«No hay vocablo en el diccionario para graficar el dolor que sentimos por una desaparición»

Por Gabriela Calotti

«No hay vocablo en el diccionario que pueda graficar el dolor que sentimos por una desaparición. Para nosotros es cultural velar a alguien. Nos tenemos que despedir. Nos quitaron hasta un lugar donde llevar una flor. Le quitaron los sueños y el proyecto de vida. No tengo dudas de que mi hermano estaría ahora trabajando en un hospital público», sostuvo el martes ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata en otra audiencia virtual Nora Ungaro, hermana de Horacio, estudiante secundario que sigue desaparecido.

Nora declaró además en calidad de sobreviviente del Pozo de Quilmes, donde funcionaba la Brigada de Investigaciones de la Bonaerense, uno de los Centros Clandestinos de Tortura y Exterminio (CCD) de la dictadura cívico-militar regenteados por el Comisario Mayor Miguel Osvaldo Etchecolatz. El titular de la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense estaba a cargo del llamado Circuito Camps, que constaba de al menos 29 CCD.

Según testimonios de otros sobrevivientes del genocidio, su hermano Horacio, estudiante secundario del Normal 3, fue visto hasta diciembre de 1976 en el Pozo de Banfield, cuyo jefe era el comisario mayor de la Bonaerense Juan Miguel Wolk, uno de los imputados en este juicio, nunca antes condenado.

De alguna manera, aunque fuera por un momento, Nora Ungaro trajo a la vida a aquellos estudiantes secundarios al recordar sus charlas políticas, su militancia en los barrios dando apoyo escolar, sus lecturas, pero también sus juegos, sus comidas y sus proyectos.

«Los chicos no son un número. Los chicos tenían sueños, tenían proyectos de vida. Daniel estaba en la escuela industrial. Siempre hacía chistes diciendo que quería ser abogado. Mi hermano iba a la escuela a la mañana. A Daniel le encantaba molestarlo a Horacio, que por cualquier cosita se ponía colorado», relató.

«Jugaban, se hacían cosquillas. Venían a tomar la merienda, les encantaban los panqueques con dulce de leche y después ya empezaban con seriedad sus charlas de política», relató Nora Ungaro sobre aquellas tardes en el departamento en el que vivían cerca del Hipódromo platense.

Horacio Ángel Ungaro y Daniel Alberto Racero, ambos de 17 años, fueron secuestrados allí la madrugada del 16 de septiembre de 1976. Daniel se había quedado a dormir porque su mamá había viajado a Punta Alta.

«Ese mismo día, nos fuimos enterando después, fueron secuestrados varios chicos adolescentes, entre ellos María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Víctor Treviño, Francisco López Muntaner», precisó Ungaro.

Al día siguiente, su mamá, Olga, no dudó en presentar un primer Hábeas Corpus, que redactó su marido Alfredo porque no encontraban abogado que lo quisiera hacer.

A algunos de aquellos chicos no los conocía personalmente, pero luego de los hechos del 16 de septiembre sí iría conociendo a sus familias. A otros, en cambio, sí, como a María Clara Ciocchini, quien era «la novia de mi hermano».

«Los chicos militaban en la Unión de Estudiantes Secundarios, que era la expresión del peronismo en el ámbito secundario», explicó.

Horacio era el menor de cuatro hermanos. «Fue un hermano amado, esperado, no solo por mis padres sino por sus tres hermanos», aseguró Nora, sin poder aguantar el llanto. Como su madre trabajaba y estaba separada de su padre, que vivía en Gonnet, las dos hermanas, Nora y Marta, se ocupaban del más chico.

«Tal es así que la primera palabra que dijo Horacio fue ‘Marta’», contó Nora, antes de recordar juegos de hermanos y contar que Horacio leía mucho y tenía una «bibliotequita» propia, que era «muy solidario» y que algunas veces «le vaciaba la alacena a la madre» para ayudar o «si tenía un pullover y alguien necesitaba, se lo sacaba y se lo daba».

