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Eduardo Jozami, político: de los «seis meses» del Estatuto Profesional al gestor cultural crítico y militante

Por Jorge Bernetti (*)

Eduardo Yazbeck Jozami, tal el nombre completo del descendiente de emigrantes libaneses que era conocido como todos los de su ascendencia como «El Turco», fue uno de los personajes característicos de la cultura revolucionaria y progresista de los años 60 y 70, típicos de la Buenos Aires culta y rebelde de esa época.

En la historia gremial del periodismo argentino, Jozami, unido a la figura de su compañero mártir Emilio Mariano Jáuregui, deberá ser recordado por su actuación como secretario general del Sindicato de Prensa de la Ciudad de Buenos Aires. Jáuregui y Jozami –como se los solía nombrar en yunta– fueron los responsables de una gran modificación aún vigente, aunque poco aplicada, del Estatuto del Periodista. Consiguieron que el Congreso de la Nación modificara –para bien– el gran Estatuto promulgado por la Secretaría de Trabajo a cargo del coronel Juan Domingo Perón y ratificado luego por el Congreso de mayoría justicialista. Le introdujeron nada menos que una cláusula especial por lo que a la indemnización normal por despido, hasta entonces de un monto de un mes por año de servicio, se le agregaban otros seis meses más.

Jozami, el hijo de una familia cristiana árabe, ingresó para hacer su secundario en el Liceo Militar General San Martín, pero, como el escritor David Viñas, no concluyó el ciclo en ese colegio de oficiales de reserva en el que se graduaron Raúl Alfonsín y Esteban Righi. Este sereno pero firme crítico de la sociedad en la que vivía llegó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Se graduó de abogado y se hizo militante del Partido Comunista, su primera experiencia política. Pero también se inició bien joven en el arte y el mundo del periodismo de la época, rico en cultura y experiencias innovadoras. Jozami se inició en Clarín –como recordó el propio diario en su nota necrológica aunque se le olvidara apuntar que el Turco había sido el secretario general de su Comisión Interna y que, en función de su buen comportamiento como representante de sus compañeros, había sido recompensado con el despido–.

Jozami, junto a Jaúregui –asesinado en 1968 por la policía del dictador oligárquico-militar Onganía–, conducía el gremio de prensa porteño y la Federación Nacional de Trabajadores de Prensa (FATPREN), uno de los pocos gremios intervenidos en 1966 por esa entelequia conservadora protofranquista de la «revolución argentina». Poco tiempo antes había conducido, a propósito de su salida del Partido Comunista, a la acción de salida del Sindicato de Prensa del Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS), el frente gremial del PC.

En esos años de ardorosa reivindicación de la Revolución Cubana, la guerra de Vietnam, las luchas del Tercer Mundo y la progresiva reivindicación de los contenidos revolucionarios del peronismo, Jozami militó en la izquierda de acción directa. Tuvo participación importante en los Comandos Populares de Liberación (CPL). Mantuvo un vínculo con el apoyo a la acción del Che Guevara en Bolivia. Fue secuestrado y torturado por los grupos policiales de la dictadura de Onganía y su liberación fue el producto eficaz de un amplio movimiento de solidaridad.

Llegó al peronismo revolucionario en Montoneros y en 1975 fue detenido durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón. Fue por siete años preso político integrando el pelotón amenazado de muerte que integraron entre otros Jorge Taiana, Carlos Kunkel y Ernesto Villanueva y del que fue desprendido para ser fusilado en una miserable aplicación de la ley de fuga Dardo Cabo, otro militante que también fue periodista.

La vida de Jozami estuvo sólidamente entrelazada a la de Lila Pastoriza, una militante política y periodista que, en esa misma época, fue secuestrada por los grupos de tarea de la Armada y torturada en la ESMA. Largos años de separación forzosa, aislamiento y violencia física culminaron en 1983 cuando ambos pudieron reunirse en México.

Jozami y Lila volvieron a la Argentina. Adoptaron una hija. El Turco en aquellos años durísimos se sostuvo humanamente, ratificó sus valores y principios y dio paso a un nuevo curso de acción. Otra época se abrió entonces en el país y después de los horrores de la dictadura se abrió paso la tarea imperiosa de superar los errores aparatistas y militaristas. El abogado y periodista Jozami avanzó en la recuperación del movimiento popular. Hizo política. Fue uno de los primeros en constituir lo que se llamó el Frente Grande, principal componente posterior del Frepaso.

Eduardo Jozami se convirtió por el voto popular en concejal del Concejo Deliberante, reformulado luego con la autonomía de Buenos Aires en la Legislatura de la Ciudad. Prontamente ingresó en el claustro de profesores de la Facultad de Ciencias Sociales como profesor de Economía, disciplina en la que se formó en el nivel de posgrado.

Pero en la otra cara de esa militancia, conformó un perfil otro de periodista: fue un editor cultural-político gestor de revistas que como Crisis y El Caminante, entre otras, brindaban un equipamiento crítico, ideológico e histórico a los sectores que procuraban ahora una revolución a través de la democracia. Eduardo se convirtió en su etapa mayor, de más grande –pese a que su perfil físico siempre lo presentaba como joven–, en diseñador de una escritura exploradora de los problemas de renovación del movimiento popular y de la perspectiva socialista estallada en el derrumbe del Muro y de la URSS. Sus libros donde indagaba sin complejos y respetuosamente en las acciones políticas de John William Cooke y Rodolfo Walsh constituyen textos imprescindibles para la urgente formación de las nuevas generaciones políticas.

El escritor nunca hizo echar atrás al gestor político. Fue secretario de Vivienda del gobierno de la ciudad de Buenos Aires que encabezaba Aníbal Ibarra, cargo que abandonó por diferencias políticas importantes acerca de la materia de la que era responsable.

Participante claro de la etapa kirchnerista –en la que fundó la agrupación Participación Popular– con un estilo alejado del estrépito, fue director de Centro Cultural Haroldo Conti, físicamente instalado en la ex ESMA y centralmente ocupado de la reivindicación de la teoría y práctica de los derechos humanos.

Fue uno de los participantes más dinámicos del complejo colectivo Carta Abierta y en el gobierno de Alberto Fernández fue con los ministros de Defensa Agustín Rossi y Jorge Taiana director general de la Dirección de Derechos Humanos, nada menos que del Ministerio de Defensa.

Una vida tan prolífica, tan políticamente rica, volcada a la vida pública y al movimiento popular, generó los enemigos obvios e imprescindibles que se consiguen si se hizo bien la tarea prometida, pero tuvo la recompensa de sus muchos compañeros y amigos que la compartieron, hoy la recuerdan y reivindican en su recorrido generoso.

*Escritor, periodista, docente y ex director de la antes Escuela Superior de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP


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