Testigos agradecidos por declarar ante la Justicia aunque sea 45 años después

Por Gabriela Calotti

Alejandro Reinhold y María Esther Alonso, sobrevivientes del Pozo de Banfield, Alejandrina Barry, nacida en cautiverio con sus padres desaparecidos, y Eduardo Nachman, hijo de un conocido teatrista marplatense desaparecido, víctimas de delitos de lesa humanidad hace 45 años, agradecieron el martes ante la Justicia por poder testimoniar. Alejandrina Barry reivindicó la militancia de sus padres, y pidió que se juzgue a los civiles, a la jerarquía de la Iglesia católica y que se abran los archivos de la represión.

Alejandro Reinhold fue detenido la noche del 24 de marzo de 1976 en el edificio donde vivía en Luján. “Alrededor de las 11 de la noche tocan insistentemente el timbre y me asomo por una ventana del lavadero. Veo un auto parado justo delante de la entrada del edificio, uno más, y las luces de un tercero. Recién teníamos noticias de un golpe militar. Sabíamos que había gente de la Triple A y de la derecha haciendo cosas de todo tipo. Al ver autos no identificados, pensé en esa gente”, declaró virtualmente ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, presidido por el juez Ricardo Basílico.

Fue vano su intento de esconderse en el tanque de agua del edificio. Lo cargaron en un Chevrolet 400 de color azul y los llevaron hasta una “parte muerta de la ruta”. Allí se dio cuenta de que había otros detenidos, entre ellos Oscar Pellejero y Héctor Pighin, con quienes trabajaba en la Universidad de Luján y se oponían a las reformas que pretendía llevar adelante Oscar Ivanisevich, ministro de Educación designado en agosto de 1974 con la derecha peronista en el poder en reemplazo de Jorge Taiana.

Aquel conflicto “terminó con el despido de los tres y de otra gente más. En un primer momento relacionábamos nuestra detención con el haber trabajado ahí en la Universidad”, precisó.

Ojos vendados, golpes, amenazas con armas, interrogatorios y nuevamente a un automóvil que los lleva a lo que creen era el centro clandestino de detención de Puente 12, que era “Cuatrerismo-Brigada Güemes”.

“Ahí escuchamos gritos y alaridos de gente que torturaban. Uno de ellos era muy crudo… Aparentemente se trataba de un chico muy joven que gritaba ‘matame, matame, matame’”, relató Reinhold al Tribunal luego de varios inconvenientes en su conexión. Allí había gente secuestrada en San Andrés de Giles y en Luján.

Los llevaron a la Brigada de la Bonaerense en Banfield, conocida como Pozo. “Éramos unos 12. Ahí estuvimos entre ocho y trece días”, comentó, dando cuenta de la pérdida de la noción del tiempo en situaciones infrahumanas. Allí fue donde, según su relato, los pusieron de a dos en las celdas para darle lugar a los nuevos que habían traído. “Los días siguientes se llevaban a algunos a la noche y a la madrugada los traían de vuelta” para las sesiones de tortura.

A través de la venda pudo ver a un policía “morocho (…) muy musculoso” y a “un hombre joven, que tendría 35 o 40 años, muy elegante, muy pulcro, tenía ropa muy fina y con un arma grande en la cintura”. Allí también vio y habló con Jorge Antonio Bergés, el médico de la Bonaerense que venía a ver “al otro grupo”. Bergés es uno de los 18 imputados en este juicio.

A Bergés lo reconoció “perfectamente” en fotografías en la Secretaría de Derechos Humanos durante la instrucción del juicio. “Tenía una cara cuadrada y pelo y bigote muy oscuro”.

Días después los dejaron en el cruce de la ruta 41, en las afueras de Luján, y le dijeron que no contaran dónde habían estado. “Cuenten hasta 100 y se sacan la capucha”, nos dijeron. “Contamos hasta 100. No nos sacamos la capucha enseguida”, contó este hombre corpulento al recordar aquel momento.

Recuerda que en Banfield estuvo con Emilio Marchione, con “La Cholita” Iribarren y con un tal Trombetta”.

“Hay partes difíciles de recordar, pero el agradecido soy yo”, concluyó Reinhold luego de ser interrogado por el fiscal Juan Martín Nogueira.

