El mercado o el palo. Vaivenes sobre América Latina

Por Jorge Elbaum

La aparente contradicción entre las tratativas diplomáticas con Cuba y la ofensiva política contra Venezuela aparecen en el horizonte como una expresión más de los vaivenes pendulares que se observan detrás de las bambalinas del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos: el “plumero” de la ofensiva “suave” sugerido por los diplomáticos provenientes de Yale versus los halcones de Washington enfrascados en disciplinar a la región latinoamericana a través de la demonización del chavismo, y la correlativa asociación con la lógica del conflicto de Medio Oriente.

América Latina ha dispuesto en los últimos decenios uno de los períodos más largos en su historia sin sufrir invasiones militares norteamericanas directas. Este dato explica parcialmente tres dispositivos actuales del Departamento de Estado que aparecen como sustitutivos: la deslegitimación creciente a las políticas nacionalistas e industrialistas dispuestas por los Estados nacionales desde principios del siglo XXI, la desvalorización hacia las opciones de desendeudamiento activas operadas desde los proyectos latinoamericanistas y la búsqueda de inclusión forzada en conflictos ajenos al subcontinente.

Los tres dispositivos se “realizan” a través de usinas internas y externas ligadas a soportes académicos, periodísticos, religiosos y pseudoartisticos. La ofensiva contra las políticas de inversión pública es socavada en nombre de un neoliberalismo cerril que intenta homologar permanentemente la palabra “corrupción” con “Estado”. Al negarle capacidad al Estado para regular las fuerzas sociales, se busca relanzar al mercado como asignador adecuado de la economía. Y elegir el mercado es –obviamente– instituir a los potenciales socios de las empresas trasnacionales.

Los cuestionamientos hacia las políticas de desendeudamiento tienen como destino volver a ligar –y constreñir– a los países de América Latina con las máximas financieras del Fondo Monetario Internacional y con los condicionantes regulatorios aperturistas de la Organización Mundial del Comercio. La intención, por último, de asociar a la región con los conflictos de Medio Oriente y del Cáucaso implican encapsular en el “occidente civilizado” a quienes buscan denodadamente elaborar políticas internacionales ligadas a la soberanía, la paz y la no proliferación de conflictos armados.

El problema central de Washington es que se ha reducido la capacidad de sus socios en el subcontinente: el debilitamiento de las élites neoliberales al sur del Río Bravo –salvo los casos de México, Colombia y Perú– ha obligado al Departamento de Estado a replantear sus opciones de influencia. Los lazos trasnacionales –con crecientes nexos con los centros financieros– han obligado a los centros diplomáticos norteamericanos a plantear una suerte de gramscianismo al revés, consistente en una forma de misión alternativa a la invasión y/o al golpismo. La palabra clave que aparece en gran parte de los informes “académicos” remite al concepto de “poder simbólico”, es decir, a formatos de esclarecimiento similares a los preconceptos “civilizatorios” desplegados a nivel colonial en los siglos XVIII y XIX. Gran parte de los modelos de imposición cultural se tramitan a partir del despliegue una pretendida “superioridad civilizatoria” que no acepta ser reconocida como tal por los “populismos» latinoamericanos.

La literatura de las Relaciones Internacionales –en clave “Departamento de Estado”– titula estas orientaciones como “injerencia débil” o “influencia estabilizada”. En todos los casos, utiliza a las empresas norteamericanas, al periodismo, a políticos y a juristas globalizados como vectores comunicacionales. Las empresas cumplen el rol de difundir la necesaria libertad de mercado que instituye a individuos que deben ser conscientes de sus derechos de acceder a las mercaderías globales. El periodismo corporativo, por su parte, impone las atribuciones financieras que sus inversores demandan intentando caracterizar las opciones nativas como “autodestructivas”, “carentes de futuro”, “negadoras de oportunidades”, etcétera. Las “malas noticias” y el empecinamiento en asociar como fracaso toda opción autonómica latinoamericana es parte del menú de mandatos destinado a desmerecer y limar la autoestima política de la región.

Los ataques sobre las monedas latinoamericanas, la amenaza de ostracismos a quienes apoyen la revolución venezolana y el empecinamiento en bajar los precios de los commodities internacionales han sido algunas de las recientes maniobras destinadas a amedrentar la región. Los años venideros serán el laboratorio donde el pentágono y la CIA evaluarán la continuidad de los dispositivos: el “plumero” (feather duster) o el “garrote” aparentan ser –alternativamente– las únicas herramientas de política exterior con la que cuentan en Washington.

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