Mike Pompeo y la exaltación de la banalidad

Por Rafael Araya Masry*

Tal vez para disimular el manifiesto síndrome del «pato rengo» que padece a estas alturas el gobierno de Donald Trump, imagen que representa gráficamente la futilidad e inutilidad de pretendidos actos de gobierno realizados casi in extremis, la presencia del secretario de Estado norteamericano en Israel, en los Altos del Golán sirios y en las colonias israelíes en los territorios palestinos ilegalmente ocupados, suena a canto de cisne y comienza a poner una lápida a las políticas de irracionalidad permanente de los Estados Unidos en Palestina, que han sido la constante durante el gobierno que expira en la superpotencia.

Provocador y grosero como siempre, Pompeo se ha paseado por el área proclamando la soberanía israelí sobre cada centímetro cuadrado del que ese país, Israel, se ha apropiado -siempre de hecho pero jamás de derecho- tratando de darle un barniz de legitimidad al regalo estadounidense de territorio palestino y repitiendo el ejemplo británico de regalar tierras que no le pertenecen a terceros interesados, tal como sucedió con la Declaración Balfour. Es decir, otro paseo imperial y colonial para «certificar» la pertenencia israelí de territorios que no son israelíes. Una nueva «certificación in situ» de lo que el sionismo y Trump quieren, en contraste con lo que Palestina reivindica y la comunidad internacional proclama. El Golán sirio seguirá siendo sirio y Palestina seguirá siendo de los palestinos, aunque a Pompeo, a Trump, al embajador de Estados Unidos en Israel y a Netanyahu no les guste.

En definitiva, un esfuerzo postrero, casi como el último aliento de un moribundo que quiere ver plasmados sus sueño, pero al que la porfiada realidad se lo niega de manera brutal.

Y no es que yo piense que quien asumirá la presidencia de los Estados Unidos, Joseph Biden, sea el ángel custodio de las legítimas e irrenunciables aspiraciones palestinas, no. A nadie puede escapar que fue el candidato triunfante de las elecciones estadounidenses quien dijo que «si no existiera Israel tendríamos que inventarlo». Recordemos nada más cómo los candidatos presidenciales van a la AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) a rendir examen de probidad e incondicionalidad con Israel durante la campaña y a pedir la bendición del poderoso lobby sionista para hacer realidad la «prueba de la blancura» y de esa forma transitar sin pecado la campaña política. No me gusta, pero es así.

No obstante, también debemos rescatar que el presidente electo ha reivindicado una solución más justa al conflicto, promoviendo la solución de dos Estados y apegándose mucho más a lo que la ley internacional y las resoluciones de la ONU han sancionado para resolver el conflicto de una manera justa. O sea, si con Trump y su promoción del latrocinio israelí bajo el eufemismo de un mal llamado «Acuerdo del Siglo» la suerte del pueblo palestino parecía echada, el nuevo presidente al menos aparece con un rostro más amable y abre, no digo la puerta grande, sino, cuando menos, una ventana para propiciar otras vías y otros modales para afrontar un desafío enorme, tal cual es sin duda la cuestión de Palestina.

Su decisión de volver a vincular a los Estados Unidos al Acuerdo de París sobre cambio climático y su voluntad de reincorporarse al Acuerdo 5+1 que regula la actividad nuclear de la República Islámica de Irán marcan una impronta que nos hace ilusionar con la reinstauración de los mecanismos multilaterales para mediar y acordar un camino serio y con perspectivas de éxito para la resolución del ya demasiado largo conflicto. Esto es, la eventual proactividad junto a la UE, junto al Cuarteto para forjar un camino que impida la anexión de nuevos territorios palestinos a manos de Israel, resuelva el término del proceso colonizador y desmantele los asentamientos, restituya las tierras usurpadas y propicie seriamente la creación de un Estado palestino independiente y soberano sobre la base de las fronteras existentes al 4 de junio de 1967, con Jerusalén Oriental como su capital, y que resuelva el derecho a retorno de todos los refugiados esparcidos dentro y fuera de los territorios palestinos. Es decir, no puede ser un regreso vacío de contenido al statu quo existente previo al gobierno del anaranjado presidente norteamericano, sino que debe representar propuestas superadoras del ya largo y doloroso estancamiento, que solo ha llevado más dolor y más opresión al pueblo palestino.

Es una expectativa de máxima, lo sé. Y no es que esté colocando al presidente electo, Biden, como la panacea o la solución de todos los males. Simplemente hablo del rescate de una de las partes que, junto con otros actores internacionales, están llamadas a mediar y propiciar una solución justa para Palestina y que sea lo suficientemente fuerte como para perdurar en el tiempo y garantizar una vida en paz para todo el Medio Oriente.

Inshallah.

* Rafael Araya Masry es presidente de la Confederación Palestina Latinoamericana y del Caribe (COPLAC) y miembro del Consejo Nacional Palestino.


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