Criónica: la vida después de la muerte

Por Manuel Recondo

Revivir en un futuro lejano, ese es el sueño de Rodolfo Goya, bioquímico e investigador del CONICET. Su sueño comenzó cuando empezó a interesarse en la criopreservación. Pretende congelar su cuerpo hasta la temperatura de nitrógeno líquido (-196º) para después despertar en una generación futura, cuando la ciencia haya descubierto la manera de descongelarlo y volverlo a la vida. La razón es muy sencilla: no se quiere morir.

En el mundo ya hay más de doscientos setenta casos de pacientes –así se les llama– congelados incluso desde 1973. Si bien para algunos pueda sonar descabellado, también la humanidad consideró que se trataba de ciencia ficción cuando el hombre quiso poner un pie en la Luna. Desafiar a la muerte parece ser una idea que ya no es propia de las películas y nada más. La comunidad científica en general observa con ojos atentos estos primeros intentos del hombre por demostrar su capacidad de manipular lo que la naturaleza ofrece. Pero este terreno, que sugiere ser terreno científico, choca con la filosofía y con la propia psicología. ¿Cómo sería despertar en una sociedad completamente distinta, habitada por seres mucho más evolucionados, o, como dijo el propio Goya, –incluso– por «avatars»? Y ¿cómo le afectaría esto a la persona que empieza a recibir estímulos nuevos, pero que ya es un ser adulto? Es incierto, pero, según el científico, es un riesgo que desea correr. También surgen otros interrogantes: ¿por qué detener la muerte que se da por el irremediable paso del tiempo y postergarla o –quizás– permanecer vivos para siempre (Goya dijo que su último objetivo era conseguir la inmortalidad)? La respuesta del científico es simple: no desea morir. Y se anima a más: «Nadie lo desea». Quizás sea esta una visión extrema, pero no por eso menos aceptable, aunque objetable al fin. Lo que importa es que él desea permanecer, aquí o en otra vida distinta, con otros seres, quizás habiendo perdido todo contacto con personas conocidas, y por qué no habitando un mundo mucho más desafiante, con tecnología completamente avanzada, inimaginable. Pero él lo resume en esto: «Tengo la posibilidad de suicidarme, si así lo deseo». Una respuesta propia de un científico que ve la vida desde una óptica racional, pero que no por eso carece del coraje necesario que se necesita para querer someterse a la criopreservación.

El hombre hasta ahora ha podido extender el promedio de vida en varias décadas, pero no ha logrado superar la muerte que se da de forma natural. Y es que para eso hacen falta avances que probablemente tengan que ver –entre otras cosas– con las neurociencias. Rodolfo dirige justamente un grupo que trabaja sobre el envejecimiento cerebral, por lo que podemos dar cuenta de que no es un improvisado. De todas maneras, un grupo no reducido de la ciencia sigue viendo a los crionistas como charlatanes o personas de poca credibilidad científica. Sólo el tiempo dirá si estábamos tan lejos de poder reanimar un cuerpo luego de haber sido congelado.

Se calcula que además de las 270 personas que ya han sido criopreservadas hay unas 2.600 que ya firmaron la petición para que se les aplique la técnica al morir. La suma que deberá pagar Goya será la de 35 mil dólares, si firma el contrato con el Instituto Criónico de Michigan, en Estados Unidos, como prevé hacer. Según las pautas a seguir, luego de fallecido le inyectarán un compuesto por las arterias que desplaza la sangre y la reemplaza por una solución de vitrificación. Finalmente, lo conservarán en un termo gigante, donde pasará el resto de sus días, hasta que la humanidad sea capaz de despertarlo de ese sueño eterno en el que decidió sumergirse por propia voluntad.


 

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