; su hermano estaba en el Grupo Cine Liberación con Octavio Gettino y Fernando Pino Solanas. Su hermana militaba en el Partido Comunista.

El 18 de agosto de 1977, entre las 8 y las 8:30 de la noche, cuatro hombres de civil y armas largas ingresaron en su casa de Quilmes, preguntándole por su marido. «Apenas bajamos la escalera, me vendaron y me tiraron en el piso de un auto. Había dos autos. Me tiraron en el piso y me taparon con algo y me pusieron los pies encima. Yo vivía a cuatro cuadras de la comisaría de Quilmes y a nueve de la Brigada», precisó, antes de indicar que por más que dieron vueltas para tratar de desorientarla, supo que la habían llevado a la Brigada.

En lo que después supo era la sala de tortura, tuvo el último contacto con Luis Alberto, que le pidió a los torturadores que a ella la dejaran ir. «Me sacaron de ahí gritándole que lo amaba y espero que el recuerdo de mi voz lo haya aliviado en su padecimiento», relató.

Esa noche la volvieron a subir a un coche. Al día siguiente fue con su hermana a la Comisaría a hacer la denuncia. Días después, el hermano menor de Luis Alberto, Norberto, presentó otra denuncia. Otro de los hermanos de Luis Alberto presentó «muchos habeas corpus y todos fueron contestados negativamente», aseguró. «Uno preguntaba por Santilli y respondían por Santillán», subrayó Rebeca, para ilustrar el desprecio con el que parte del Poder Judicial respondía a los reclamos de los familiares de detenidos-desaparecidos. Los hermanos hicieron la denuncia ante la CONADEP y años más tarde dieron sangre al Equipo Argentino de Antropología Forense.

«Luis Alberto sigue desaparecido», sostuvo Rebeca, que antes de concluir su declaración mostró una foto en blanco y negro de dos jovencitos sonrientes, enamorados y cómplices. «Esa de la foto soy yo, y soy esta. Pasaron 45 años», sentenció, antes de decir que tras el secuestro de Luis Alberto «mi vida quedó totalmente rota, desgarrada, y yo junté esos pedazos y traté de inventarme una vida que no tenía nada que ver con la vida que yo había proyectado con mi compañero, con amor, hijos, proyectos».

Rebeca Krasner reclamó al Tribunal por las «plantillas enteras de integrantes de los campos» de concentración. «Hay personal que no está investigado», afirmó.

Recordó a otras dos parejas que también fueron víctimas del terrorismo de Estado. Se trataba de Diego Secaud, «el Toba», y María Florencia Ruival, «Rosa». «A Rosa la matan en un enfrentamiento en 1976», afirmó. Ella y Luis Alberto acompañaron a Diego al día siguiente. También mencionó a María Cristina Lesteroff, «la Tana», secuestrada, torturada y desaparecida en el Pozo de Quilmes, y a José Martín Amigo. A él lo mataron «en una pinza en Quilmes, en la Plaza Carlos Pellegrini», dijo. «Esto lo puedo aseverar porque Luis Alberto fue a los pocos días con todo el riesgo a ver a la mamá de José».

La familia de Rebeca fue varias veces golpeada por el terrorismo de Estado. Su hermano Santiago y la esposa estuvieron secuestrados. Él falleció de un infarto masivo en 1996. Su primo, Roberto, ya fallecido, fue sobreviviente del centro clandestino de tortura y exterminio La Perla, de Córdoba. Al día siguiente del secuestro de Luis Alberto y de Rebeca, su papá sufrió un ACV.

Al finalizar su testimonio, el juez Esteban Rodríguez Eggers le preguntó cómo debería reparar el Estado a los sobrevientes y a los familiares. «Un desaparecido duele todos los días de la vida […] la reparación que sentimos las víctimas es la justicia», respondió Rebeca.

«El día que salí en libertad me prometí honrar la memoria de ellos»

Con esas palabras, Rubén Schell comenzó su declaración como sobreviviente del Pozo de Quilmes, sentado en ese mismo lugar que ahora es un sitio de memoria, con un mural a sus espaldas que recuerda a las víctimas que pasaron por ese centro clandestino que integraba el Circuito Camps. «A este sitio fueron traídos todos mis compañeros de militancia», sostuvo.

