En 2017 se necesitará más ciencia básica y aplicada

Por Silvia Montes de Oca

El verano llegó a la Argentina después de un año intenso. “Largo pero que pasó rápido”, me apunta un becario posdoctoral que sabe de qué habla porque, en general, para los científicos fue así: en tanto trabajadores de la ciencia, en tanto investigadores, en tanto divulgadores. Arribaron al final del año con la toma del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva durante cinco días de un tirón. Y hubo ocupaciones temporarias del espacio en la última semana del año. Pre-arreglos, post-acuerdos, post-promesas. Insistentemente incumplidas. O cumplidas con los dientes apretados. Midiendo tiempos y resistencia. Midiendo la comunicación. El cuándo y el cómo. Tirando de la piola. A ver hasta dónde da.

En diciembre, el playón del Polo Científico Tecnológico, en las ex Bodegas Giol, fue ocupado –también– por los bidones de agua mineral, alimentos enlatados, bolsas con frutas, galletitas de todo tipo y fideos (que no había donde cocinar), pero con cuyos paquetes se hubiera podido adornar un Pino Araucaria. Algunos científicos estuvieron a punto de pasar allí la Navidad. Lo antedicho podría leerse como un encuentro no académico entre ciencia y sociedad. Un encuentro de todos en el llano, que ni siquiera implicó momentos de tensión cuando los científicos cortaron la calle o la intersección de calle y avenida. El tránsito vehicular y peatonal pareció estar del lado de su causa. El sonido de las bocinas de camiones y colectivos al paso por el Polo Científico Tecnológico –donde también está el CONICET– se interpretó en ese sentido.

Los días finales del año fueron escenario de extrañas paradojas y refrescaron la idea de que la ciencia es política y no es neutral. Mientras el Gobierno dio muestras de su errático e inconducente interés en la gestión política de CyT, el ministro del área cerró su actividad laboral asegurando que esperaba gozar de sus vacaciones –como ministro a cargo–. Fueron los días en que dudosos y diletantes criterios se aplicaron a la admisión de la Carrera del Investigador Científico. Los recortes presupuestarios en el área habilitaron cataratas de bits en las redes, hubo móviles de televisión apostados frente al Polo y periodistas que tuvieron que darle la derecha al reclamo desde los mismos estudios de las corporaciones mediáticas más afines al Gobierno. Los científicos tienen voceros con argumentos imbatibles. Debe ser eso.

Las organizaciones que agrupan y gestionan los reclamos están compuestas por científicos que tuvieron que consensuar respecto de los métodos de acción para que lo político no se vuelva un escollo que boicotee los objetivos del conjunto. Algunos ejercieron presencia por necesidad y otros por solidaridad. Unos menos han sido entrevistados, conocidos a través de las cámaras, y otros se encontraron descubriendo los efectos del protagonismo en conferencias de prensa en las que no se habló de descubrimientos, papers ni patentes. Como en la noche de los tiempos, están reclamando. Han vuelto a reclamar. Ni un paso atrás. Investigar es trabajar. Los emparenta la lucha por ese derecho. De sus obligaciones han dado cuenta tal vez mejor que muchos otros sectores que funcionan bajo el sistema fordista y pretendidamente acrítico, cuya centralización ejerce el Ministerio de Modernización, operando con su lógica en cuanto intersticio sea posible.

Las negociaciones no son sencillas y la búsqueda de acuerdos requiere de una dinámica que no tuvo que ponerse a prueba, cuerpo a cuerpo, en los últimos años. ¿Doce? ¿Menos? ¿Importa ese rango? Sí, en la medida en que hay que buscar bastante más atrás en el tiempo para encontrar una racha de continuidad y estabilidad para las condiciones materiales de desarrollo científico y tecnológico. Y no estamos hablando de épocas doradas, que, como todos sabemos, sólo existen en la ficción.

Enero es a la ciencia y a la Universidad el tiempo forzoso de las vacaciones. Es tomar algo de aire y sacar la cabeza fuera del agua para afrontar el año que empieza en febrero. El ministro del área habrá regresado de su merecido descanso. Como ministro. ¿Por qué se queda, Sr. Ministro? Más de un par, compañero en la gestión o no, contemporáneo o no, conocido profundo o circunstancial, se lo pregunta. No alcanza con saber por qué no se fue. No alcanza con saber que no es función del Ejecutivo de la Ciencia cuidar a los científicos. Los científicos se cuidan solos. Ya se pusieron a prueba ensayando sistemas de alerta temprana, protocolos de encuentro y articulación intergeneracional, interprovincial e interciencias. Básicas y aplicadas, exactas y sociales.

Diciembre fue el último mes de un año en que se reconocieron atravesando un punto de inflexión. Repensándose a sí mismos y a su hacer. Atravesando una instancia inesperadamente oportuna para optimizar la organización. Convocados, empoderados, autoconvocados, precarizados. En red. Porque saben algunos y advierten otros, más tarde que temprano, que la trama que los sostenía empezó a abrirse como un hilado viejo.