«Era una generación solidaria […] Todos los chicos hacían lo mismo. Las madres de todos les dirían lo mismo. El común denominador era querer una patria donde la celeste y blanca tuviera un significado, de querer un país más justo, donde todos tengan las mismas posibilidades», sostuvo ante el Tribunal y los abogados de las partes en la Audiencia número 26 de este juicio que comenzó el 27 de septiembre de 2020.

Años después de la desaparición, por el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), las hermanas Ungaro pudieron saber que a Horacio y a Daniel Racero los secuestró «un grupo de la CNU [Concentración Nacional Universitaria]. Los integrantes eran del grupo del Indio Castillo. También estaba Beroch, profesor del Industrial. Fueron ellos los que secuestraron a los chicos», afirmó la testigo y sobreviviente.

«Quiero recordar que los que le ponen ‘Noche los Lápices’ son los represores, porque secuestraron a estudiantes secundarios», indicó Nora.

Carlos «el Indio» Castillo fue condenado a cadena perpetua en 2017 por el TOF Nº 1 de La Plata por ser el jefe de la patota ultraderechista CNU, brazo universitario de la Triple A, que consumó varios asesinatos. Néstor Beroch fue expulsado de su cargo docente en 2004.

Su secuestro y paso por Arana y Quilmes

Nora Ungaro tenía 22 años, estudiaba veterinaria en la UNLP y trabajaba en un comercio. Había crecido, como Horacio, en el seno de una familia donde la militancia y la política eran buenas palabras. «Todos militábamos desde chicos […] y lo digo con mucho orgullo».

Dos semanas después del secuestro de su hermano, Nora Ungaro fue secuestrada también, en la casa de Daniel Racero, a donde había ido para saber por la salud de la madre del adolescente. Permaneció secuestrada 18 días.

«Yo estaba de espaldas. Me vendan los ojos, me tiran al piso, me esposan, y antes de eso siento un frío en la nuca, supongo que era un arma, y me bajan por la escalera. Me suben a un auto, me tiran en el piso de un auto. Me preguntan ‘qué hacés acá’. Les digo quién soy y que en la cartera están mis documentos. Bajando las escaleras me iban sacando anillos, collares… todo. El cierre de la billetera», dijo al iniciar el relato de su secuestro.

De 13 y 38 la llevaron a 1 y 60, donde funciona el Cuerpo de Infantería de la Policía de la Provincia bonaerense y el Regimiento de Caballería. «Lo reconozco porque era una caballeriza» y porque el trayecto no había sido «tan largo».

De allí fue junto a otras dos personas al lugar obligado: el Destacamento de Arana, donde después de las trompadas de rigor fue sometida a su primera sesión de tortura con picana eléctrica. «Uno se ahoga en sus propios gritos. Es terrible», aseguró.

«Quedé muy lastimada», dijo primero, y más tarde precisó que ese día le habían lastimado muchos los pechos, al graficar la forma en que se ensañaban con las mujeres. «Creo que al diccionario le faltan palabras para calificar a estas personas», afirmó.

Le hicieron preguntas mezclando agrupaciones políticas y prensa política y escuchó que a uno de los represores le decían «Lobo». Después pudo confirmar que se trataba del comisario Héctor Vides.

«Ahí la sangre me chorreaba hasta los tobillos. No es una metáfora. Y aun así te vienen a tocar y a manosear. ¿Quién hace eso? Yo no puedo decir animales porque soy Veterinaria y los animales dan muestras de amor y solidaridad […] ¿Quién hace eso? ¿Quién los formó para que hagan eso? ¿Quién les permitió que hicieran eso?», se preguntó.

Estando en Arana se dio cuenta de que la habían llevado hasta allí con Ana Diego, estudiante de Astronomía de 21 años, y Carlos Schulz, a quienes «conocía porque un grupo de jóvenes nos reuníamos a comer en el bar de Ciencias Exactas».