Hijo de una peronista militante de la Asociación Obrera Textil y de un padre de familia radical empleado telefónico, Rubén Schell abrazó la militancia siendo obrero metalúrgico justamente un 7 de septiembre. «Es el Día del Metalúrgico. El 7 de septiembre es el Día del Montonero y un 7 de septiembre me comprometí con el amor de mi vida, que es la novia que tengo todavía, que es la madre de mis cinco hijos y la abuela de mis seis nietos», dijo con la voz entrecortada.

El 12 de noviembre de 1977, pasado el mediodía, Rubén había ido al almacén de la cuadra. «Mi madre ya tenía la comida preparada». Al salir, mientras seguía charlando con Manolo, el almacenero, y casi entrando a su casa, alguien lo marcó desde un auto.

«La última imagen es mi madre agarrada del portón preguntando qué pasa. No entran a mi casa, directamente me introducen en un Dodge 1500 en el piso del asiento trasero y me ponen los pies encima», relató al tribunal.

«En el trayecto se iban riendo. Llevaban a alguien en el baúl», contó. Al cabo de media hora «se siente que abren un portón y el vehículo ingresa». Minutos después «nos ponen contra una pared y hacen un simulacro de fusilamiento. Imagínense el terror que teníamos», relató antes de identificar al otro muchacho como Pablo Dicky. A ese episodio le siguió la picana eléctrica.

Ya desde el momento en que lo detienen escucha la voz de Omar Enrique Farías, un amigo de la infancia y de la militancia que también estuvo secuestrado en el Pozo de Quilmes. «Perdí algunas piezas dentales en esa sesión y me dolió mucho escuchar la voz de Omar. En la tortura me pedían nombres y yo les decía que yo era un simpatizante, que no tenía nada que ver […] En un momento había que dar algún nombre, y doy el nombre de Mario Bardi, un médico muy querido, muy buen compañero, que sabía que lo habían capturado frente a la clínica Modelo de Lanús y que se había tomado una pastilla de cianuro, y nombré al Negro Misión, no sé el nombre, le decíamos Misión porque era de origen afro, era su nombre de guerra. Me piden algún dato más. Les dije que había salido con una compañera de Norma Núñez. Ella está acá. Si mentiste vos o ella, cagaste», le dijeron.

Lo tiraron en una celda. Allí algunos compañeros se presentaron. «Yo soy el Colorado». Se trataba del «Colorado César», en realidad César Masa. También estaba Alberto Felipe Mali, al que le decían «el Viejo» porque todos tenían veintidós o veintitrés años y Mali tenía 46. De la celda contigua se identificaron el «Flaco Tito» y Miguel Laporta. Al lado estaba Dicky, de quien recuerda que estaba vestido con un piyama color celeste. Años después supo que Tito era en realidad Alfredo Patiño, que sigue desaparecido.

Según su relato, el Pozo de Quilmes «era un ir y venir» de detenidos. En ese centro clandestino de detención había un grupo de tareas. «Los que éramos capturados por ellos íbamos directamente a la tortura. Los que venían de otros lados, venían muy torturados, muy lastimados y los llevaban directamente a las celdas». «De pronto éramos uno por celda y de pronto éramos cinco por celda», ilustró.

Rubén militaba en la Juventud Peronista y en Montoneros. Su militancia era barrial. Su nombre de guerra era «el Polaco», aunque explicó que en el Pozo le decían «el alemán», porque «el polaco» era Alcídes Chiesa, ya fallecido.

Schell mencionó asimismo a Miguel Laporta, un chico de dieciocho años que había tenido meningitis de pequeño. Su hermana María estaba secuestrada abajo. En algún momento llegó «un muchacho de Carlos Casares, Roberto Serrabó […] que estaba muy angustiado porque no sabía qué había pasado con su compañera». «Otro día trajeron a otro compañero, Baby, un muchacho correntino», que estaba en la logística de la organización porque era albañil y hacía los embutes.

