La Sánchez Viamonte: usa el amor como un puente

Por Ramiro García Morete

«Conozco bien cómo incendiar los mundos tristes/ Necesitarás un puente para llegar hasta vos». Correrían los últimos meses de 2017 y Juan Pedro Lucesole se dirigía al Centro Cultural Maccá en su auto, pensando en «las ganas de formar parte de un banda de canciones». Aquella noche tocaba Carmen Sánchez Viamonte, a quien había conocido no mucho tiempo atrás abriendo para un concierto de Calima, banda en la que entonces tocaba la guitarra. Poco después la invitaría a compartir con su propio grupo, De Acá a la China. «Medio que nos hicimos amigos enseguida», constatará sobre este lazo puro y espontáneo. Aquella misma noche, al concluir el show y como si fuera parte de un guion, llegaría lo que entre risas llaman «propuesta matrimonial»: delante de sus padres, Carmen invitaría formalmente al guitarrista a sumarse a su banda.

Y es que siempre hay algo de mágico y la vez profundamente verdadero en el universo y las canciones de Carmen. Como cuando se sirve de imágenes concretas y tangibles para volverlas alegoría, ya sean elementos de su jardín, un resfrío, el río… o el puente Venecia, de City Bell. Y es que -también- siempre hay en su obra algún puente y mucho del otro, les otres, el mundo. «La fe es el puente sin muelles que soporta lo que vemos», escribió Emily Dickinson. Y Carmen, que sabe ver con lucidez y sensibilidad, no puede dejar de hacerlo a través de ese acto de fe llamado amor. Pero no como un slogan hueco sino como una bandera ardiente.

En esa voz, que a veces suena como si fuera el primer día de la primavera, también habita una memoria del invierno. Ese mundo de conflictos y acción hacen de esta magnética cantante algo más interesante aún: una gran compositora. Y tras uno de los inviernos más largos para todes y dejando atrás sus propias «Crónicas del resfrío», la joven pareciera profundizar la búsqueda iniciada con el álbum homónimo de la banda que lidera. Un sonido más contundente y canciones tan potentes como adhesivas movilizadas por cierto deseo de exorcizar. Como si el cuerpo que antes dolía, ahora se volviera canto eléctrico.

Para conducir e interpretar -seguramente con menos palabrerío y más criterio- todo ello volvemos a Juan Pedro Lucesole, productor a cargo de una aceitada banda que completan Pablo Martin (teclado), Nicolás Marini (bajo), Rodrigo Sánchez Viamonte (flauta traversa) y Santiago Oñate (batería). Condicionadxs pero también inspiradxs por la pandemia, cada miércoles cantante y guitarrista -junto a la infaltable presencia de Delfina- encaran una forma de trabajar distinta, más orientada al diseño y la producción, valiéndose del Reaper y de un imaginario definido. De allí surgieron «Volviste desarmado» y la flamante «Camping», poderosa canción sobre una base acompasada donde los instrumentos dialogan consistentemente ante una guitarra acústica que pasa a segundo plano, abriendo paso a precisas líneas de teclado o acertados delays en las vocales. Y en cierto modo esa parece ser la futura dirección de La Sánchez Viamonte, banda que no incendia puentes sino que los tiende hacia delante, para iluminar una nueva senda. O al menos para seguir dando combate a los mundos tristes.

«Es una canción de amor… no sé qué define a una balada -inicia Carmen Sánchez Viamonte sobre el flamante corte-. También apoya lo que ya venía proponiendo «Volviste desarmado», y es que el próximo disco va a ser más rockero en comparación con el anterior». Y agrega: «El tema habla de los puentes, como una metáfora muy simple, pero también una pequeña cita a Cerati. El significado que cobraron y que ya tenían en las relaciones sociales». La cantante habla sobre «la necesidad de ir encontrando la identidad de las canciones, que nos llevó a una nueva dinámica de trabajo. Esta necesidad de ir para ese lado y la pandemia nos llevaron a revisar todo un poco. Aprovechamos para reorganizarnos y llevarlo mejor».

Respecto a la nueva búsqueda, Lucesole aclara que el cambio no responde «tanto el audio si no a los planos de información y cuánta información mostramos. Ser mucho mas conscientes y producir de esa forma: pensar en lo conceptual, en todo lo que queremos que pase y empezar a sugerir cosas. La sala te lleva por inercia a otros lugares». En ese rearmado de planos, la acústica que anteriormente otorgaba cierto tinte folk y «era un poco colchón y origen de las canciones, cumple ahora un rol más secundario. Se trabajó distinto… de hecho la acústica se rearmó en función del tema y antes era al revés».

A diferencia del primer álbum, las canciones que integran esta nueva etapa son, según Lucesole, «la imagen de un período más acotado. Se nota en todos los aspectos. Hasta en la forma de contar las cosas en las letras. Está todo dentro de un mismo universo y es lógico cuando se tiene en mente sacar un disco y se está empapando de lo que quiere». Y sobre la experiencia de trabajar sobre las canciones de su amiga, expresa: «Lo primero que me pasa es que me resulta muy estimulante. Una sensación muy primaria de mi relación con la música… Me dan ganas de aportar, de ser parte de eso. Tener esa sensación, de al principio, que te volvés loco de ganas».

«Hay más canciones de amor que antes -se refiere Carmen al repertorio en el que están trabajando-. Es más esperanzador que los anteriores. Y hay mucho del trabajo de la paciencia. Justo estos dos adelantos no, pero el resto fue escrito en pandemia. Se toca mucho ese tema: la importancia de la prevalencia del amor y de los momentos disfrutables aún en contraste con lo trágico. El amor… como un refugio. El único amparo y al fin y al cabo es el amor. El amor como entidad, más allá de los vínculos. Y es un disco en el que me animé mucho más a ser cursi, en estas letras, más de lo que me he animado en mi vida».

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