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La guerra de Estados Unidos: Venezuela, Nicaragua, Cuba, ¿y después?

Por Stella Calloni

“En estas circunstancias sólo se puede estar a favor o en contra de la paz o a favor o en contra de la guerra”, dijo el canciller de Cuba, Bruno Rodríguez, durante una conferencia de prensa el pasado 20 de febrero al mencionar el momento crucial que vive la región ante la amenaza de Estados Unidos de invadir Venezuela. Y, por lo tanto, son momentos en que “se deciden la observancia, la vigencia de los principios del Derecho Internacional, de la Carta de las Naciones Unidas; se decide que la razón de legitimidad de un gobierno reside en el apoyo y en el voto de su pueblo; donde se decide que ninguna presión foránea puede sustituir el ejercicio soberano de la libre determinación”.

Esto lo dijo Rodríguez seis días después de que el gobierno revolucionario de Cuba advirtiera el pasado 13 de febrero las intenciones intervencionistas de Estados Unidos, y, entre otros elementos, mencionó el movimiento de aviones de transporte militar desde bases estadounidenses donde están las fuerzas especiales y las de la Infantería de Marina utilizadas “para acciones encubiertas, incluso contra líderes de otros países».

En este caso se refería a los vuelos que llegaron entre el 6 y el 10 de febrero a las también bases militares estadounidenses del Aeropuerto Rafael Miranda (Puerto Rico); la Base Aérea de San Isidro (República Dominicana), y otras en el Caribe, además de denunciar detalladamente la serie de presiones y acciones del gobierno de Washington en la preparación de una aventura militar disfrazada de “intervención humanitaria” en Venezuela, preparativos que continúan, recordando que el presidente Donald Trump había afirmado que “todas las opciones son posibles”.

Retomando el comunicado del gobierno, el canciller destacó que se está asistiendo “a la fabricación de pretextos humanitarios fijando una fecha límite para forzar la entrada de ‘ayuda humanitaria’ mediante la fuerza, lo cual constituye por sí mismo un contrasentido: no es posible que la ayuda verdaderamente humanitaria descanse en la violencia, en la fuerza de las armas o en la violación del Derecho Internacional, enfoque que de hecho es una violación del Derecho Internacional Humanitario”, y recordó que Cuba apoya las gestiones iniciadas por México y Uruguay y otras que intentan un camino de paz y diálogo, llamando a la comunidad internacional a movilizarse para impedir cualquier acción que se preste para una intervención que está en manos de fundamentalistas estadounidenses y alcanzará a toda América Latina.

Esta advertencia se adelantó a la amenaza del gobierno del presidente Donald Trump contra Venezuela, quien en una “conferencia” en la Universidad Internacional de Florida, en Sweetwater, Miami, el pasado 19 de febrero, fue muy elocuente, preciso y brutal. Por una parte llamó a los militares venezolanos a traicionar a su patria, amenazándolos de manera infantil con que perderían “todo” si continuaban apoyando al “dictador” Nicolás Maduro, y entre otras consideraciones y amenazas asombrosas dijo que “los días del socialismo están contados, no sólo en Venezuela, también en Nicaragua y en Cuba», jugando a la “guerra fría”, a los tiempos de los filibusteros, a la implantación, al fin de aquella Doctrina Monroe de los años 1823, que sacó de las cuevas las viejas decisiones imperiales. El imperio se desnudó mostrando su decrépito rostro, su decadencia absoluta.

El canciller Rodríguez rechazó este intento de intimidación de Trump “hacia quienes de manera totalmente soberana, en ejercicio de libre determinación, hemos decidido construir y defender el socialismo, y la intimidación además hacia numerosos partidos, organizaciones y personas”, y dijo que analistas estadounidenses habían estimado que el discurso de Florida fue electoral tratando de intimidar también a los líderes demócratas (de Estados Unidos), a los votantes, en especial a los jóvenes inconformes con el sistema, acusados por el mandatario de querer instalar el socialismo en esa nación.

Para Rodríguez, el “aporte teórico” principal de Trump en su discurso de ayer fue la incorporación del macartismo a la Doctrina Monroe, en la defensa de un único poder imperialista, “al que sumó un anticomunismo extremo, visceral, pasado de moda, esencialmente viejo, anclado en la Guerra Fría”, afirmando que fue “una torpe y burda declaración de dominio imperialista sobre Nuestra América martiana».