Fue Alcides Chiesa quien les dijo que estaban en la Brigada de Quilmes, que «hasta ese momento los captores identificaban como ‘Chupadero Malvinas’», preciso.

Américo Ginéz Agüero, su esposa, Eva Gómez de Jesús, y Diego Ramírez pertenencían a la JTP de Remedios de Escalada. Habían trabajado con Patiño en la metalúrgica SIAT y en Molinos Río de la Plata. También con Carlos Robles, quien junto a su esposa, Martina, fueron secuestrados en una inmobiliaria.

En la «celda del fondo Alcides estaba con Jorge Allega, dos compañeros entrañables», ambos fallecidos de cáncer.

«Nos va ganando el tiempo. Fueron muchos años de esperar este juicio. Fueron 45 años. Se van muchos imputados y se van inocentes, porque no hubo sentencia, y se van nuestros compañeros sin ver que la justicia les haya llegado», sostuvo Schell.

Dicky y Roberto Laporta, que permanece desaparecido, pertenecían al sector prensa, precisó. Schell mencionó igualmente a Ricardo Ruiz, apodado Pucho, por quien «nadie reclamó porque él vivía con su viejita» nada más.

Entre las mujeres que él recordó que pasaron esos días por el Pozo de Quilmes mencionó a María Isabel Reynoso y Norma Ada Núñez, que estaban viviendo en una pensión en Burzaco y cayeron juntas. También estaban Norma Chiesa, la esposa de Alcides, y Ramona Abalos.

Schell recordó el día en que llegó al Pozo Alberto Cruz Lucero, a quien dijo lo habían apodado «Tarzán», «porque andaba a los gritos y en pelotas porque no aguantaba la ropa» de tan lastimado y llagado que estaba su cuerpo por la tortura. «Muchos años después me encontré con Alberto saliendo del ascensor yendo a la CONADEP», contó. Alberto ya falleció. Allí también se encontró con Mali.

En el Pozo «conocí a los ‘Tanitos’, que eran los hermanos Bavaza, a Guidis, a Fiore, a un tal Lucho, a Derman, que venía de Astillero Río Santiago». Allí también vio a Omar Farías, su amigo de la infancia. Durante la tortura le cortaron un testículo con la picana, contó Schell sin poder evitar el llanto. Los restos de Omar fueron identificados 35 años después por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Habían aparecido en las costas bonaerenses junto con los restos de Azucena Villaflor, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, y de Alice Domon, una de las dos monjas francesa secuestradas y desaparecidas.

Finalmente mencionó también a Hugo García, militante del PC que estuvo secuestrado junto a Oscar Bustos, un fotógrafo de Longchamps; a Mabel García, a Oscar Herrera y a Horacio Monzón.

De los sobrenombres de los guardias mencionó a Pipo, Capacha, Chupete (el que les pegaba con un manojo de llaves), Churrasco, Espantoso, Shogui, Negro, Juan Carlos, Toti, Carátula y el Cuervo. Este último era el cura de la Bonaerense Cristian Von Wernich.

Rubén Schell recuperó la libertad el 21 de febrero de 1978, vestido con un pullover y sin documentos. Lo dejaron cerca del Laboratorio Abbot.

Indicó que, según las investigaciones llevadas adelante por el colectivo de Quilmes Memoria, Verdad y Justicia, por el Pozo de Quilmes pasaron con nombre y apellido 268 personas. «Muchos niños pasaron por acá», sostuvo, antes de mencionar a los hermanos Forti, hijos de Nélida Sosa de Forti, que permanece desaparecida; a los hermanos Herrera, que tenían catorce y dieciséis años, a las chicas Santucho, que tenían quince años y al primo de nueve meses.

«Sigo creyendo en la justicia porque me agarro de las palabras de nuestro faro, que son nuestras queridas viejas, y la que más la marca es nuestra querida Taty Almeida: ‘justicia, no venganza’», concluyó Schell.

