De imaginarios, espejos y votaciones

Por Daniel Cecchini (desde Barcelona)

Es un espejo, Cecchini, me dice Argañaraz, un espejo deformado pero un espejo al fin. Me vine hasta acá para decírselo. Lo que pasa en Cataluña es un espejo de lo que pasa en la Argentina.

No me joda, Argañaraz, le contesto. Usted se vino hasta acá para que lo invite con una sangría de cava en la Rambla, de garronero nomás… y para justificarlo se pone a hablar boludeces.

(Creo haber dicho ya más de una vez que a Argañaraz lo trato de usted para marcarle distancia, porque mi peor costado suele confundirse con él.)

No lo jodo, Cecchini, me dice imperturbable después de mandarse al buche un trago de sangría. Vea cómo son las cosas: ¿Usted se acuerda de “Patria o colonia”, así con comillas?, me pregunta.

Sí, claro, le digo. Un error histórico de la izquierda peronista –eso es casi un oxímoron– que creyó que podía extrapolar la liberación nacional de, por ejemplo, Argelia, a la Argentina… Y, bueno, usted ya sabe, con la ilusión de una burguesía nacional y todo eso… como paso previo a la patria socialista. Un imposible lógico, le digo.

Me está dando la razón, me dice, porque de ilusiones le hablo.

(Al momento de reproducir esta conversación con Argañaraz, la una de la mañana del jueves en Cataluña, donde estamos –y mantenemos esta charla a mi pesar y a mi costo, que se está tomando una segunda sangría de cava que me costará otros diez euros en la Rambla–, las cosas están que el Parlamento votó por la independencia de Cataluña pero no eligió a Arthur Mas como jefe de gobierno. Y Rajoy dijo –después de reunirse con Sánchez, el del PSOE– que defendería la Constitución, que impide la separación de Cataluña o de cualquiera, hasta las últimas consecuencias… y uno vaya a saber qué son esas consecuencias.)

A ver, de qué ilusiones me habla, le pregunto, y me pido un orujo.

Fijesé, todo es de derechas, como se dice acá, me dice Argañaraz. A Mas y a Jordi Pujol y toda su familia les viene bien salirse de España para que la ley española no los juzgue por corrupción. Y a Rajoy le viene también bien porque se pone en defensor de la institucionalidad española y distrae de la corrupción del Partido Popular.

Sí, Argañaraz, le digo, estoy acá, no tenía que venir a decírmelo. Hay que ser muy boludo para no verlo. Usted me está hablando de otra cosa. No de los dirigentes sino de lo que pasa en la sociedad.

Claro, Cecchini, que lúcido que está hoy, me dice con una sonrisita sobradora. Le hablo de eso. Le hablo de los catalanes que piensan que se están independizando de España cuando en realidad no son otra cosa que piezas de un juego manipulador de derechistas y corruptos.

No me provoque, Argañaraz, porque si me sigue jodiendo no le voy a pagar lo que está tomando, le digo. Usted habla de cierta construcción del imaginario social que en sus efectos políticos reales termina produciendo todo lo contrario, le digo.

Claro, de eso le hablo, Cecchini, me dice. Y no se ofenda, agrega, porque lo que estamos tomando lo tiene que pagar usted.

Está bien, Argañaraz, yo pago las sangrías y el orujo, pero terminemos con el asunto. Usted hablaba de un espejo…

Sí, ya se lo dije, me dice. El imaginario de ciertos sectores de la sociedad catalana y el imaginario de ciertos sectores de la sociedad argentina funcionan espejados, como mellizos que se miran, aunque sean un poco diferentes.

Bueno, le digo, si me habla del imaginario de la clase media argentina a diez días de la elección presidencial, yo le diría que es la postal de un suicidio colectivo, que le hace juego a una derecha que la va a cagar…

Ve, Cecchini, que me da la razón. Fíjese lo que les pasa a los independientistas catalanes…

¿Qué les pasa?, le pregunto.

Qué creen que se van a independizar cuando, por distracción o ilusión de cambio, les están sacando las papas del fuego a los mismos de siempre, me contesta.

¿Y se vino a Barcelona para decirme esto?, le pregunto.

No, qué va, Cecchini, vine a que me bancara unas copas en la Rambla.


 

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