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Las audiencias resisten y eligen otros medios

Por Miguel Croceri

Desarmar un gigantesco aparato de medios de comunicación cartelizados –donde el que tiene la posición dominante puede destruir a la competencia– es una tarea ciclópea. Hace falta acumular mucha legitimidad social, que a su vez sea convertida en fortaleza política, y tomar la decisión de hacerlo desde lugares de poder. Porque se necesita mucho más que buena voluntad: se requiere cierto poder acumulado, y una enorme determinación política para lanzarse a la prosecución de los objetivos propuestos.

En Argentina, el Gobierno de Cristina Kirchner tuvo esa determinación a partir de 2009 y promovió medidas profundas para desarmar la estructura oligopólica del sistema mediático del país y avanzar hacia una democratización de la comunicación. La medida de gobierno más notoria, pero no la única, fue promover el debate social y luego la sanción parlamentaria de lo que sería la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (llamada comúnmente, aunque no correctamente, “Ley de medios”).

Hubo además casos trascendentales, en general poco reconocidos o naturalizados como si hubieran sido decisiones sencillas, que tuvieron la misma direccionalidad. La más estratégica fue la eliminación absoluta de la televisación paga de los partidos de fútbol nacional, y su reemplazo por la más completa gratuidad para acceder a esas trasmisiones deportivas.

Una medida más en el mismo sentido fue la jerarquización y reconversión de los medios de comunicación públicos de propiedad del Estado nacional: la TV Pública y Radio Nacional. Tales medios fueron dotados de contenidos acordes con la defensa de un proyecto de gobierno con legitimidad democrática que emprendió grandes transformaciones en el país, y que por esa razón debió enfrentar sistemáticamente el asedio de las corporaciones locales y de los factores de poder internacionales.

Si se observa esa estrategia política y de gestión gubernamental de Cristina Kirchner con un criterio “resultadista”, la ecuación costo-beneficio fue muy negativa para aquel Gobierno y todo el espacio que representaba, y para los intereses populares en general. La energía política puesta en esa disputa contra el cártel Clarín y los demás conglomerados empresariales que dominan el mercado audiovisual fue descomunal. Y también fue descomunal la respuesta de los sectores que vieron amenazados sus negociados y sus posiciones de poder.

Debido a tal disputa, el kircherismo se ganó para siempre el odio feroz del grupo mediático dirigido por Héctor Magnetto, que movió a su ejército de abogados, jueces adictos, políticos cómplices, corporaciones aliadas y poderes fácticos de todo tipo, para desgastar y si era posible destruir al Gobierno que había desafiado su poderío. Logró en gran parte sus objetivos. No consiguió derribar al Gobierno antes de cumplirse los plazos constitucionales, pero contribuyó decisivamente a desgastarlo y debilitarlo, y a que el Frente para la Victoria perdiera las elecciones presidenciales de 2015 y en cambio las ganara un candidato de ellos, de los poderes de facto.

Apenas Mauricio Macri asumió, como se sabe, derogó mediante decretazos las cláusulas antimonopólicas de la ley audiovisual y eliminó los organismos de control. La ley pasó a ser “letra muerta”. Con contundentes actos de violencia jurídica –derogar leyes de la nación por decreto–, el macrismo y todo el bloque dominante aplastaron el gigastesco esfuerzo democratizador que representaba la norma por ellos derogada. Así de brutal es la derecha cuando defiende sus intereses.

Aplanadora macrista

En las últimas semanas de 2015 y durante largos meses en 2016, el bloque de poder que retomó la conducción del Estado con Macri como Presidente de la nación fue una aplanadora en todas las áreas de la acción de gobierno y de las disputas de poder.

Para su estrategia comunicacional, el nuevo oficialismo contó –antes y después de ganar la elección– con el aparato de la cadena de medios de Clarín y de los demás conglomerados mediáticos: TN y casi todos los canales de noticias, los principales canales generalistas (los de contenidos “generales”, que en Argentina se llaman habitualmente “de aire”), que son de Buenos Aires pero por la estructura centralista del país llegan a todo el territorio nacional –hasta se los llama medios “nacionales”–, ejemplo, Canal Trece (Clarín), Telefé, Telenueve, América, más la gran mayoría de las radios porteñas que también se retransmiten en todo el país, más los principales diarios, más las agencias de noticias predominantes (DyN, NA, Télam en manos del macrismo), y así la lista podría seguir…

Con semejante poder de su lado para influir en la opinión pública, el macrismo no necesitaba de los medios de propiedad estatal para sostener la hegemonía discursiva. A pesar de ello, no quiso dejar rastros de ningún discurso que lo confrontara. Por eso, desmontó pieza por pieza los avances en calidad de contenidos y en crecimiento de las audiencias que habían logrado en los años previos la TV Pública y Radio Nacional.

Así, los periodistas con una posición político-ideológica contraria a la derecha fueron censurados, sus programas quedaron eliminados, y además los echaron del trabajo. El caso emblemático fue el programa “678” –que a su vez había sido emblema de la política comunicacional del kircherismo–, pero ocurrió lo mismo con la totalidad de los espacios periodísticos y artísticos de los medios públicos que expresaban un perfil ideológico contrario al discurso de la derecha.

Esa política fue conducida (y lo es hasta hoy) por Hernán Lombardi, a quien el Gobierno otorgó funciones de comisario ideológico y rango de ministro. Para ello le inventaron un organismo, el “Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos”, y Lombardi fue nombrado como titular. Dicho organismo se transformó, en los hechos, en un Ministerio de Persecución a Periodistas Opositores y Propaganda contra el Kirchnerismo.