Graciela, la amiga de Susana Mata

«Susana Beatriz Mata era mi amiga. Nos conocimos en el año 70. Habíamos ido a una manifestacion convocada por la FEB en La Plata. Ninguna de las dos estaba al tanto de qué era esto, éramos maestras muy jóvenes», contó Graciela Nordi al iniciar su testimonio.

En un «contexto nacional e internacional de mucha movilización de la juventud, todos buscábamos un canal para expresar nuestra manifestación para tener un mundo más justo», añadió, antes de explicar que el día siguiente de aquella protesta fueron a una asamblea de docentes.

«Cuando fuimos a esa asamblea nos encontramos con una asamblea de señoras que pedían que se comprendiera al ministro [de Educación]. No nos parecío ser el tipo de actividad que nos interesaba», recordó. Ese fue el puntapié para replantearse qué sindicalismo docente querían. «Entonces decidimos dar la pelea dentro de Almirante Brown para reformular el concepto de sindicatos», que por entonces se llamaba gremio. «Nos integramos el bloque de distritos disidentes y ahí empezó nuestra actividad», contó Graciela.

Ella, Susana y otras compañeras se pusieron a leer estatutos de gremios docentes, normativas, historia de la educación, y lograron la conducción de la Unión de Educadores de Almirante Brown. Susana Mata era la secretaria general.

«Susana ya estaba casada con John Alex Barry, estudiante de abogacía que ya participaba en asambleas estudiantiles». Fue lógico que a las inquietudes gremiales se sumaran las inquietudes políticas, consideró.

Susana trabajaba en la Escuela 23 de Longchamps. «Era muy querida por sus compañeras y por las familias de sus alumnos. Era la respuesta a su comprensión, a su afecto».

Hacia 1974 logró quedar embarazada. Para entonces ya había problemas de seguridad y un clima político enrarecido. Su esposo es detenido en un bar de Lomas de Zamora. Poco después ella es detenida en Adrogué. A fines de marzo de 1975 nació Alejandrina Barry, estando su madre encarcelada en el penal de mujeres de Olmos.

En noviembre de ese año, Susana apareció en su casa con la beba, que tenía ocho meses. A la tardecita, cuando volvió para recoger a la nena, hablaron un poco. «Nos dimos un abrazo y se fue. La vi partir con su hija en brazos y no la vi más», contó Graciela con angustia en la voz. Alguna vez volvió a encontrarse en cambio con Susana Papic, compañera de Enrique Barry, ambos desaparecidos.

Con el golpe militar, los sindicatos cerraron sus puertas. En mayo, Graciela fue secuestrada. «Me hicieron muchas preguntas sobre el sindicato y muchas preguntas sobre los Barry. Era poco lo que yo podía contestar, porque no los veía. No sabía dónde estaban», aseguró.

A los cinco días, con la ayuda de su familia, se fue con su marido e hijos a España. En diciembre de 1977, por una carta de su hermana, supo que Susana y John Alex habían sido asesinados en Uruguay. «Esto me angustió mucho». La testigo agradeció «haber caminado al lado de ellos y poder decir que fueron excelentes personas […] que apostaron a un proyecto de país para todos […] Por ellos tenemos que seguir adelante», afirmó.

El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, conocida como El Infierno, es resultado de tres causas unificadas en la causa 737/2013.

Este debate oral y público comenzó el 27 de octubre de 2020 de forma virtual debido a la pandemia. Por esos tres centros clandestinos pasaron 442 víctimas tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes antes. Más de 450 testigos prestarán declaración en este juicio. El tribunal está integrado por los jueces Ricardo Basílico, que ejerce la presidencia, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y Fernando Canero.

Las audiencias pueden seguirse por las plataformas de La Retaguardia TV o el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información sobre este juicio puede consultarse en el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.

La próxima audiencia se realizará el martes 24 de mayo a las 8:30 hs de manera virtual en el Tribunal Federal de La Plata. Basílico anticipó que a partir de junio se incrementará la cantidad de testimonios por audiencia, una demanda que las querellas vienen formulando desde el inicio del juicio.


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