Para María Esther Alonso, el terror comenzó un año y medio antes del golpe cívico-militar. Tenía 18 años cuando la secuestraron junto a otros compañeros en Bernal. Su testimonio fue guiado por preguntas del abogado querellante de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Pedro Griffo. María Esther estuvo acompañada por una integrante del Centro Ulloa de asistencia a las víctimas de delitos de lesa humanidad.

Con esa contención, tímida pero claramente, María Esther Alonso relató al Tribunal su secuestro, perpetrado el 13 de noviembre de 1974 junto con Víctor Manuel Taboada, Dalmiro Suarez y Delfina Morales (embarazada). A Nelfa Suarez, que también estaba embarazada, la vio días después en el Pozo de Banfield.

Los detuvieron a la noche y “enseguida nos llevaron a la Comisaría de Bernal”, contó. Calcula que ahí estuvo dos días. Recuerda que apareció un “señor grande, canoso, a las patadas. Yo estaba en el piso. Él decía ‘yo soy el coronel y vengo a reventar a cuatro subversivos. Me molestan un fin de semana para que venga”.

Le robaron el reloj “porque no te va a hacer falta” y la tiraron en la caja de una camioneta arriba de otros cuerpos, entre éstos el de su amigo Dalmiro.

Según su testimonio, los llevaron a un CCD que cree era “Cuatrerismo”, también conocido como “Protobanco” o “Güemes”. En un galpón la torturaron con picana eléctrica, desnuda sobre “una mesa de madera alta”. “Me ponían un sifón en los oídos, me pasaban electricidad en los pies y en la pelvis”, relató, siempre preocupada por lo que los verdugos hacían con sus amigos.

“A mi izquierda escuchaba ruido de agua, como de tanques de agua, y más allá escuchaba la voz de Dalmiro y a unos dos metros se escuchaba como que era Víctor que lo tenían atado y lo colgaban y después agua… y ahogado, y que les decía de todo a esta gente. Yo estaba aterrorizada”.

Después de amenazarla con una pistola volvieron a llevarla a la misma mesa. “Les pedí mi ropa interior y empezaron a divertirse haciendo preguntas obscenas y en situaciones de abuso y violación”, denunció ante el Tribunal María Esther Alonso, en este primer testimonio que brinda ante la Justicia por los delitos de lesa humanidad que padeció.

A raíz de los hechos de índole sexual de que fue víctima, Griffo solicitó al Tribunal que su testimonio sea elevado al juzgado Criminal y Correccional Federal Nº 3 que investiga delitos sexuales y los hechos ocurridos en el CCD Protobanco. El Tribunal accedió al pedido.

El Pozo de Banfield

Luego la llevaron al Pozo de Banfield. “¿Recuerda cómo fue el traslado?”, le preguntó el abogado. “Lo siento, no puedo relatar cómo llegué”, respondió. “En Banfield yo estaba muy lastimada. Tenía los pechos lastimados porque me los habían retorcido”, aseguró al referirse a otra de las torturas a las que eran sometidas las mujeres.

En Banfield vio a Nelfa, a Susana Mata y a Alejandro Barry. Aproximadamente dos semanas después le hicieron firmar un papel “donde decía que yo era culpable de todo”, hasta que en un momento le trajeron unas zapatillas náuticas negras de marca Pampero. “Ahí ya veía. Estaba sin vendas. Y cuando levanto la plantilla, veo la letra de mi papá que decía ‘te queremos mucho’”, contó María Esther tratando de contener la emoción, sin entender cómo sus padres habían dado con ella en ese CCD. Nunca hablaron de todo aquello.

Previo paso por un humillante juzgado platense donde le aconsejaron “decir lo que usted piense que la va a beneficiar más” a principios de diciembre, la llevaron a Olmos donde estaba en una casa con otras presas políticas, entre las cuales nombró a Silvia Ibarra, a Nelfa, a Delfina con las mellizas. También estuvo con Silvia Negro, Nelly Ramos, Alicia Bello, Susana Mata, que estaba embarazada de Alejandrina, a Raquel Itaí y a Estela Maris Martínez, una poeta y escritora que tenía al marido en la Unidad 9 de La Plata.

De lo que ella calificó como “un pensionado de señoritas”, en comparación con lo anterior y con lo que vino después, la liberaron el 10 de marzo de 1975. Por los parlantes decían “’se va una guerrillera en libertad’ y yo pensaba, acá me cagan a tiros”.