De su paso por Arana recordó a Ángela López Martín, profesora de Geografía del Colegio Nacional de 29 años; a Amalia Acosta, que se presentó como Eliana, viuda de Esteban Vadel, con quien tenía dos hijos. Eliana tenía 32 años, era chilena y estudiaba psicología y medicina.

«Ellas eran más grandes que Ana y que yo, y a pesar de todo nos protegían, trataban de darnos ánimo», recordó. Ángela y Eliana «estaban muy mal, muy golpeadas. Y pienso ahora, ¡qué personas hemos perdido! ¡Qué personas ha perdido esta sociedad!».

Años después, los padres de Eliana pudieron recuperar a sus nietos y llevárselos a Chile. Eliana y Ángela permanecen desaparecidas.

En Arana conoció a un muchacho al que le decían «Napo» y a una chica que le decían «la paraguaya», a quien luego identificaría como Marlene Katerine Krugger.

Al referirse a los represores fue contundente. Cada uno cumplía su función. «Estaban los que secuestraban, los que torturaban e interrogaban y el que se daba vuelta por las celdas […] Cada uno cumplía su rol y son todos culpables», afirmó.

Al día siguiente los llevan a la Brigada de Quilmes, donde recuerda que suben una escalera «y ya venían manoseándonos. No les alcanzaba con destruirte».

En Quilmes, donde permaneció durante unos cinco días, supo que Horacio y Daniel no estaban allí. «A ellos los bajan en otro lugar cuando nos traen a nosotros acá», le respondió aquel día Emilce Moler, estudiante secundaria de Bellas Artes.

En Quilmes la situación era diferente. «No nos pegaron, no nos interrogaron. Dormíamos en el piso en una colchoneta finita que parecía una alfombra. Los guardia cárceles nos alcanzaban algo de comida o mate cocido con un pedazo de pan […] En todo ese lapso ni en Arana ni en Quilmes nos bañamos».

De Quilmes la volvieron a llevar, esta vez sola, a Arana. En el Pozo quedaron «Ana Diego, Eliana, Ángela López Martin, Osvaldo Busetto, Víctor Treviño, Gustavo Calotti, Emilce Moler, Patricia Miranda, todos quedan con vida en Quilmes. De todos los que nombré, la mayoría nunca volvió», precisó.

De regreso a Arana la pusieron en un celda con cuatro chicos secuestrados, entre ellos uno al que le habían fracturado las manos, y después en otra celda más chica se encontró con Nilda Eloy, fallecida en 2017. Por entonces Nilda tenía 19 años.

En Arana también estuvo con Mario Salerno, que estaba herido sin que nadie lo atendiera, y con varios estudiantes de Veterinaria como Rodolfo Torresi y Bernardo Cané, ex director del Senasa.

Una noche llevaron a Inés María Pedemonte junto a otra chica. Allí también se cruzó con Walter Docters, a quien pudo ver en realidad años después, agregó en un relato minucioso tratando de acordarse de cada víctima, de cada detalle. «Esto de ser sobreviviente nos va a acompañar toda la vida», sostuvo.

En Arana la interrogó «el coronel Vargas», que «era el señor de la vida y de la muerte». Se trata del coronel Ricardo Campoamor. De ese CCD recuerda a uno que le decían «el cura» y a otro de apellido Grillo, que «contactaba familiares y vendía información».

Una madrugada, que sería el 15 o 18 de octubre según su testimonio, la suben a un auto y la dejan en el paredón del Hipódromo, la cara contra la pared. «Me arrancan la cinta adhesiva, me sacan las esposas y me dicen ‘no te des vuelta porque perdés’, y sentí que el auto se fue. No sé cuánto tiempo estuve ahí paralizada».

Recuerda que al llegar a su casa «caí mugrienta. En aquel momento pesaba 52 kilos», aseguró Nora Ungaro, quien siempre tuvo una contextura más rellenita. Esa misma madrugada sus padres se la llevaron a la casa de una tía, por miedo a que los verdugos volvieran.

