Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

Anto en la pile

Por Paloma Sánchez y Sol Logroño*

Como un avión de papel lanzado hacia Saturno, resuena la voz de Anto mientras transmite en vivo por Facebook Live y espera que comiencen a aparecer las “reacciones” de sus amigos. Pero la performance en la que se muestra refrescándose con un traje de baño blanco en la pelopincho de su casa no recibe ni un corazón, ni un me gusta, ni una sonrisa.

Anto habla sobre el clima, se muestra deseante y no se cansa de repetir “comenten”, buscando respuestas a su video. Se graba con el teléfono celular, con el típico encuadre contrapicado que caracteriza a las selfies, a la vez que habla con sus amigos de la red social.

El video de Anto ha sido parodiado con otros videos, algunos realizados por figuras reconocidas del espectáculo, y se han hecho decenas de canciones y memes, que comparten un tono de burla.

No obstante, poco y nada sabemos de la joven protagonista. Luego de que el video se hizo viral, alguien se la encontró en el subte y ella aceptó ser filmada y enviar un saludo. Otra vez su imagen se viralizó.

A los pocos días, su papá habló en un programa de televisión y declaró que Anto tiene un retraso mental y que estaba muy triste, ya que las burlas eran permanentes para ella y toda su familia. Sólo hasta el lunes pasado, el video original tenía más de dos millones y medio de visitas en Youtube.

Ahora bien, ¿por qué se hizo viral este video?

Tal vez sólo podremos aproximarnos a esa gran incógnita si reflexionamos primero sobre algunos aspectos del proceso de mediatización de la cultura que transitamos como sociedad.

Como resultado de la penetración cada vez mayor de las tecnologías de la información y la comunicación en nuestra vida diaria, ya no puede hablarse de espacios “virtuales” en contraposición a otros “reales” -aunque sea posible distinguir características particulares de cada ámbito-, ya que lo virtual es parte de nuestra realidad cotidiana y se encuentra profundamente ligado a ella. Lo cierto es que entre estos espacios se comparten vínculos, relaciones y experiencias que no se limitan a la información y a la comunicación, sino que también afectan a la configuración de los cuerpos, del funcionamiento económico, de los marcos colectivos de la sensibilidad y el ejercicio de la inteligencia.

En este sentido, la antropóloga y comunicadora Paula Sibilia afirma que estamos viviendo un momento de transición que denomina “extimidad”, esto es, una mutación en las subjetividades en la que lo íntimo -qué comemos, dónde estamos, con quiénes, qué hacemos- se monta con cuidado para ser mostrado, a diferencia de otros momentos históricos.

Las redes sociales digitales se vuelven, entonces, un ámbito de construcción de subjetividades a la vez que de socialización. Y esto se advierte principalmente en los jóvenes. De ahí que Anto apele a los otros, a sus amigos de Facebook para interactuar. Así, también en la redes se marcan a fuego los estereotipos acerca de cómo deben ser los cuerpos, la sexualidad femenina y los momentos de ocio y disfrute.

De esta manera, sostiene Sibilia, “el narrador de sí mismo no es omnisciente: muchos de los relatos que le dan espesor al yo son inconscientes o se originan fuera de sí, en los otros, quienes además de ser el infierno son también el espejo y poseen la capacidad de afectar la propia subjetividad.”

A veces se sostiene que por las redes sociales circulan informaciones o contenidos diferentes a los de los medios de comunicación tradicionales, sin embargo, parece que más bien funcionan como un gran colador en el que sólo nos llegan discursos que pueden interesarnos, pero siempre con la misma agenda de temas: la del poder hegemónico.

Para comprobarlo, basta con observar el diálogo fluido entre las redes y los grandes medios de comunicación, donde tweets y posteos de Facebook se convierten en noticia en cuestión de segundos. El video que la joven hizo para su círculo en la red social, así como todas las producciones que lo parodiaban, no fue la excepción. Rápidamente fue recuperado, en especial por la televisión, lo que potenció su alcance y masividad.

Ahora bien, cabe preguntarse por qué se hizo viral el video.

Anto es una joven mujer que muestra un cuerpo gordo sin pudor, con toda la sensualidad y feminidad. No tiene reparos a la hora de dar a conocer su deseo, pide comentarios -que es lo que la mayoría quiere recibir al realizar una transmisión en vivo- y muestra su realidad sin complejos.

