“Urgentes”: la voz del interior

Por Ramiro García Morete

“Yo, que me entremezclo sobre un bote/ y navego corriente arriba/ hacia zonas imprecisas/ a maridar entre el sentido, otra vez”. Cree que hay una voz, tan intangible como ineludible. Una voz que se impone. Su urgencia no es la de la prisa porque sabe “la literatura es lo más real que hay” y sus tiempos son otros. Sí, aún puede respirar el olor a aceite que expedía Moby Dick, cuando lo cautivó en el Normal I. “Esto, que se escribió hace 150 años en un territorio y una época que nunca conoceré, me está removiendo las tripas”, pensaría. “Un libro que escribiste, decidida, hace 52 años,” escribiría a Susan Sontag. Y es que el lector de mi libro aún no ha nacido –dijo alguien– pero el libro sí. Hay una urgencia y una sensación “de que ese poema o ese cuento o esa novela no la va a escribir otra persona que no seas vos”.

Una voz que se impone con la misma naturalidad que el dulce sonido de Beatriz. En la casa de Los Hornos, la abuela recitaba versos del siglo de oro español o letras de tango como quien tararea en la cocina o haciendo los mandados. Unos años después, su madre, docente y también parte de la pizzería familiar, le enseñaría “qué es una metáfora, un verso y que en literatura la voltereta o el contorno es más directo que lo directo”.

Desechando la idea de “influencias puras” iría construyendo un universo de referencias que iría desde Vallejo hasta Bob Dylan, a la par de hacer canciones y liderar Velocidad Entre Vientos Feroces. La voz presente, varios poemas desechados y la venia de amigos  con criterio literario, lo impulsarían a su primer libro. Eso y la muerte de un amigo del secundario “por una bala perdida”. La muerte está en todos lados, pensó. «No quiero morirme sin publicar estos poemas».

“Los temas o los argumentos que atraviesan el libro son los que le pueden pasar a un hombre o una mujer en un año de vida –explica–. Y ahí creo que voy a responder eso nomás”. Viajes, misticismo, erotismo, cotidianeidad, metalenguaje y por qué no política se dejan entrever entre poemas consistentes, donde la forma y la emoción no se vencen sino que se potencian. A veces sostenidos en la acción, otras en adjetivos y siempre en imágenes. José Peña va encontrando su voz que en esa posible elegía llamada «Cicuta» podría describirse como un “joven monstruo/que enamorado de castellano ilegal/sale a respirar con la boca desgarrada/nuevamente al sacramento”. Pero que en verdad denota tiempo, trabajo y criterio para que “Urgentes” no responda a la prisa. Y para que estos versos puedan leerse –quién sabe– en algún lugar y tiempo lejano, esa zona imprecisa de las palabras.

“Este conjunto de poemas –introduce José– es  mi primera publicación como escritor. Esa vocecita que me venía dictando esos poemas querían salir a la luz. No quiere decir que se escribieron atropelladamente, pero sentí que si se quedaban más en el fuego se me iban a quemar”. Los textos fueron producidos “de un año a esta parte. Hubo unos primeros poemas que no consideraba que tenían un estilo o una voz, y los fui descartando”.

Sobre su metodología, considera que “en mi caso no es para nada certero. Para mí los poemas más ricos son los que empiezan con una especie de vocecita o energía que va tocando las paredes. Tenés un verso o dos. Empezás a escribir. Y empieza a caminar solo. Y andá a saber dónde va a llegar. Esa zona imprecisa es muy fructífera y es una de las características de la escritura”.

Lo que a Peña le gusta “de la poesía y de la escritura en general es una subjetividad absoluta. Ese poema o ese cuento o esa novela no la va a escribir otra persona que no seas vos. Ahí radica la belleza o la potencia. Es una necesidad, no es una pose. Yo escribo, no soy poeta. Si no sintiera la necesidad de escribir estos poemas porque mi vecino lo puede hacer, entonces no los escribo. Que no se confunda con una especie de soberbia. No es que yo soy mejor sino que creo que la poesía es muy subjetiva, extremadamente”.

“Me gusta mucha poesía. Desde Fogwill y Vallejos, que no se parecen en nada. Diría que son antagónicos. A mí me conmueven igual. La literatura debe ser un enchastre de las influencias. Las influencias puras no me interesan. Yo puedo estar escuchando a Bob Dylan y a los diez minutos puedo estar leyendo a Alfonsina Storni. Nada que ver, pero creo que lo que interesa es ese material invisible que no sabemos qué es y que llamamos arte”.

“Es tuyo, Peña, el cielo y el cielo de la noche/nuevamente una inauguración/que me arde en las palmas, repleta de los restos/con los que haremos el más precioso de los monumentos/donde, a sus pies, nos envolveremos y nos besaremos; /y ahora este punto /ya lo veo violento como la última iluminación”, escribe en el cierre del libro. “Digamos que no es una elegía, pero es el más personal de todos los poemas. Es como si la literatura se diera vuelta sobre sí misma e intentara buscarme los ojos. No soy yo quien estoy usando a ella sino ella a mí”.

Mientras escribe una novela que ya cuenta con trescientas páginas, reflexiona: “Esa cosa imperturbable del tiempo. Es un dato menor, no es esencial. Seguramente hay gente que ame más la actualidad y que piense que las cosas son más perecederas. Pero creo que los muertos no paran de hablar. Los libros, las películas, las canciones y todo eso queden en una especie de alma que no mueren. En cambio, el cuerpo, las noticias y las personas sí”.

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