Kubero Díaz: «Todos venían a La Plata a estudiar, pero yo solo vine a tocar la viola»

«Acá arrancó todo», dice Kubero Díaz con media sonrisa dibujada en la cara. Trotamundos incansable, en 1968 -con apenas 18 años- llegó a La Plata, su primer destino tras abandonar el pago entrerriano de Nogoyá. Escapando del dolor que le había provocado la muerte de su madre, y con la única convicción de tocar la guitarra, se estableció junto a amigos en el cuartel general de La Cofradía de la Flor Solar, donde compuso algunos temas emblemáticos. «Me vine a visitar a Morcy Requena y Manija Paz», recuerda Kubero. «Con ellos había formado la banda Los Grillos a los 15 años, pero eran dos años más grandes y se vinieron a estudiar. Todo el mundo llegaba a La Plata para ir la universidad, pero yo solamente vine a tocar la viola. Entonces me cagué bastante de hambre, porque todos iban al comedor universitario y yo me quedaba en casa comiendo pan duro (risas). Y mientras cursaban me quedaba solo en la casa guitarreando. De ahí salieron temas fantásticos que terminaron siendo el primer disco de La Cofradía».

«EN el primer concierto de La Cofradía en Buenos Aires ESTABAN Javier Martínez, el Flaco Spinetta Y el negro Medina EN PRIMERA FILA. A mí me temblaban las patas»

Kubero formó parte de La Pesada del Rock, también de la última formación de Los Abuelos de la Nada, viajó por Europa y gran parte de Sudamérica, pero hace casi una década volvió al país de la mano de León Gieco, donde terminó armando su propia banda: el Kubediaz Trío. Junto a Juan Rodríguez en batería (Pappo, Sui Generis, La Pesada, Porsuigieco, Polifemo) y Daniel Saralegui en bajo (Celeste Carballo, Sandra Mihanovich, Javier Martínez), está a punto de editar su álbum debut Amaneceres, un trabajo plagado de mística rockera y nuevas versiones de  “La mufa” (primer simple de La Cofradía de la Flor Solar editado por RCA Víctor en 1969) y “Creciendo en espiral” (originalmente de “Kubero Díaz y la Pesada”, 1973). También grabó «Palermo Viejo», con música suya y letra de Miguel Abuelo, que se la dejó grabada en un cassette.

Estás por editar el disco, pero fue un proceso de grabación bastante largo.

Sí. Casi dos años estuvimos grabando el disco, porque fue bastante accidentado el proceso. Arranqué grabando las bases con Juan y Daniel en el estudio de León (Estudio del Arco, que ya no existe) con Osqui Amante como técnico. Cuando terminamos esa primera parte, le detectan un cáncer de páncreas que en muy poco tiempo lo termina matando. Y fue duro eso, porque Osqui era una hermosa persona. Pasó un tiempo hasta que nos recuperamos y volvimos a grabar, pero esta vez en el estudio de Botafogo. El disco se va a llamar Amaneceres, como el segundo tema del disco, que es así, luminoso… El sol que sale después de la tormenta.

Sé que León Gieco fue el que te incentivó para que grabes el disco, pero además de él hay varios amigos más que participan.

En el disco tengo a 15 músicos invitados, entre los cuales se encuentran Luis Gurevich, Juan del Barrio, Miguel Cantillo, Miguel Villanova, Willy Crook, el Mono Izaurralde y Luis Robinson. También participa mi nieto Damián Fernández Díaz, que hace beat-box en un tema. En el arte también hay amigos, porque lo va a hacer Rocambole, con quien me junté y ya estamos definiéndolo. Para mí el aporte del Mono Cohen es fundamental.

Este disco tiene bastante de aquel espíritu de La Cofradía.

Sí, como toda mi obra, porque pensá que mis primeros pasos fueron acá en La Plata. Esta ciudad me dio la posibilidad de conocerlo a Skay Beilinson cuando tenía 17 años. Él había llegado de Europa con una infinidad de discos que no llegaban a este país. Y no solo eso sino también amplificadores Marshall, pedales de efectos, un Cry Baby. Él venía a casa y tocaba con nosotros,  y nos prestaba todo eso, que para mí era de otra galaxia. Me acuerdo que una vez estábamos tocando con La Cofradía en el Jockey Club y teníamos el Marshall que nos había prestado Skay. Esa noche tocaba Almendra con nosotros. No me olvido más la cara de Edelmiro (Molinari) cuando vio el Marshall, no lo podía creer. Esa noche pegamos re buena onda con ellos. El primer concierto de La Cofradía en Buenos Aires fue en el Teatro del Globo y en la primera fila estaba Javier Martínez, el Flaco Spinetta, el negro Medina. A mí me temblaban las patas. Cuando terminamos de tocar, a la salida me agarra el Flaco y me dice: «Negro, tenés que MO-DU-LAR, porque la gente tiene que entender lo que decís» (risas).

¿Por qué te fuiste de la ciudad?

Un poco me fui y un poco me fueron. Cuando la cosa se puso jodida nos tuvimos que ir, pero igual éramos jóvenes, y teníamos esas ganas de conocer el mundo. Fuimos a Brasil, al Bolsón, después a Europa. También lo invite a Pinchevsky a viajar para allá. Pero me trabó un poco el viaje porque él traía en el violín ciertas sustancias que no eran legales y bue… (risas). Así que volvimos para Francia, donde conocí a Miguel Abuelo y me hospedó en su casa un tiempo, pero al tiempo nos radicamos en Ámsterdam. Al año nos fuimos a España justo para la fecha en la que murió Franco, así que el país era una fiesta increíble. En ese contexto caímos nosotros cantando rock en español, y los gallegos nos miraban como si fuéramos extraterrestres. Ahí tocamos con La Cofradía, había estado Aquelarre de gira, Moris estaba tramitando viajar con nosotros, y yo tenía un trío acústico con Miguel Cantillo y Miguel Abuelo. Ahora reflotamos la idea de grabar algo con ese trío, pero con el Mono Izaurralde en lugar de Abuelo. Es un material muy lindo que tengo ganas de empezar a grabar este mismo año, si me da el cuero.

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