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Che Payaso: empujar la utopía más allá

Por Ramiro García Morete

“¿Qué vas a hacer cuando estés lejos? ¿De qué te vas q recibir?/¿Te vas a dedicar a hacerte viejo o a tratar de ser feliz?” Serían las once de la mañana y como tantas otras veces, los ojos rotos denotaban que no habían dormido. Se trataba del primer día de tres o cuatro meses de vacaciones en Rauch, antes de volver al departamento que compartían en el centro platense. Desde la Escuela 1 pasando por el Nacional, habían compartido todo como mudarse a la ciudad cuadrada para estudiar. Jacobo iría por el lado de la arquitectura y Nicolás optaría por Música Popular en Bellas Artes. Aunque a decir verdad, no iría más que a dos o tres clases en dos años de cursada. Para él se trataba de conocer gente para formar una banda.

Aquella idea había habitado en él desde siempre. Inclusive antes de bocetear las primeras canciones en la adolescencia con la Yamaha acústica 1979 del padre, quien en los cumpleaños tocaba temas de Baglietto o León. Quizá de allí proviniera el peso político que sus futuras composiciones tendrían. Pero lo cierto es que lo que lo fascinaba a los seis era la cinta de “¡Bang Bang! ¡Estás liquidado!” que escuchaba una y otra vez en el Grundig doble cassetera obtenido en un sorteo. “Los Redondos fue cuando el rock& roll me tocó el hombro -sentenciará Nicolás-. Acá estoy. Esto vamos a hacer”. Y si bien faltarían muchos años, el rock -con Sumo como otra referencia poderosa- determinaría no solo su apodo en el colegio (“Ricotero”) sino también sus elecciones: “Los sábado no iba al boliche: me quedaba escuchando música”.

Sin embargo sería recién a los veintipico y en esa mañana trasnochada de verano que la conversación entre cantante y tecladista dejaría de ser una amenaza. Su concreción llevaría un tiempo, factor con el que aprenderían a vivir tanto como las dificultades de asentarse en una ciudad donde no tenían muchos amigos. Canciones como “Belcebú” llegarían al demo editado en 2010, inclusive antes de pisar un escenario. Con “Ellos siguen ahí” (2013) sentarían la base para un punto de inflexión en calidad y profesionalismo: “Cruzar el desierto”. Con Álvaro Villagra en controles y Nelson Pombal en la producción condensarían un universo que oscilaría entre la oscuridad ricotera y la canción suburbana gardelera. Con la voz rasgada y con vibrato enunciando textos de largo aliento, los tópicos versan tanto sobre eventos de cariz político o alegorías míticas como narraciones sobre mujeres fatales, maltradas o idílicas. Y con Ezequiel a cargo de la guitarra principal, Pablo en saxo y Leonardo en batería,  la banda comenzaría a crecer y finalmente a generar su propio público.

Pero un nuevo cambio de formación en el que ingresaron Juan en las seis cuerdas  y Víctor sugeriría la necesidad de actualizar el material de la banda. De allí saldrían “Agite” y “Vuelvan a los cuarteles”, dos singles que en parte representan dos vertientes de la banda y que por otro ofician de transición hacia un promisorio tercer álbum. Algo que, como todo, llevará tiempo. Pero en Che Payaso saben que es mejor invertirlo en tratar de ser feliz que en simplemente volverse viejo.

“Son costados que la banda siempre tiene -introduce el vocalista Nicolás Franchino sobre los últimos cortes-. Hay un costado cancionero, que a mucha gente es el que más le gusta. Otro que es más agitador. Y después está el costado que más cómodo nos sentimos o estamos yendo, el costado más rockero y más oscuro. Un costado que queríamos desarrollar, porque se impone”. Y no duda respecto a ese camino en progreso: “El disco que se viene, te puedo asegurar, es el mejor disco de la banda”. Y desarrolla: “Se viene un disco más oscurito, tiene momento de gran épica y las letras se están poniendo más metafóricas. No tan explícitas como ´Todo se arregla con balas´ o el ´Candombe para las heridas´. El cierre del segundo disco es como un anuncio de lo que viene: un disco más volado”.

Pero los obstáculos consabidos de la independencia y cierto standard adquirido implicará esperar al menos un año para que vea la luz. “No podemos hacer un disco de diez canciones cada dos años. Ojalá pudiéramos. Igual nunca fuimos apurados para nada. Manejamos los tiempos de los discos, si van madurando”. Y eso implica tratar de repetir el equipo conformado con Pombal y Villagra: “Terminamos muy contentos. A medida que podamos hacerlo con ellos, será. Si no, los pibes graban y están armando un pequeño estudio”.

Si bien las nuevas composiciones son menos extensas, los textos tienen un importante desarrollo en la banda. “Empecé haciendo canciones. Leer siempre me gustó. Respecto a escribir lo descubrí sin querer. Me hice el Facebook hará dos años. Me sorprendió que me vi publicando cosas que me nacían de la nada, que me pintaba escribir más allá de cuestiones actuales. Y le empezó a gustar a la gente. Y me ponen cosas re elogiosas. Eso me sorprendió… si no fuera por las redes no lo hubiera sabido. Pero escribo. Cuando me encuentro escribiendo lo disfruto”.