Con tanto humo, el bello fiero fuego no se ve

Por Tomás Viviani

Suscitada la tragedia ocurrida en Olavarría durante el fin de semana, una catarata de desinformación, datos falsos, malas prácticas periodísticas y un enjambre de irresponsabilidades evidenciaron lo que el fenómeno Solari realmente es: una expresión de la cultura popular y masiva absolutamente incomprendida por los medios dominantes. Y frente a esa incomprensión, la reconstrucción del enemigo público número uno: los jóvenes de los sectores populares, público predominante en los shows de la diáspora de ricota.

Durante la noche del sábado 11, al horario del recital, la primera información que corrió –con mucha dificultad porque los teléfonos no andaban dado el colapso de las antenas– fue que el Indio había parado el concierto entre el tercer y el cuarto tema porque aún había mucha gente afuera. Durante los días previos se palpitaba una fecha histórica. Nadie podía sacar de la cabeza de su público que esta fuera, quizá, la última fecha de su único héroe en este lío. La cantidad de entradas vendidas era sólo una de las variables a evaluar porque, como dijo Solari a Pergolini en una de sus últimas entrevistas, para su público el sold out no existe. El público va. Y entra. Y hace pogo. El método de reducción de daños que la producción se viene dando –incluso en detrimento de sus propias ganancias económicas– es que entren todos. Porque saben, y sabemos, que lo contrario es peor.

Al finalizar el show los rumores se convirtieron en información –luego sabríamos que falsa, construida sin los más mínimos elementos del periodismo serio y, para peor, provenientes de la agencia pública de noticias–. Telam publicaba pasada la medianoche que había siete muertos producto de una avalancha. Esa información fue replicada por otros tantos medios –algunos de ellos, los de mayor audiencia– y con criterio, ya que la función de la agencia de noticias es, justamente, proveer de información a los medios. Luego nos enteraríamos de que la “información” se sustentaba en un rumor, y que Télam no había enviado cobertura al evento para recortar gastos. El pánico ya estaba sembrado, cientos de miles de padres pensaron en sus hijos, con quienes estarían incomunicados por horas dado el colapso de la telefonía, de las rutas, de las redes. El paso en falso de la agencia estatal fue esclarecido por una carta pública de sus trabajadores, en la que se aclaraba la situación y se denunciaba el vaciamiento.

Pero la aclaración sólo tuvo efecto sobre la cantidad de muertos, no sobre la supuesta causa: la avalancha. Así que, con la certeza de las dos víctimas fatales –y las imágenes de la primera interrupción del show en las que se ve al Indio señalar un tumulto a pocos metros de las vallas que contienen al público frente al escenario, y pedir por seguridad y defensa civil–, los medios masivos dedicaron todo el domingo y gran parte del lunes a fogonear la tragedia y endilgar responsabilidades, haciendo hincapié en Solari, máximo exponente de la cultura popular, líder indiscutido con capacidad de movilización casi excepcional.

Hoy sabemos algo más. Javier León se descompensó durante el primer tema. Estaba con su esposa María José y su hijo Luca. Lo acompañaron hasta el puesto sanitario, fue atendido, lo trasladaron al hospital. Llegó sin vida. Sobre la muerte de Juan Bulacio se sabe menos, la autopsia confirma paro cardiorrespiratorio traumático, sin señales de aplastamiento. Es decir, murió por el cese de la función cardíaca, pero no sabemos qué ocasionó la falla. En principio, nadie habría muerto por ninguna avalancha y una de las dos víctimas fue atendida con vida en uno de los puestos sanitarios del lugar.

El desempeño de la fiscal Susana Alonso merece al menos una línea. Durante la madrugada del domingo fue víctima de las operaciones mediáticas, pero con el correr de las horas alcanzó a declarar: Pensamos que era más catastrófico”. ¿Quiénes pensamos? ¿En base a qué información? Los medios masivos ya habían hecho su trabajo.

Otras líneas merece la omisión que hicieron los medios respecto de la ausencia estatal, principalmente sobre el intendente Ezequiel Galli. Para comprender es necesario reconstruir datos previos: Olavarría es una ciudad emblemática para el público ricotero porque en 1997 su intendente, Helios Eseverri –fallecido en 2007– canceló por decreto y dos días antes un show de los redondos. Esa cancelación desató un hecho histórico, la única conferencia de prensa concedida por Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, con la banda en pleno, frente a la prensa. Ese día Solari pidió disculpas a su público –“los chicos que están afuera”– y declaró: “con la tranquilidad de haber venido acá, a este pueblo, a hacer un show, habiendo cumplido con todos los requisitos en tiempo y forma para que este recital fuera una fiesta, que es lo que acostumbra a ser. Por algún motivo, que yo me atreveré a decir de índole totalmente burocrática y desconociendo la realidad, se decidió –el señor intendente, con un decreto– la prohibición del espectáculo que íbamos a hacer”.