El armado intervencionista

Además de las denuncias del gobierno de Cuba sobre el trasiego aéreo en el Caribe, el experto periodista Tom Rogan, en su artículo “El poder militar estadounidense se concentra silenciosamente cerca de Venezuela” publicado en el Washington Examiner el 15 de febrero pasado, escribió que el gobierno de Estados Unidos desplegó dos de sus portaaviones, el Theodore Roosevelt y el navío de desembarco anfibio USS Boxer, que lleva a bordo la 11° Unidad Expedicionaria de Marines (MEU), buques que operan desde su puerto de origen en San Diego (Pacífico oriental), a cinco a siete días de navegación de aguas colombianas, a poco más de 400 millas de la frontera con Venezuela, ”dentro del rango de fácil alcance de la artillería aérea”.

Las características de las MEU “representarían un equilibrio apropiado entre disuadir al régimen de Nicolás Maduro y amenazar con la invasión”, sostuvo Rogan (La Iguana TV).

También en los últimos días varios medios confirmaron la salida de un Grupo de Ataque con portaviones (CGS) frente a las costas de Florida en el marco de tensiones con Venezuela en una flota integrada por el portaaviones USS Abrahm Lincoln (CVN-72), un crucero misilístico, clase Ticonderoga USS Leyte Gulf y cuatro destructores clase Arleigh Burke USS Bainbridge, USS Gonzalez, USS Mason y USS Nite, además de una fragata de la marina española Méndez Núñez, invitada a participar de ejercicios militares COMPTUEX el pasado 25 de enero, lo que se hace «para probar las naves» antes de desplegarse hacia un objetivo, dejando trascender su posible destino: el Caribe. ¿Amenaza real o juego de disuasión?

En tanto, grandes aviones militares de Estados Unidos establecieron un corredor hasta Cúcuta, frontera colombo-venezolana, cargados presuntamente con toneladas de “ayuda humanitaria”, con gran publicidad, mientras que el pasado 10 de enero el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, confirmó las denuncias de movimientos políticos y sociales sobre un trasiego de poderosos helicópteros artillados que llegaban desde Estados Unidos a la base que este país ha establecido en el Darién, provincia fronteriza con Colombia.

Varela declaró que el 4 de enero pasado había viajado a Florida para reunirse con el comandante del Comando Sur Craig Faller en su sede, por supuesto sin permiso del parlamento y prácticamente a escondidas. Los helicópteros han continuado llegando y el gobierno panameño es denunciado ahora por su involucramiento en las operaciones contra Venezuela.

Estados Unidos tiene rodeada a Venezuela con la presencia de bases militares en Colombia, Aruba, Perú, Paraguay y otras islas del Caribe, y en estado de beligerancia en que el gobierno de Washington viola toda legislación internacional. Se han denunciado movimientos de sus tropas en la zona montañosa Montes de Oca, departamento colombiano de La Guajira.

El pasado 11 de febrero se conoció una constante entrada y salida de aviones y helicópteros de guerra estadounidenses en ese lugar detectándose la presencia de drones tomando fotos del territorio venezolano, y la llegada de equipos blindados a la unidad aérea de Estados Unidos.

El propio gobierno venezolano ha denunciado en su momento la presencia desde hace tiempo de organizaciones paramilitares de Colombia en la frontera con Venezuela, que han actuado en una cantidad de crímenes y acciones delictivas, y también esto es citado en el llamado Golpe o Plan Maestro (MASTERSTROKE) del Comando Sur, trazado cuando aún era comandante del mismo el almirante Kurt Tidd, en febrero de 2018. Si se observan los movimientos, sitios y países cómplices mencionados en ese Plan, son los que hoy están marcados en el escenario de guerra montado por Estados Unidos.

Las tropas de este país en las bases en Colombia están preparadas para actuar como apoyo en diversas acciones como “golpes quirúrgicos”, y pueden provocar a las fuerzas militares venezolanas utilizando también a los paramilitares colombianos.

Se citan como organizaciones paramilitares -también registradas en el Plan Maestro- El Clan del Golfo, Los Uribeños, los Rastrojos, las Águilas Negras, expertas en asesinar a líderes sociales y dirigentes indígenas. Además se han localizado otras similares como Resistencia Radical Venezolana, o la llamada Resistencia de los Jesuitas, de origen israelí (sionista), especialmente en los estados de Zulia, Táchira, Apure, con comandos que actúan alrededor del puente internacional Tienditas, precisamente por donde se intentará el próximo 23 de febrero ingresar supuesta ayuda humanitaria, sin descartar que esta pueda ser una acción “distractiva” mientras inician conflictos o provocaciones en otras zonas.

