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¡Maiameee!

"Muertos de hambre", respondió a quienes la criticaron por mudarse a Miami. Algo más que un exabrupto: quizá el espíritu e ideal de parte de una generación de artistas.

La reciente polémica que involucra a Emilia Mernes y sus comentarios sobre quienes la cuestionaron por mudarse a Miami pone en evidencia un fenómeno más amplio: la relación entre la escena del trap y la música urbana en Argentina y la ciudad norteamericana como un símbolo de éxito, progreso y un estilo de vida aspiracional. La cantante, conocida por su transición exitosa desde la banda Rombai a su carrera solista, en realidad se encontraba en Brasil cuando en un video mencionó las críticas recibidas por mudarse a Miami y se mostró despectiva en su respuesta: «muertos de hambre». «Argentina me ha dado cosas increíbles, me las da hasta el día de hoy, que tengo todo allá, todo para mí. Pero tomé la decisión de venirme un tiempito a Miami para trabajar, para probar nuevas oportunidades», había dicho días atrás a Billboard. «A nivel laboral, creo que lo que pasa en la industria acá en Miami es muy grande. Te cruzás todo el tiempo con artistas y productores nuevos». Insultarla por una decisión personal tiene tan poco sentido como el «exabrupto» que deja entrever algo más.

Miami, ciudad que históricamente ha sido un refugio para artistas y empresarios, ha evolucionado en las últimas décadas para convertirse en un emblema del sueño americano, especialmente dentro de la música urbana. Desde el auge de los reggaetoneros y traperos latinos, hasta las producciones musicales que se graban en sus estudios y el flujo de dinero y fama que la rodean, la ciudad es presentada como un destino natural para aquellos que buscan alcanzar el éxito. Esta idea de progreso vinculada al «mundo de Miami» está lejos de ser algo nuevo, y a menudo refleja una desconexión con las realidades sociales y económicas de los países de origen de los artistas.

El comentario de Mernes no es un caso aislado. La distancia entre la ciudad estadounidense y la vida cotidiana en Argentina ha sido tema recurrente en la cultura urbana local. Esta misma narrativa se ha convertido en un recurso utilizado por muchos exponentes del trap y la música urbana en Argentina. El propio Duki, uno de los artistas más populares del género, ha mencionado en múltiples ocasiones a Miami y su estilo de vida como parte de su trayectoria de éxito. En su tema «Miami», de 2018, Duki expresa de forma explícita cómo la ciudad se convierte en un símbolo del crecimiento personal y el lujo que alcanzan quienes logran el éxito: «Me pasé de la esquina a Miami», canta, reflejando la transición de su vida anterior en Argentina hacia un entorno donde la riqueza y el estatus son más palpables. Cazzu, otra de las grandes figuras del trap argentino, canta en su tema «Ladrón» (2020): «Quiero estar en Miami, quiero que me vean en el VIP».

Este ideal de progreso, sin embargo, no es completamente nuevo en la cultura argentina. En los 90, bajo el gobierno de Carlos Menem, Argentina vivió una época de apertura económica y un auge del consumismo, en el que muchos soñaban con vivir la vida de lujo que parecía ofrecer el modelo neoliberal. El menemismo, con su fuerte vinculación con la globalización y la promesa de una vida mejor a través de las políticas de mercado, puede verse como el antecedente de ese mismo ideal de prosperidad que hoy se proyecta desde la cultura urbana hacia Miami. Desde Susana Giménez al «comandante» Fort, toda una cosmogonía.

En contraposición, hay artistas que han ironizado o cuestionado ese modelo. De hecho, el disco Miami de Babasónicos, lanzado en 2004, se presenta como una crítica a ese mismo consumismo vacío y a los ideales de progreso ligados a una vida sin conciencia nacional ni de clase. En sus letras, como en la canción «Miami», la ciudad aparece no como un paraíso, sino como un lugar donde la superficialidad y el deseo de poseerlo todo se convierten en el centro de la narrativa.

Claro está que cada artista y persona puede idealizar y perseguir lo que desea. Esa libertad (la verdadera) es inexpugnable. Y la de ir a Ezeiza y tomarse un avión, también. Solo que un poco más cara.