Al mismo tiempo, y aunque las decisiones no eran estrictamente del Gobierno sino de empresas aliadas al oficialismo por negocios, por ideología y por proyecto de poder, los tentáculos de la persecución alcanzaron también a medios de propiedad privada, y así Víctor Hugo Morales fue expulsado de Radio Continental.

Otros medios, que durante el kirchnerismo habían sido sostenidos fundamentalmente con publicidad gubernamental, pero manejados por empresarios turbios y conectados con el submundo del espionaje –como el caso del Grupo 23, que tenía entre sus directivos al alto oficial de la ex SIDE José Luis Gallea–, quedaron expuestos a la falta de fondos para subsistir y a la inescrupulosidad patronal. Entre otros, cayeron en esa desgracia Radio América y el diario Tiempo Argentino, este último recuperado luego como medio cooperativo por la lucha ejemplar de sus trabajadoras y trabajadores.

Igualmente, es la voluntad de sus trabajadores la que sostiene desde principios de 2016 a Radio del Plata, que vive la paradoja de haber crecido fuertemente en cantidad de oyentes y sin embargo agoniza. La razón también está en la responsabilidad de propietarios inescrupulosos.

El aplastamiento de los discursos contrahegemónicos no ocurrió sólo con los medios que emiten desde Argentina. Apenas derogada de facto la ley audiovisual, el cártel Clarín eliminó al canal TeleSUR del servicio básico de su empresa Cablevisión-Fibertel, de la cual son usuarios rehenes alrededor del 60% de los hogares (u otros usuarios de televisión paga) de todo el país. Así se ejerce la posición dominante en el mercado. El conglomerado mediático conducido por Magnetto censuró al único canal internacional de noticias con un discurso ideológicamente opuesto al de la derecha que retomó el mando sobre Argentina.

Reacción de los públicos 

El panorama para la libertad de expresión fue desolador en los primeros meses de 2016. Sin embargo, en los públicos en general y en las audiencias televisivas y radiales en particular se pusieron en movimiento energías latentes para resistir, y una parte numéricamente significativa de la población buscó nuevos cauces para canalizar sus ideas y sus estados de ánimo, hasta encontrar discursos mediáticos con los cuales se sintieran más identificados.

De ese modo, las y los oyentes que tristemente abandonaban una Radio Nacional que ya no los representaba encontraron su renovado lugar de escucha en Radio del Plata y radio AM-750, fundamentalmente. A los pocos meses, esta última emisora “rescató” profesionalmente a Víctor Hugo, y así volvió a tener una presencia relevante en los discursos públicos el comunicador de masas más valioso que tuvieron las fuerzas sociales y políticas populares desde fines de la década pasada hasta la actualidad.

El mismo fenómeno se produjo con las audiencias televisivas. Rápidos de reflejos comerciales, los empresarios dueños de C5N detectaron esa demanda de un sector de las y los televidentes, y adecuaron el perfil político-ideológico de su programación periodística. Así, tuvieron su oportunidad para llegar a públicos masivos el posicionamiento antimacrista implacable y valiente de Roberto Navarro, y la crítica contra el oficialismo de Gustavo Sylvestre, quien en el pasado había sido un destacado columnista político televisivo del Grupo Clarín.

El mismo canal C5N tomó además una decisión audaz que movió las estructuras de la distribución de los públicos de televisión. La contratación de Víctor Hugo para conducir la franja informativa horaria de 18 a 21 tuvo una espectacular aceptación social, a tal punto que lleva varios meses obteniendo mejores mediciones de audiencia que TN, es decir, del instrumento clave de Clarín y de toda la derecha local para ejecutar sus estrategias de propaganda ultra-antikirchnerista y de acción psicológica sobre la sociedad, particularmente sobre las clases medias.

En el caso de los medios que se editan en papel, el diario Página/12 sigue cumpliendo en la etapa macrista un rol histórico al servicio de los valores democráticos, las causas populares, los derechos humanos y la soberanía económica. Dotado de un solvente equipo de periodistas, diseñadores, creativos y otros profesionales de la comunicación, es un bastión pluralista de la contrahegemonía informativa desde hace tres décadas (el aniversario número 30 se cumplirá el 26 de mayo próximo).

Los ejemplos pueden ser los aquí descriptos u otros, y por lo tanto podrían ser muchísimos más. Los mencionados refieren a medios de la ciudad de Buenos Aires que se trasmiten a gran parte del país. Pero a la vez, en ámbitos territoriales y sociales más acotados –ya fueran provincias o grandes, medianas y pequeñas ciudades–, cada cual podría agregar a esta lista una infinita cantidad de casos que expresarían tendencias similares.

Y como alabar honestamente lo propio también es un derecho, además de un orgullo, puede ser resaltado como parte de ese proceso el crecimiento y sostenibilidad de diario Contexto como un medio digital de información que propuso contenidos periodísticos opuestos a aquellos de los medios hegemónicos y se constituyó en una herramienta comunicacional que hace su aporte a la construcción colectiva de múltiples espacios de organización y poder democráticos y populares.

De todas formas, más allá de cuáles serían los nombres propios (de medios, de periodistas, etcétera) que pudieran citarse para tratar de explicar los hechos, lo fundamental es el fenómeno de comportamiento de los públicos que se produjo en Argentina desde que el macrismo llegó al Gobierno.

La derecha quiso anular las voces críticas. Pero gran parte de las audiencias eligió a otros periodistas y otros medios que reflejaran sus propias voces. Esa es otra manifestación más de la resistencia del pueblo contra las políticas oficiales de devastación del país.


 

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