El último eslabón de un antipopulismo precario

Mientras la Justicia continúa la investigación sobre el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner y la posible trama logística organizada detrás del accionar de Fernando Sabag Montiel, se abren múltiples debates no solo frente al corolario de una permanente escalada de hostigamiento contra el kirchnerismo, sino sobre la manifestación de una violencia de derecha que ahora encuentra sus ejecutores dentro de los propios sectores populares.

La posible vinculación de Sabag Montiel con grupos radicalizados de ultraderecha y filiaciones neonazis (cuya veracidad y ligazón organizativa al atentado aún son materia de investigación) volvió a poner en el centro de los debates la preocupación por los alcances de las «nuevas derechas», dispuestas a quebrar cualquier límite de pacto democrático. El llamado a la «paz social» y el pedido de «terminar con los discursos de odio» fue, en parte, resultado de esa preocupación.

No obstante, las lecturas son diversas respecto de cómo interpretar el mensaje que dejó la escena del pasado 1º de septiembre. Desde la versión del «lobo solitario» armado en la multitud, pasando por un autoatentado kirchnerista, o un acto de «marginales» y «loquitos» (el legislador José Luis Espert tildó a Sabag y a su novia Brenda Uliarte como «tarados y enfermos»), hasta la sospecha de un operativo planificado en vinculación con grupos radicalizados de corte neofascista. La falta de detalles claros por parte de la Justicia habilita a que cada cual lance su propia hipótesis.

En tanto, a casi dos semanas del hecho, la constante tendencia de condena sobre los llamados «discursos de odio» por parte de un sector de la sociedad corre riesgo de alcanzar un tono tan monótono y abstracto que pueda derivar en una mera prédica moral (en especial, en un escenario de grieta exacerbada donde el «odiante» siempre es el otro), sin ahondar en las condiciones materiales, políticas e históricas que han propiciado el malestar actual. 

Como cuadro final, se suma el particular perfil de Sabag Montiel, un millennial del conurbano bonaerense empleado de una aplicación de transporte y devenido vendedor callejero de copitos de azúcar, adornado de tatuajes de simbología nazi y con un raid de apariciones televisivas en móviles callejeros donde lanzó abiertamente mensajes en contra de los planes sociales y de las políticas generales del Gobierno.

Mientras tanto, desde ciertos sectores de la política prenden la alarma al ver en la figura de Sabag Montiel el rostro del neofascismo en Argentina, en especial tras las recientes reivindicaciones por parte de grupos de derecha en La Plata sobre el atentado, o el ataque a la fachada del PJ platense, a días de ocurrir el intento de magnicidio. Si bien el atentado cruzó un límite incalculable, hay elementos para rastrear posibles desencadenantes de esta violencia tan brutal como precaria.

«Yo planteo una hipótesis sobre ese tipo de fenómeno: el deterioro en la calidad de vida, la dificultad para conseguir empleo formal, la dificultad para acceder al sistema educativo. Son una serie de condiciones del país. Genera que haya grupos que se aprovechen de esta situación y hagan política con ese descontento», dijo a Contexto Alan Sasiain, autor del documental El Credo (2018), que reconstruye el caso de Bandera Negra, un grupo de jóvenes neofascistas con base en Mar del Plata que protagonizó diversos actos de vandalismo y violencia (que luego derivaron en un juicio y condena) cuyo accionar estaba relacionado con dirigencias políticas de la derecha local. 

«Los grupos de ultraderecha son parte del sistema, pueden estar asomando la cabeza, reducidos a grupos pequeños, lo que no impide que estén presentes y se organicen», agrega Sasiain en relación con lo que puso de manifiesto el trabajo llevado adelante con El Credo

La experiencia de grupos de la llamada ultraderecha no es reciente en la Argentina democrática. A mediados de los noventa tomó relativa visibilidad el Partido Nuevo Orden Social Patriótico (PNOSP), referenciado en Alejandro Franze, un vendedor de libros en la feria del Parque Rivadavia de CABA, lugar que se convirtió en centro de encuentro para la subcultura skinhead. En su momento, el PNOSP fue tomado por los medios como un minúsculo grupo estrafalario y de tipo contracultural (emparentado a un joven Alejandro Biondini que ya empezaba a mostrarse en los medios), a mitad de camino entre viejas iconografías reaccionarias y las novedosas «tribus urbanas» que se instalaban en la juventud argentina de aquel entonces. Una puerta de llegada a la política que tenía menos que ver con los partidos y filiaciones tradicionales y más con nuevas formas de entender el sistema de una Argentina que proponía dejar atrás los dogmas del siglo XX y abrazar la globalización.

Ya en esos tiempos, esos grupos incorporaban las conocidas consignas reivindicativas del nazismo, el negacionismo de los crímenes de lesa humanidad (en un momento de iniciación para agrupaciones como H.I.J.O.S.), como también el rechazo a las instituciones y consensos de una democracia que apenas cumplía una década de su recuperación. Hoy, con esos elementos que todavía persisten, las nuevas generaciones añadieron a su jerga la impronta antiplanes sociales, antifeminismo, anti-Estado, y fundamentalmente, antikirchnerismo.

Más allá del tiempo transcurrido, como punto de conexión de aquellos «cabezas rapada» de antaño y los grupos que existen en la actualidad persiste un sentido de pertenencia y «rebeldía» que combina resabios de un conservadurismo exagerado «a la antigua» con un sentido de rebeldía contra todo aquello que representa los avances del Estado en materia de derechos, de los que ellos mismos se piensan desplazados. También persisten las cúpulas organizadas que buscan cooptar adeptos entre estos estratos sociales. Una dinámica que, lejos de trastocar, trasformar la realidad social, tiende a reafirmar las bases que el propio neoliberalismo ya ha instalado.

«Es el propio neoliberalismo el que pone en tensión no solo las identidades sociales y políticas, sino el propio sistema político, porque en realidad quiere implosionarlo desde el mercado. Esa dictadura del mercado confunde y hace que las reglas del juego de la política estén en crisis», explicó a Contexto el sociólogo Jorge Elbaum, también referenciado en la agrupación civil Llamamiento Argentino Judío.

En la actualidad, las demostraciones de derecha condensan varios elementos. Por un lado, la naturalización de un antiperonismo histórico instalado desde hace décadas en el país a fuerza de violencia dictatorial, pero en manifestaciones cada vez más grotescas y embrutecidas. Al viejo gorilismo intelectual en que se acuñaron élites intelectuales, militares y económicas hoy se contrapone un antipopulismo lumpenizado a base de un profundo desprecio a las instituciones del Estado, producto de la paulatina descomposición social sufrida a causa de las políticas neoliberales que fueron desplegadas en Argentina y la región desde la década de los ochenta en adelante por los mismos sectores oligárquicos y concentrados. Por otro lado, la emergencia de sectores medios y bajos, principalmente jóvenes, que comienzan a sacar a piel las contradicciones y límites de los procesos progresistas y populares de los últimos quince años, de los que fueron testigos durante su infancia y adolescencia.

En ese sentido, Elbaum hace hincapié en el sustrato de marginalidad social que encarnan casi siempre los procesos de «fascistización» de la sociedad, como el último espacio de reacción del sistema, conducidos por las dirigencias de la derecha. «Calificarlos como lúmpenes o marginales es funcional a los verdaderos poderes de la derecha para no hacerse cargo de que son un producto de ellos mismos. No hay que ponerlos en los márgenes después de haber atentado, porque son quienes instituyeron a un muchacho como Sabag Montiel. Él es el intérprete de un guión», indicó. 


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