Como en el esquema radial que enseñaban en el colegio para hablar del funcionamiento del Puerto de Buenos Aires como nudo articulador de todo el país, los investigadores y becarios que están fuera del centro-sede de las decisiones mayoritarias se aprestan en distintos espacios para dar lugar a su voz y su voto. Me niego a llamarlos “los del Interior”. Son los CCT (los Centros Científicos Tecnológicos) del CONICET y las nuevas Universidades nacionales: telones de fondo de la investigación básica y aplicada. Han constituido nuevas centralidades desplazadas de los nodos tradicionales. Patagonia Norte, Santa Fe, Rosario, Cuyo y San Luis, entre otros.

En sus años de gestión durante el Gobierno anterior, el ministro de Ciencia Lino Barañao solía identificarse como un gremialista científico. Prestigiosos investigadores nuestros, aquí y en el mundo, instalaron hashtags en las redes sociales mientras se habla del desguace del CONICET. “Si los fondos no llegan, va a ser difícil que yo continúe” (como ministro), decía Lino Barañao en octubre pasado.

No hay científicos hipocondríacos. Hay un ministro que no resiste los archivos.

El tiempo no ha parado de correr desde la última concentración masiva a fines de octubre frente al Congreso. Sigue corriendo, y eso lo saben de un lado y del otro de la negociación. El Gobierno sería la llamada patronal. Y del otro lado están los que antes estuvieron juntos, los que se conocen, los que van por la defensa del sistema científico-técnico y los que ahora están distanciados pero no quieren o pueden romper filas del todo. Algunos protestaron en la calle al mismo tiempo que sus otrora pares –hoy en la gestión– se sientan a la mesa del extraordinario complejo de la ciencia argentina, en el barrio de Palermo. El que se inauguró en 2007 y se construyó hasta en el último metro cúbico proyectado. No es un caso aislado. Se multiplicaron los edificios en todo el país. Lugares para ejercer el oficio de investigar.

A río revuelto, los pescadores en el poder buscan, si no ganancia, al menos dilación para continuar con las políticas que inexorablemente van dejando trabajadores de la investigación fuera del sistema.

A río revuelto, los pescadores en el poder buscan, si no ganancia, al menos dilación para continuar con las políticas que inexorablemente van dejando trabajadores de la investigación fuera del sistema. Así es como no se otorgaron becas en la Carrera del Investigador en algunas provincias. Se cercenan líneas de investigación y con ellas, el impacto local de una aplicación tecnológica que ya no podrá ser. Se corta la investigación básica que tras un tiempo podría generarla. Y luego, desde el Gobierno se argumenta necesitamos más ciencia aplicada.

El Dr. Gabriel Rabinovich, un argentino muy conocido en el país y en el mundo por sus investigaciones y el diseño de nuevas estrategias terapéuticas vinculadas a enfermedades autoinmunes y al cáncer, multipremiado y con nueve patentes en su haber, dijo en su cuenta de Twiter: “para los que estigmatizan los temas de trabajo en CONICET les quiero contar que nosotros empezamos a investigar sobre un tema que en su momento no tenía absolutamente ninguna aplicabilidad directa y luego de un trabajo sostenido en el tiempo nos llevó a la situación actual con posibilidades claras y tangibles de transferencia a la salud humana. Pero sin esa etapa de ensayo y error, de libertad creativa, de publicación de resultados en forma gradual (los llamados papers en revistas científicas) hubiera sido imposible concretar. Deseo que los jóvenes tengan las mismas oportunidades que yo tuve de cumplir mis sueños”.

El sistema científico-tecnológico de la Argentina está recalculando sus coordenadas y sus estatutos a la luz de los nuevos escenarios que cristaliza la política. Se nombra a sí mismo y hace llamamientos a la sociedad –como dijo en un comunicado la Asociación Física Argentina: “a los que están dentro y fuera de sistema científico-tecnológico argentino…”–. Coherente. Porque el ministro Barañao reconoció que, “más que presupuestaria, la decisión de impedir nuevos ingresos al CONICET era política”. Nuevamente, la sentencia permite entender la consolidación de un modelo de país y, consecuentemente, la lógica de un determinado tipo de producción científica que acompañe y garantice la prosecución de un desarrollo dependiente. Sin el «in».

Se viene un tiempo de balances para la acción. En términos de políticas y de medida de los recursos: humanos y materiales. Investigación-acción. Esto va más allá de cuántos investigadores resultaron, resultan o resulten directa e inminentemente afectados. Se habla de nuevas fugas de cerebros en el futuro. Cuando arranque febrero, la trama que sustenta a la actividad científico-tecnológica amanecerá porosa. No sólo habrá que evitar la fuga: habrá que evitar la caída de los investigadores por los cada vez más grandes agujeros del sistema.

Comenzó 2017. Punto y lugar de continuidad y de inicios. Haciendo ciencia en los laboratorios y en la calle. Revoltosos y enredados.


 

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