Con dinero que le dieron en la entrada de la cárcel logró llegar hasta Bernal, pero fue a la casa de una vecina que le dio de comer y a partir de allí empezó a vivir en la clandestinidad, porque “habían vuelto a preguntar por mí” en la casa de sus padres. Primero se fue su pareja del país. En mayo de 1977 se fue ella.

Aunque resulte sorprendente después de haber vivido tanta atrocidad, María Esther Alonso tuvo algunas sonrisas y también unas palabras al final de su declaración: “Yo les agradezco a todos que siga presente este tema. Como una lucecita chiquita. Que no se olvide todo esto. Memoria, verdad y justicia y Nunca más y con la Constitución nacional adelante. Que sean muy felices”, concluyó.

El caso de Gregorio Nachman

Eduardo Nachman, hijo del teatrista marplatense desaparecido Gregorio Nachman, fue el primero en declarar pero su testimonio debió ser interrumpido hasta solucionar el inconveniente de conectividad. Nachman podría haber testimoniado desde el Tribunal Federal de Mar del Plata, pero al parecer la Justicia no está dispuesta a tanto.

Por primera vez declaró el hijo del artista que fue secuestrado el 19 de junio de 1976 cuando tenía 46 años de una céntrica oficina marplatense, donde estaba con su esposa y su cuñada. “Ese día en Mar del Plata secuestraron a mucha gente”, aseguró Eduardo, que también eligió dedicarse al teatro.

Desde entonces “no supimos más nada de él”, aseguró antes de indicar que lo primero que hicieron, pues él era el hermano mayor, fue ir a la Comisaría 4ª de Mar del Plata “que era ya célebre por ser un centro de tortura y ahí me dijeron ‘¿a quién buscan? ¿A Gregorio Nachman? Ah el actor, ah puto, pero además judío y zurdo? Para qué buscan?’”, relató ante el Tribunal.

Durante varias semanas fueron vigilados y tenían el teléfono intervenido. Con frecuencia les advertían que no dijeran nada del secuestro de su papá. Recién en 2003, durante un Juicio por la Verdad en La Plata, Raúl Codesal, sobreviviente del terror, habló de su papá. “Codesal hablaba de un director de teatro de Mar del Plata, un estupendo muchacho, pero estaba con signos de demencia por las torturas recibidas”, contó su hijo el martes. Otros testimonios indicaron que Gregorio Nachman también estuvo en Puente 12.

Aseguró que su papá no tenía militancia partidaria pero era “muy solidario con mucha gente”, entre estos Antonio Luis Conti, Daniel Ángel Román y su hermana. “De ellos aparecieron varios cuerpos en el cementerio de Avellaneda”.

Las consecuencias en las familias y las dificultades para reconstruir los lugares por donde estuvo secuestrado un familiar son innumerables. Su madre cayó en depresión, con el tiempo falleció. Los tres hermanos varones sufren de cardiopatía y están bajo tratamiento. “Cómo no van a ser cardiopáticos si tienen roto el corazón”, les dijo el médico una vez. Su hermana falleció hace unos años y él hizo teatro con otro apellido hasta que decidió sumarse a Familiares de Detenidos-Desaparecidos para poder saber algo sobre lo ocurrido con su papá.

Muchas familias, como la de Eduardo, no han podido reconstruir qué pasó con su ser querido. Existen archivos confeccionados por los genocidas a los cuales no se puede acceder y además hay un pacto de silencio entre ellos, a quienes además beneficia la impunidad biológica.

El testimonio de Nachman concluyó con un “¡Venceremos!”, pero antes con unas palabras escritas por su papá a los 19 años: “La ley es la defensa de la justicia opulenta. Lo justo no necesita defensa (…) Lo justo no tiene discusión”.

Reivindicar la lucha colectiva

Alejandrina Barry, actual diputada porteña, declaró ante todo como hija de dos militantes montoneros desaparecidos, Susana Mata y Alejandro Barry, antes mencionados en esta crónica pues ambos estuvieron secuestrados en el Pozo de Banfield, entre otros CCD, y por haber nacido en cautiverio.

