México y AMLO: de la revolución a las 4-T

Por Jorge Luis Bernetti *

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es el presidente de México que está conduciendo al país por un proceso político que no tiene antecedentes cercanos más que el gobierno del general Lázaro Cárdenas (1934-1940). Con un estilo singular y la complejidad del movimiento que lo impulsó a la presidencia de los Estados Unidos Mexicanos, luego de una larga, compleja y reprimida lucha de largos años, AMLO propone una particular interpretación histórica para sinterizar la historia mexicana: las 4 Transformaciones, las 4-T.

La primera es el paso de la Colonia, rica, compleja y brutal, a la Independencia, logrado de 1810 a 1821, a partir de los levantamientos reprimidos con las vidas de los curas Hidalgo y Costilla y Morelos y Pavón que interpretaron los anhelos de las masas campesinas e indias sometidas por el colonialismo español y fueron ejecutados por ello. Las clases altas, españolas y criollas y toda la estructura del Virreinato de la Nueva España se opusieron brutalmente a la revolución social que prometía el Grito de Hidalgo el 15 de septiembre de 1810. Después de otras batallas diversas, cuando los liberales impusieron por poco tiempo su Constitución y su propuesta en el Península Ibérica, los ricos propietarios, funcionarios y militares viraron hacia una independencia conservadora. Nació el fugaz Primer Imperio conducido el general Iturbide.

Luego las luchas entre los conservadores y los liberales concluyeron en la victoria de estos últimos, con su federalismo y su progresismo, conducidos por el indio oaxaqueño Benito Juárez, que implantó las Leyes de Reforma que separaron a la Iglesia del Estado. Esa fue la 2-T.

En 1910 estalló la Revolución Mexicana, que combinó diversos factores pero que tuvo un primer impulso de renovación democrática. El empresario norteño Francisco Ignacio Madero escribió un libro llamado La sucesión presidencial en México, en donde cuestionaba la larga dictadura del liberal conservador general Porfirio Díaz, aferrado al poder por más de treinta años.

La lucha de Madero fructificó en su victoria electoral, desconocida por Díaz y sus asesores positivistas. Madero confeccionó el Plan de San Luis e inició la rebelión armada bajo la consigna «Sufragio Efectivo, no Reelección» que perdura hoy en todos los documentos oficiales mexicanos. Muchos líderes campesinos, como Pancho Villa y Emiliano Zapata, además de diversos líderes sociales, se sumaron a una lucha que duró básicamente una década, padeció un millón de muertos y estableció en la Constitución de Querétaro la primera carta magna con derechos sociales.

Una larga serie de luchas internas entre sectores revolucionarios y también con la reacción cristera de los campesinos católicos impulsados por la reaccionaria jerarquía católica signaron esta etapa. Luego en los años treinta, el caudillo Plutarco Elías Calles fijó las normas del Estado mexicano moderno dotándolo de instituciones. Paradójicamente, quien había proclamado que «México es un país de caudillos, debe ser un país de instituciones» quiso prolongarse en el poder.

Ese fue el momento de la intervención de Lázaro Cárdenas, quien liquidó el poder de Calles, cumplió la consigna de la «no reelección» y entre 1934 y 1949 profundizó como nadie la Reforma Agraria que demandaba la masa mayoritaria del pueblo mexicano y nacionalizó las empresas petroleras extranjeras. Esa fue la Tercera Transformación, el punto culminante de la Revolución Mexicana que luego se burocratizó políticamente y emprendió el camino del «desarrollo estabilizador». Este impulsó fuertemente el crecimiento de México pero no resolvió la cuestión de las demandas de igualdad social. Diversas presidencias se sucedieron con este rumbo hasta que la crisis económica de 1982 obligó a una medida desesperada del presidente José López Portillo (1976-1982), quien nacionalizó por decreto la banca privada y estableció el control de cambios.