Claro que su imagen no encaja en los cánones tradicionales de belleza, con cómo presentan los medios de comunicación masivos a las mujeres atractivas y deseadas -lo que se nos encarna, aunque no queramos, en el sentido común. Los medios participan en la construcción de una imagen estética deseable para las mujeres que se internaliza como ideal del cuerpo. ¿Qué sucede cuando este ideal se transgrede? Los estereotipos que las industrias culturales configuran en torno al cuerpo femenino constituyen expectativas que se visibilizan, sobre todo, cuando estos códigos subyacentes -que nadie escribió, sobre los que rara vez se reflexiona en pantallas- se quiebran.

Imaginemos por un momento que Anto hubiera sido Pampita en una piscina lujosa y no en una pelopincho. Dejemos las mismas líneas de texto, las poses y la malla blanca para la protagonista del video. Las repercusiones hubieran sido otras: halagos, piropos, expresiones celebratorias de todo lo que sí debe ser una mujer, un cuerpo-objeto moldeado para el mercado que se muestra como una escultura viva haciendo desear a la masa. El título de la sección de espectáculos para los portales hubiera sido: “Pampita incendió las redes con un video en Facebook” o “El video hot de Pampita”.

Entonces, ¿qué hizo Anto en el video? Recuperó la gramática de las mujeres-éxito, esas mujeres que proponen los medios que seamos, esas mujeres imposibles. Con cuerpos y entornos perfectos. Porque estas mujeres no sólo valen por su apariencia, sino por las casas que habitan, la belleza de sus hijos, las piscinas que muestran o las playas donde vacacionan. Son ellas y sus perfectos escenarios. No podemos ser ellas, nunca, pero podemos intentarlo.

Por otra parte, por las imágenes del video y las posteriores declaraciones de su padre, sabemos que Anto proviene de una familia numerosa del conurbano perteneciente a los sectores populares. Esta posición social subordinada se relaciona con sus condiciones de vida e ingresos, pero también con el poder, prestigio social y una determinada matriz cultural.

Tal como afirmaba Aníbal Ford por 1988, “Poner en contacto a la(s) cultura(s) de las clases populares con los medios de comunicación es ponerlas en contacto consigo mismas”. Así, el autor postulaba que los medios recuperaban rasgos y características de los sectores populares para construir el entramado de sus contenidos, dirigidos principalmente a los públicos de los cuales se nutrían. En un nuevo revés comunicacional, podríamos esbozar que hoy los medios recuperan directamente las producciones realizadas por los propios sectores populares para amplificar su alcance y garantizar su llegada.

A la hora de producir su video, Anto no se detuvo a pensar lo que no era. Sin algunas limitantes psicosociales típicas -producto o no de su discapacidad, no lo sabemos- y con toda frescura y carisma recuperó lo posible, lo válido para la estética de las mujeres-objeto, la atravesó y la hizo propia, logrando una transgresión poco frecuente a lo permitido.

Vale señalar que los comentarios y parodias que la injurian forman parte de un entramado social complejo de discursos que intentan disciplinar a la mujer. Se ríen de ella como doble castigo: por exhibirse provocativa y por no encarnar el modelo esperable para esas escenas.

La joven se animó a mostrar su cuerpo, su sensualidad, sus ganas de sociabilizar en su pileta, rompiendo con los esquemas hegemónicos de cómo deben ser las mujeres, las casas y las estéticas para hablarle a los otros, esos “amigos” que hay detrás de las pantallas. Y esa voz, como un avión de papel, recorrió el espacio y nos pegó en la cara. Todos nos volvimos un poco amigos del Face de Anto, aunque, está claro, no la conocemos.

Buena oportunidad para repensar concepciones tan arraigadas acerca de qué es lo mostrable y lo bello, qué es la sensualidad y a quién pertenece. Tal vez, si nos miramos en el espejo, nos veremos más parecidos a Anto que a Pampita. Más reales, menos imposibles, más sujetos y menos objetos.


* Observatorio de Jóvenes, Comunicación y Medios, FPyCS, UNLP.

SECCIONES