En esos días su padre fue a la casa familiar de Nilda Eloy para avisar que su hija estaba viva, y también fue a avisarles a los padres de Emilce Moler. Su papá, que era comisario en la Bonaerense, la vino a visitar y le confirmó que había estado en la Brigada de Quilmes, como su hija adolescente.

«Nos destrozaron la vida. Éramos cuatro hermanos. Ya dejamos de ser cuatro. Nos faltaba Horacito», explicó al ser interrogada sobre cómo rearmó su vida. Recordó aquel jardinero blanco que su mamá le compró cuando la liberaron y la mirada de sus padres cuando se despertó: «tenían la mirada de cuando ves por primera vez a tu hijo».

«Les pido por favor, es justicia, no es venganza», concluyó Nora Ungaro, luego de subrayar que sobrevivientes y familiares han esperado 45 años para que este juicio se realice.

«Juro por mi hermano Horacio»

Marta Ungaro, la mayor de las hermanas, juró por Horacio al iniciar su declaración ante el Tribunal. «Juro por mi hermano Horacio y por los 30.000 detenidos desaparecidos», dijo dando paso a las preguntas que dieron pie a su testimonio.

En primer lugar mencionó a quienes no llegaron con vida a este juicio, como Virginia Ogando, Adelina Alaye, las Madres, Adriana Calvo, Nilda Eloy y Juan Scatolini.

Recordó a su hermano como aquel chico de 17 años que además de la escuela tenía un sinfín de actividades: «era un gran jugador de ajedrez en el Club Estudiantes, nadaba por el Club Universitario, estudiaba francés y tenía siempre la idea de ser un médico al servicio de las causas populares».

Al contextualizar el terror de los asesinatos y desapariciones que se vivía en aquellos años en La Plata «antes del golpe», Marta se refirió al asesinato de Arturo «Patulo» Rave, en diciembre de 1975, y al secuestro de estudiantes del Colegio Nacional a principios de año.

Recordó la lucha de los estudiantes secundarios por el boleto y mostró la foto del carné de su hermano, a quien vio el día anterior a que fuera secuestrado.

Después de que su madre le avisara que se lo habían llevado «corrimos al departamento, que estaba dado vuelta. Habían robado todo lo que habían podido y se habían llevado lo más valioso, a mi hermano».

«Corrí al dormitorio y vi que la ventana estaba levantada. Fui al balcón y vi que los libros estaban tirados ahí», explicó. «Pienso ‘qué fuerza pudo tener ese chico de 17 años para tirar esos libros’… mientras golpeaban la puerta las fuerzas conjuntas».

Al enterarse de los otros chicos y chicas secuestradas, las familias se pusieron en contacto. A partir de allí «siguieron trámites, porque salimos a buscar la aparición con vida de nuestros seres queridos. Si bien a Nora la liberan y sabíamos entonces que había centros clandestinos y que de vez en cuando liberaban a uno, Horacio no apareció más», explicó.

«Recién tuvimos noticias de Horacio cuando es legalizado Pablo Díaz y su hermana Graciela va a la casa de la familia Falcone y ellos nos vienen a decir que había estado con los chicos», precisó Marta Ungaro.

Recordó que cuando se llevó adelante el Juicio a los excomandantes en 1985 Carlos Jurst explicó «cómo fueron asesinados los chicos en Banfield. El responsable era el mayor Juan Miguel Wolk», sostuvo la testigo. También afirmó que Jurst «reconoció la foto de mi hermano ante la CONADEP y en el juicio. A raíz de ese juicio y de los testimonios pudimos armar el rompecabezas de su secuestro y de su tortura, de los días que estuvo en Arana, del viaje que hicieron con el grupo que queda en Quilmes y ellos siguen hasta Banfield».

Marta Ungaro mostró el guardapolvo blanco sobre el que su hermano había estado pintando la noche anterior a su secuestro el «ojo» del cuadro Guernica de Pablo Picasso, que retrata el horror de la Guerra Civil Española. «Quiero que cada uno de ustedes tenga una semblanza de cómo era mi hermano», afirmó.