Hay analistas que miran hacia las fronteras con Brasil, Roraima, Manaos y Boavista, especialmente después de que por primera vez en la historia un general del Ejército de Brasil, en este caso, Alcides Farías Jr, quien está al frente del Comando de Brigada en Ponta Grossa, estado de Paraná, fue designado para integrarse al Comando Sur como subcomandante de las fuerzas estadounidenses. Esto ha provocado una verdadera crisis en el terreno militar en ese país, ya que, como cita el periódico brasileño Valor, Farías podría encontrarse con la posibilidad de estar al frente de una intervención en Venezuela, ya que estaría asignado al Fuerte San Houston, destinado a participar en esas acciones.

Valor destacó que sectores de la cancillería brasileña “mostraron preocupación con la posibilidad de que un cargo en la jerarquía de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos venga a legitimar una eventual intervención militar en la región” y que la participación de oficiales brasileños en el ejército de Estados Unidos “choca con documentos aprobados por el Congreso de Brasil definiendo las directrices nacionales que privilegian la actuación multilateral de las Fuerzas Armadas sin prevalencia de una única nación”. Se refiere a la Estrategia Nacional de Defensa y el Libro Blanco de la Defensa Nacional, mientras que el excanciller y exministro de Defensa, Celso Amorim, dijo que esto servirá para “legitimar una eventual intervención militar de Estados Unidos en América Latina y el Caribe y conferirle a una unidad de aquel país un papel similar al de la OTAN, sin que ningún tratado haya sido firmado con tal objetivo”.

Todos estos y otros datos determinan que los fundamentalistas “hombres de Trump” intentan ejercer una presión absoluta, una asfixia económica y militar con una aparatosidad que parece más el comienzo de una guerra contra una gran potencia con fuerzas similares. O, en todo caso, una maniobra para intentar disuadir por terror, ya que no es fácil una intervención militar que nadie asegura en qué puede terminar y que le ha creado a Washington severas contradicciones internas y con una absoluta mayoría de países que no apoyan esta situación. Las amenazas de Trump a los militares venezolanos fueron un boomerang, porque estos se sintieron agraviados y humillados dando una respuesta clara y severa, declarándose absolutamente dispuestos a la defensa de su patria.

Esta aventura bélica amenaza a toda la región, pero también a los propios Estados Unidos, y se refleja en la resistencia de diversos sectores políticos e incluso militares de ese país a esta bravuconada de Trump. A pesar de la guerra mediática, que es parte de este esquema de guerra asimétrica, híbrida, el nombre que se quiera dar a este claro intento de guerra colonial de apropiación de recursos y territorios, de rapiña y dominación por la violencia en pleno siglo XXI, ya se sabe que en Venezuela no hay una crisis humanitaria. Lo que sí existe es un bloqueo de Estados Unidos y sus aliados, más el robo de más de 30 mil millones de dólares, confiscados a ese país, y otros daños similares. Y como contrapartida está la ayuda de Rusia y China mediante un corredor áereo ante el cerco que sufre Venezuela.

Pero hay que destacar algo más potente y es la capacidad de resistencia que ha demostrado tener el gobierno de Nicolás Maduro, el pueblo y las fuerzas armadas patrióticas de Venezuela, superando situaciones gravísimas, como antes lo hizo Hugo Chávez Frías a partir del fracasado golpe diseñado por Estados Unidos en abril de 2002. Desde ese momento ha habido veinticinco elecciones ganadas por Chávez y su sucesor Nicolás Maduro y dos perdidas, reconocidas por el gobierno.

Cuando la oposición llegó a tener mayoría en el Congreso, al jurar en 2016, la primera y única promesa y programa anunciado por el entonces “democrático” presidente de la Cámara Henry Ramos Allup fue que antes de fines de 2016 iban a derrocar a Maduro. Desde allí se ha llegado a 2019, con Maduro reelegido en elecciones observadas y auditadas en mayo de 2018, donde participaron opositores que prefirieron ir al desafío electoral antes que llamar a la intervención de una potencia extranjera. Esto obsesionó a Washington e hizo posible que finalmente se sacaran la máscara.

Nadie puede ignorar de qué se trata. “O se está por la paz o contra la paz, o se está por la guerra o contra la guerra”.


 

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