“Quería empezar mi testimonio diciendo que este es un juicio por el que esperamos muchos años y por el que luchamos muchos años. Queríamos reivindicar la lucha de los familiares y de los sobrevivientes para que este juicio fuera posible”, sostuvo antes de subrayar que “la lucha contra la impunidad ha sido producto de una enorme lucha colectiva”.

“No hubiera conocido mi historia si no fuera por la lucha colectiva”, afirmó. Militante de joven, Barry rindió homenaje a Adriana Calvo y a Nilda Eloy, fallecidas en los últimos años y cuyos invalorables testimonios dieron inicio a este juicio el pasado 27 de octubre.

“El plan genocida comenzó antes del 76”, sostuvo. “Los responsables del genocidio no están siendo juzgados”, consideró. Alejandrina Barry reivindicó a su mamá Susana Mata como una docente y militante, secretaria del sindicato docente de Almirante Brown en el momento de su detención. “Era militante montonera como el resto de mi familia”. Fue secuestrada en noviembre de 1974.

Supo que su mamá estuvo en la cárcel de Olmos por su tío y por otra compañera. Ella nació en Olmos el 19 de marzo de 1975. Compañeras de cárcel de su mamá “me contaron relatos de cuando la fueron a ver encarcelada en la camilla”.

“Sé que antes de Olmos mi mamá estuvo en el Pozo de Banfield por Nelfa Suárez de Rufino”, precisó. En el Pozo de Banfield su mamá tenía un embarazo de siete u ocho meses. En audiencias anteriores, Laura Franchi, sobreviviente, contó que Susana llegó “muy mal a Olmos. Muy debilitada”.

Su papá, Juan Alejandro Barry, fue detenido en noviembre de 1974 en un bar de Lomas de Zamora. Primero fue a una comisaría de Lomas y luego a la Brigada de Banfield. “Mi mamá salió meses después de mi nacimiento”, dijo, pero “la persecución represiva siguió en Uruguay”, advirtió.

“En diciembre de 1977, estando yo con ellos, somos víctimas de un operativo conjunto de las Fuerzas Armadas argentinas y uruguayas” en el que participó el Grupo de Tareas 3.3.2 de la entonces ESMA. Desde entonces, sus padres están desaparecidos y ella fue secuestrada y utilizada para una campaña mediática cómplice de la dictadura.

“Fui tapa de las principales revistas de Editorial Atlántida y de la revista Gente con frases como ‘los hijos del terror’ o ‘Alejandrina está sola’ haciendo una campaña, diciendo que yo había sido abandonada por mis padres y ocultando la verdad, cuando mis padres habían sido asesinados”, sostuvo.

Barry puntualizó que desde hace años es querellante junto con la abogada Myriam Bregman en una causa contra quienes hicieron aquella “campaña mediática”.

Reivindicó a sus tíos Jorge, Enrique y Susana y no dudó en señalar a la jerarquía de la Iglesia católica como el “brazo ejecutor para obtener información de las familias de las víctimas”, porque miles de familiares acudían ingenuamente en busca de ayuda a representantes de la Iglesia, como el obispo Emilio Grasselli, a quien nombró expresamente.

Alejandrina Barry fue contundente al afirmar que la Iglesia católica tiene información, al igual que la ex SIDE, donde tras numerosas presentaciones logró obtener “tres hojas sobre su padre”. La abogada querellante por Justicia Ya, Luz Santos Morón, pidió al Tribunal que se incorporen las fichas de la ex SIDE y las que armaba Grasselli.

“Los servicios de inteligencia siguen teniendo información de cada desaparecido”, sostuvo esta mujer que tiene cuatro integrantes de su familia desaparecidos.

Barry terminó su declaración reclamando por los 300 nietos que falta recuperar. “Falta juzgar a civiles, falta juzgar a la Iglesia y abrir los archivos de la represión”, enfatizó.

Los Pozos de Banfield, Quilmes y “El Infierno” de Lanús formaron parte de los 29 centros clandestinos de detención del llamado “Circuito Camps”, comandado por Miguel Etchecolatz. Se trata de un proceso que reúne 442 casos, 18 imputados –de los cuales sólo dos están en la cárcel– y 481 testigos.

La audiencia puede seguirse en vivo por diversas plataformas, entre ellas el canal de YouTube de La Retaguardia http://(www.youtube.com/user/laretaguardia) y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información: www.juiciobanfieldquilmeslanus.wordpress.com.

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