Tras su secuestro, Marta se encargó de acompañar a su madre en la búsqueda de respuestas sobre el paradero de su hijo. El 21 de noviembre de 1977 fueron a la Plaza de Mayo de Buenos Aires junto con las Madres. «Ahí tuve la oportunidad de conocer a Azucena Villaflor, entregar cartas al periodismo y fue la primera vez que las Madres pudieron hacer un acto más grande».

«En 1979 hicimos un reclamo ante la Organización de Estados Americanos con la familia Falcone y la familia Chiape, que era abuela de Gabriela Leguizamón, que iba al Liceo y tenía 14 años», precisó para ilustrar la forma en que se iban abriendo «las diferentes denuncias que se hacían en el extranjero».

Su testimonio fue uno de los que inició el Juicio por la Verdad en La Plata en 1998. Fue allí cuando no pudieron citar a Wolk porque figuraba «fallecido», explicó al Tribunal, e indicó que «siempre le llamó la atención que figurara en el padrón electoral».

«Hicimos entonces un pedido para que informen qué viuda cobraba su pensión en la Caja de Jubilaciones de la Policía, y gran sorpresa cuando me indican que la cobraba él», puntualizó. Sin embargo, en aquel momento Wolk se volvió a escapar de la Justicia.

Fue rotunda al afirmar que «todo esto lo conseguimos los familiares, los compañeros, las madres, los hermanos. La Justicia por casi 45 años no nos escuchó, nos apoyó a cuenta gotas». Marta Ungaro pidió al Tribunal que «cese el arresto domiciliario de Juan Miguel Wolk».

«Ustedes saben la dilación que tuvo el juicio de Banfield, elevado a juicio hace muchísimo tiempo. Cuando la Justicia tarda tanto, y ustedes que son hombres de leyes lo saben, no es justicia», afirmó.

La hermana mayor de Horacio Ungaro precisó que la familia entregó sus muestras genéticas al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para que «puedan encontrarlo, porque el delito es permanente hasta que lo encontremos, y después, si lo encontramos, tendrá que ser asesinato».

Su hermano mayor se fue al exilio y ella tuvo la revancha, en parte, al armar una familia y llamar Horacio a su hijo mayor. Su mamá falleció en 1984 atropellada por un coche.

«Es tan difícil declarar después de 45 años con la memoria entera. Todos los días mi hermano me mira y me pregunta qué hago por él y por los 30.000 desaparecidos. Todo los días nos piden que no olvidemos, que no nos reconciliemos, que sigamos exigiendo el juicio y el castigo», enfatizó Marta Ungaro.

Su testimonio concluyó con palabras de Pablo Neruda: «para los que con sangre salpicaron la tierra, pido juicio y castigo», y agregó: «30.000 detenidos desaparecidos, ¡Presentes, ahora y siempre!».

El presente juicio por los llamados Pozos de Banfield, Quilmes y Lanús es resultado de tres causas unificadas elevadas a juicio hace años, con sólo dieciocho imputados y con apenas dos de ellos en la cárcel, Miguel Osvaldo Etchecolatz y Jorge Di Pasquale. El resto está cómodamente en sus casas.

Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas. Más de 450 testigos están previstos en este juicio oral y público que debido a la pandemia se realiza de forma virtual ante un tribunal de jueces subrogantes integrado por Ricardo Basilico, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditi y el cuarto juez, Fernando Canero.

El lunes la Sala 4 de la Cámara Federal de Casación Penal confirmó las condenas a prisión perpetua para Etchecolatz y para el ex jefe del Área Militar 112, Federico Antonio Minicucci, en la causa por el llamado CCD Puente 12. Ambos están imputados en este juicio. Los jueces de esa instancia rechazaron los planteos de las defensas de extinción de la acción penal dado que se trata de crímenes de lesa humanidad.

Las audiencias pueden seguirse en vivo por diversas plataformas, entre ellas el canal de YouTube de La Retaguardia y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria.

La próxima audiencia será el martes 18 de mayo a las 9:30.

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