Pero fue el canto del cisne. Las presidencias de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas de Gortari –sobre todo la de este último– implantaron un cerril neoliberalismo que concluyó con los perfiles nacionalistas del Estado. Zedillo, el último presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI), decadente heredero de la Revolución Mexicana, debió entregar el poder en 1999 al derechista integrante del Partido de Acción Nacional (PAN), Vicente Fox.

Antes, desde la tibia apertura política que había iniciado López Portillo se fue configurando una oposición popular de izquierda encabezada por el pequeño Partido Comunista Mexicano (PCM), que se unió a otras formaciones marxistas que confluyeron con la Corriente Democrática del PRI y su líder Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del presidente Lázaro Cárdenas, y dirigentes como Porfirio Muñoz Ledo. Los comicios de 1988 habían sido previsiblemente ganados por Cárdenas, pero el gobierno del PRI adujo que «se cayó el sistema» y entregó el poder a Salinas de Gortari.

El gran parteaguas que había terminado con las ilusiones acerca del «nacionalismo revolucionario» del PRI, con poco de nacionalismo como de revolución, fue el movimiento estudiantil de 1968, que culminó en la masacre de la Plaza de las Tres Culturas, ordenada por el presidente Gustavo Díaz Ordaz y ejecutada por su secretario de Gobernación (ministro del Interior) y sucesor Luis Echeverría.

Las largas luchas sociales, obreras, campesinas y políticas fueron orillando al PRI que había constituido una democracia con partidos que competían para perder con el PRI, dado el control total del aparato del Estado por el partido que llevaba y lleva los tricolores de la bandera nacional. La oposición social cristiana de derecha estaba en manos del ya mencionado PAN, y un partido de izquierda que apoyó sistemáticamente al gobierno, el Partido Popular Socialista (PPS), y otro menor, el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), constituían el escenario.

La verdadera lucha de transformación del sistema fue encabezada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El PRD llevó dos veces como candidato a Cárdenas de presidente y luego a López Obrador, que se proclamó presidente en una de esas contiendas, resultado desconocido por el aparato estatal priista. López Obrador se convirtió en jefe de gobierno del populoso Distrito Federal del cual quiso ser desplazado por las maniobras del sistema.

Se produjo una fuerte crisis en el PRD, en donde Cárdenas quedó de un lado junto a otros dirigentes y López Obrador organizó el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) que aludía a la primitiva idea revolucionaria de principios del siglo XX de «regenerar» la vida nacional.

Junto a pequeños partidos aliados, entre ellos uno de raigambre evangélica, tendencia religiosa de amplio crecimiento en México, y otras formaciones de izquierda, realizó una epopeya política recorriendo por tierra la compleja geografía mexicana, contra el fuerte rechazo de la amplia mayoría del sistema de medios de comunicación.

La impresionante victoria electoral de 2018 es, por cierto, la primera elección limpia en la historia de México, con una enorme participación popular, donde AMLO enfrentó a la oposición del PRI, sumamente desprestigiado por el gobierno del presidente Peña Nieto.

AMLO se había opuesto también a la política del panista Calderón, antecesor de Peña Nieto, que con su declaración de «guerra al narco» complicó el gravísimo problema del desarrollo de las organizaciones criminales no solamente responsables del tráfico de narcóticos, sino de los secuestros de personas, tráfico de inmigrantes y asesinatos de miles de mujeres y centenares de periodistas.

A siete meses de su ascensión al gobierno, López Obrador tiene una indiscutible popularidad fijada por conjuntos de encuestas del 70% de simpatía por sus acciones de gobierno.

El punto central de su accionar es emprender una lucha por la justicia social. Su lema para ello es «primero los pobres». Combinado con lo anterior, su intento de desescalar la mencionada «guerra al narco» que comprometió a las Fuerzas Armadas en una lucha en la que hasta algunos de sus integrantes, supuestamente especializados en la lucha contra los cárteles, se convirtieron en uno de ellos, como el grupo de los Zetas. Allí, AMLO planteó la consigna «la paz es el fruto de la justicia», un apotegma de neto origen papal para emprender la carrera del empleo joven.

