MIGUEL WARD | El centro de los pequeños universos

Por Ramiro García Morete

“Adoro tu selección de palabras/ le da nombre a las cosas/ te distingue de todo” (“Aprendiz de cetrería”). Milo dice “taia” y “patía” cuando quiere que traigan la guitarra y así tocar la batería. Sí: como su tío Edu, ya es baterista. El pequeño jefe del hogar tiene un par de años menos que su padre cuando –en la casa cercana a la Catedral– pasaba horas fascinado con el sonido de una pianola convertida en Piano Ronish. Lo cautivaba ese mueble marrón claro heredado de su abuelo y eran “horas de ir saltando octavas y tocando cualquier cosa, de manera más percusiva y rudimentaria”. Casi el mismo tiempo que se quedaba junto al grabador, dando vuelta los cassettes de grandes éxitos de Queen que se colaban entre la afición tanguera de su padre. Faltaría mucho para que todo este lenguaje constituyera casi un método al que llamará “goteo”, basado en anotaciones diarias en libretas que quedan apiladas entre juguetes y adminículos de Milo. Frases que decantan al igual que los fraseos que se desprenden de su pequeña Fender electroacústica. Faltaría mucho también para “poner el cuerpo y la voz” a esa extraña e imperfecta pandilla llamada 107 Faunos, cuando fue uno de los encargados de cantar. Eso que hoy le da tanto placer, pero que inicialmente ni había imaginado. Aunque las crónicas familiares narran que sorprendió en la casita infantil “El Túnel” animándose a entonar un clásico arrabalero. Pero lejos de la vocación de su hijo, el luego alumno de la N° 10 tomaría todo como un juego. Desde juntarse en la casa de ese amiguito cuyo padre tenía preciosas guitarras de colección y una batería, hasta precisamente convertirse en batero que “solo llevaba palillos” en El Destro. Para entonces ya habían irrumpido Nirvana y sobre todo “Experimental Jet Set, Trash and No Star” de Sonic Youth. Una guitarra española marca tango de color camello y los trastes rojos borravino, arrancaría sus primeras canciones como “Saurios”. El tiempo y el seno candente de una de las bandas esenciales de lo que la prensa llamaría indie, potenciaron en este muchacho de modos amables una notable capacidad para unir bellas melodías con deliciosos retratos urbanos. Canciones como “Pretemporada” habitan entre las mejores que se han escrito sobre su natal y amada La Plata. Sería la historia perfecta contar que su alejamiento de la banda en coincidencia con su paternidad originó nuevo disco. Pero no: igual que sus canciones, no busca una narrativa perfecta y cronológica. Si fuera aprendiz de cetrería, seguramente no daría demasiadas órdenes: solo dejaría que las aves se arrojaran al aire para descifrar pacientemente el dibujo que trazan con su vuelo. “Sacar la mayor cantidad de ego”, explicará sobre su proceso compositivo. A veces solo hay que observar como planean los motivos y palabras, ya no como la repentina iluminación del poeta sino todo lo contrario: como un rayo que penetra lentamente las capas de la tierra y llega al centro de inexplorados universos. “Rayo lento”, de bellas canciones de tono electroacústico, sonoridad reverberante y sofisticadas postales como “Punta Lara”, da nombre el primer EP en solitario de Miguel Ward.

“La idea es sacar de a tres temas, en pequeños segmentos, gustoso de la modalidad contemporánea de publicar de a pocas canciones –introduce el músico–. Fue un proceso largo”. La partida –por razones ajenas a Ward– de quien era productor del disco, lo obligó a reconstruir lo que ya estaba grabado. Con una ayudita de sus amigos, encontró el rumbo. Eduardo Morote y Juan Artero (quienes junto a Santi Casiasesino completan la banda que lo acompaña en vivo) fueron esenciales para continuar el trabajo. Y Pablo Barros (productor y sonidista) terminó de encontrar el tono: “La búsqueda fue generar espacio. Que tuviera un formato, donde se puede entender la canción, por donde va el nudo. Pero que podés transformarla en un sonido más grupal”. La referencia fue un disco que gusta mucho a ambos: Sea Changes, de Beck. “Ese disco encuentra el equilibrio perfecto entre la canción de guitarra y voz y arreglos que van diciendo, que van llenando de texturas capas, atmósferas. Justo lo charlé con Pablito, que me parecía un lugar re acertado de producción. Es su disco de cabecera, empezamos a trabar el tema de las voces, ese espacio, lo entendió zarpado… se notan despegadas con espacio, que están flotando”.

Cultivas tu estilo en cada detalle

Para quienes reconocen su impronta en los Faunos, notarán cierta continuidad al menos en lo lírico. “Al cambiar de interlocutores se generan diálogos nuevos. No es un proceso siempre acabado. Voy tomando prestado palabras y melodías que surgen de una práctica cotidiana. Cuando tengo un universo armadito, voy hacia eso. Siempre lo imagino como un goteo… algo que es medio un préstamo. Esa gimnasia, ese ejercicio, ser como un medio, que las cosas bajen y sacarles la mayor cantidad de ego, que es lo que te genera duda. No tengo una idea que preexista: se va armando más allá de mis intenciones. Y me termina de convencer”.

Ward dice que está escribiendo bastante poesía y cosas sueltas, en libretitas que le regalan o en su computadora. Su estilo dista mucho de la estructura simétrica y con rimas de la canción popular: “Me gusta mucho la posibilidad que da el verso libre y la sonoridad que cambia por momentos en relación distinta a la melodía. Hay determinadas imágenes, en el quehacer cotidiano, frecuentar esos lugares, frases que se imponen sola… Me gusta en el formato canción, es una síntesis entre imagen y sonido. Que lo da formalmente la duración de la canción, con esa condensación de tiempo y esas imágenes que generan un rebote en la cabeza del que escucha. Eso combinado con melodía es el quehacer de la poesía. Mi intención es no buscar lugares discursivos muy cerrados”.

La idea es seguir publicando otros EP, a la par de presentaciones que surjan. Y cantar: “Dentro de lo que son los instrumentos, es el que estoy disfrutando. Es una forma de proyectar directo del cuerpo. La voz me parece algo mágico, siempre va a cambiando, va mutando. Es una rareza escucharte cantando o hablando y esa extrañeza me parece una forma entera de disfrutar con el cuerpo. Eso que te rebota en la cabeza, en el estómago, el aire que pasa. Estoy encantado con ese universo”.

 

 

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