El actual intendente, el que dicen los medios «no tiene nada que ver», declaró: “El recital se nos fue de las manos”. Galli, radical en la alianza Cambiemos, fue, hasta la fatídica noche, uno de los principales promotores de la fecha. Desde que se conoció que se buscaba lugar para una nueva “misa” Olavarría apareció en la lista de posibilidades, ofrecida por su intendente, quien declaró días antes a los medios que el show “es una cuenta pendiente para la ciudad”, “estamos felices por el evento”, y “cada área del Municipio ya está trabajando para el día del recital”. Una recorrida superficial por Twitter alcanza para revisar su conducta: no hubo ambulancias suficientes, no hubo una buena señalización de la ciudad que les permita a los jóvenes ubicar sus puntos de encuentro, no hubo previsión para contener la cantidad de gente que llegó a la ciudad, no hubo contención posterior, sólo se encargaron de trasladar a otras ciudades cercanas al tumulto de jóvenes en camiones de remolque (aunque dijo, ni bien sucedida la tragedia, que ayudaría a los jóvenes a volver a sus casas), entre tantas ausencias más que se podrían interpretar a partir de los mensajes de los asistentes. Sin embargo, de estos datos no apareció ni una mención en los grandes medios.

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La violenta operación de los medios masivos se basa en dos factores. Uno es el odio visceral por los símbolos de la cultura popular. Una cultura que les resulta hermética, indescifrable, lejana y, por lo tanto, imposible de manipular a partir de los mismos métodos con los que moldean la agenda diariamente. El Indio ejerce la conducción profundamente política de la organización no partidaria más grande que existe en nuestro país. Siempre sentó posiciones de modos ciertamente encriptados, pero en los últimos años decidió jugar fuerte, blanqueó su apoyo al kirchnerismo, escribió a Cristina en ocasión de la muerte de Néstor, permitió a Aníbal Fernández que hiciera públicas ciertas expresiones de apoyo. Incluso en los últimos días adhirió a una solicitada de artistas contra las políticas de Macri; destrató al intendente macrista que lo había ido a recibir al aeródromo intentando la foto que todos quieren; anticipó que “hay intereses oscuros que con pocos miembros pueden alterar la fiesta”, y pidió: “Cuiden al que tienen al lado”.

La rara avis de las industrias culturales se fue convirtiendo, año a año, en una anomalía por demás incómoda para los sectores dominantes. Las muertes del sábado 11 aparecieron en el horizonte de esos sectores como la posibilidad de dar muerte a ese liderazgo, retirar al Indio de los escenarios, cesar su capacidad de movilización, su influjo sobre los cientos de miles que van y otros tantos que lo siguen desde sus hogares. Había que convertirlo en un asesino.

Pero no sólo en ese sentido operan los medios. El otro factor utilizado es la homogeneización que usualmente se construye sobre el público que sigue al Indio. Si bien debe ser uno de los públicos más heterogéneos, constituido por hombres y mujeres de todas las clases sociales, por familias enteras que asisten a cada reunión, se intenta abroquelar toda esa diversidad en un único sujeto social: el joven pobre de la periferia urbana. Y ese sujeto es construido por los medios masivos durante cada uno de los días. Es un público violento, adicto, embrutecido, empobrecido. Y a esa operación se le adosa otra igual de perversa, la que homologa grupo social con tipo de música. Si el público es de esas características, la música de Solari es arte menor, también embrutecido, también empobrecido. La fórmula encadena, entonces, a un artista masivo que interpela a un público embrutecido a partir de una expresión artística menor. Toda una operación de deslegitimación social que ignora los porqué de las prácticas populares.

Ese coctel de simplificaciones cínicas construyó una cobertura mediática paupérrima que sólo sirvió para engrosar la tragedia. Veremos cómo en los próximos días los esfuerzos por hacer del Indio Solari un delincuente perseveran. También veremos cómo la principal defensa la esbozan los “desangelados”, aquellos que tampoco se dejarán arrancar el alma que traen de la calle, donde la banda de sonido no es otra que la de Patricio Rey.


 

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