Su plan económico se basa, esencialmente, en un keynesianismo de mercado interno y obras públicas, como los proyectos del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, el Tren Maya que recorrerá para transporte turístico e industrial la ribera occidental de México, y un gran conducto de gasoductos, oleoductos y ferrocarril que unirá, a través del sureño Istmo de Tehuantepec, los océanos Pacífico y el mar Caribe para impulsar del desarrollo de la economía.

La lucha contra la corrupción pública y privada es una línea destacada de su accionar. Esa larga marcha de la corrupción priista y panista nunca tocó a las fuerzas que representa López Obrador, que redujo los sueldos de los altos funcionarios, los aviones y autos oficiales, abrió la inmensa residencia de Los Pinos al pueblo en el proceso de transformarla en un museo. AMLO vive en un pequeño departamento del clásico Palacio Nacional, instalado frente a la inmensa Plaza de la Constitución, el popular Zócalo.

A las seis de la mañana, AMLO encabeza la reunión que se celebra de lunes a viernes en su gabinete de Seguridad, integrado por el secretario de Gobernación (ministro del Interior), el de Seguridad y los de Defensa Nacional (Ejército y Fuerza Aérea) y Marina. A las 7, también de lunes a viernes, AMLO conduce una conferencia de prensa nacional, popularmente conocida como «las mañaneras», en donde informa de buenas y malas noticias y se somete a dos horas de preguntas del periodista que quiera participar en el evento. Por ejemplo, anunció rodeado del magnate Carlos Slim y del titular del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) la confederación de las centrales empresarias, un notable acuerdo de renegociación de los convenios de transporte del gas que consume México proveniente de Estados Unidos, lo que implicó el ahorro de 4.500 millones de dólares.

Las fuerzas que apoyan a AMLO dominan las dos cámaras del Congreso Federal, pero son débiles en el número de Estados que controlan. Tiene, con una mujer universitaria, la jefatura del gobierno de la ciudad de México, pero como las elecciones estatales se discontinúan de las federales, carece de mayoría gubernativa en esas entidades a pesar de que en casi todas venció en su presidencial.

La oposición tiene el poder de los viejos partidos, los mencionados PRI, PAN y el ya viejo y desprestigiado PRD que parece que mutará con el nombre de Futuro 21. A las mencionadas críticas de derecha, AMLO enfrenta la oposición de grupos radicalizados de izquierda. Ha recibido además la fuerte crítica del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que no ha podido superar su inserción en Chiapas. El gabinete presidencial está compuesto por mitades por mujeres y hombres. Entre las primeras se cuenta la primera en ser secretaria de Gobernación. Empero, un creciente movimiento feminista que lucha contra la brutalidad del crimen masivo contra las mujeres posee sectores que critican la lentitud del gobierno en el tema. El presidente ha reiterado que las protestas políticas y sociales no serán reprimidas, en una actitud que semeja la decisión kirchnerista. AMLO ha prometido que las Fuerzas Armadas «nacidas de las Revolución Mexicana en 1917» no serán empleadas contra el pueblo porque son «pueblo uniformado».

Su política sigue basándose en la tradicional Doctrina Estrada, nacida de los gobiernos revolucionarios, por la que respeta los procesos internos de los diversos países. Con ella se unió a Uruguay para censurar la intervención militar o de otro tipo en Venezuela, sin asumir la línea política bolivariana del gobierno del presidente Maduro.

En la presentación del libro de Cristina Kirchner celebrada el sábado pasado en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, una voz mexicanísima gritó en el final: «A ver cuándo te vienes a México, Cristina», a lo que la autora-candidata respondió sonriendo: «Hay un cuate».

Se produzca o no el viaje, las líneas políticas de México y las que asoman por el sur latinoamericano en Argentina parecen confluir casi necesariamente en una línea común: el alba de una nueva etapa regional.


* Profesor emérito de la UNLP.

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