Las palabras del terror (VI)

Por Martín Gras*

“¿Cómo puede hablar de Derechos Humanos Estados Unidos,
un país que ha tenido 1.000.000 de abortos en un año?”

Monseñor Octavio Derisi, Rector de la UCA, 1979, Visita de la CIDH

“Ya fue una vez y es otra vez
La misma pena, la misma sed
Pero qué raro mimetismo el del amor
Que otra vez más, cambia color”
«La misma pena». Homero Expósito

La primera madre: actores y preparativos

El 23 de agosto de 1979, faltando menos de dos semanas para que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) perteneciente a la Organización de Estados Americanos (OEA) realizara su muy anunciada visita “in loco” a la República Argentina para verificar la consistencia de las denuncias de graves violaciones a los derechos humanos realizadas contra el gobierno militar, un insólito grupo compuesto por varios oficiales de la marina que actuaban desde la clandestinidad, dos de sus secuestrados, un periodista y un fotógrafo se reunieron en la confitería Selquet, en el barrio de Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires, para llevar a cabo lo que el jefe de redacción de la revista Para Ti definiría como “un reportaje a una subversiva arrepentida”.

El maestro de ceremonias era, sin lugar a dudas, el en esos momentos teniente de navío Miguel Ángel Cavallo (que operaba en el GT3.3.2 con los alias de Sérpico o Marcelo). Sin embargo, es probable que no fuera la máxima autoridad de la Armada presente. Versiones insistentes colocan en ese lugar al capitán de corbeta Luis D’Imperio (Abdala), un ex jefe operativo del Servicio de Inteligencia Naval que había reemplazado a Jorge (El Tigre) Acosta en sus funciones en la ESMA.

Quizás la presencia más absurda fuese la del teniente de navío Juan Carlos Rolón (Niño), un ex-GT, que en esos momentos era formalmente el jefe del Departamento de Prensa de la Dirección General de Prensa y Difusión del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina. Pocas veces el submundo “real” aparecía tan directamente comprometido con el mundo “aparente” como en esta producción de lo“verdadero” falso.

Sin embargo, y en la medida que estamos describiendo la coreografía de una operación comunicacional, existía un gran ausente/presente que, en palabras de Martín Niklison (fiscal a cargo de la Unidad de Asistencia en Causas por Violaciones a los Derechos Humanos durante el Terrorismo de Estado), era quien dominaba la situación: Agustín Juan Botinelli, el todopoderoso jefe de redacción de la revista Para Ti.

El objetivo de este encuentro era que Thelma Jara de Cabezas, reconocida militante internacional de los derechos humanos, realizara una “conferencia de prensa”, reconociendo la existencia de una “campaña anti-Argentina” y la falsedad de las acusaciones que responsabilizaban al gobierno de hacer “desaparecer” a sus opositores. Paradójicamente, ella misma era una secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada.

“No me dan ninguna explicación” (relata Thelma Jara a Claudia Acuña en 2014). “Me dicen que la revista Para Ti quiere saber algunas cosas. Me arreglan un poco. El periodista pone el grabador en la mesa y me hace dos o tres preguntas que no tienen nada que ver con nada. Todo muy seco. El fotógrafo está parado. Se mueve. Parece nervioso. Todo es muy rápido”.

Sin embargo, no se trataba de una precipitada ceremonia de la confusión. Por el contrario, había sido ensayada casi hasta la obsesión: fotos falsas en la Costanera, dos viajes a Uruguay (el segundo de los cuales incluyó una entrevista con el diario News of The World del magnate coreano anticomunista Sun-Myung Moon que rebotara en Télam) y otro intento en una oficina de Telefónica en el centro de Buenos Aires.

Habiendo pasado más de 35 años, resulta muy difícil percibir la excitada molestia con que los miembros de la dictadura vivían la visita de la CIDH, en lo que consideraban una batalla clave, no sólo para su imagen internacional, sino para la consolidación de su discurso hegemónico. En su visión, las Fuerzas Armadas argentinas habían salido triunfantes de una guerra de agresión conducida desde el extranjero (su cuota parte global al esfuerzo bélico de la Tercera Guerra Mundial: “Nosotros vencimos, mientras los norteamericanos eran derrotados en Vietnam”) y debían ahora, en lugar de “ganar la paz”, pasar injustamente por una suerte de inspección realizada por quienes, mejor que nadie, hubieran debido entenderlos.

Quizás una buena muestra de ese clima, mezcla de triunfalismo e indignada frustración, fuera una declaración (que reprodujo prolijamente el diario Clarín) donde el provicario castrense, Monseñor Victorio Bonamín, trata de explicar a los visitantes, casi con paciencia docente, la lógica de las reglas de juego del disciplinamiento social: “Si sube la consciencia debe bajar la represión. Pero si la consciencia, la responsabilidad ante sí mismo, baja, debe subir la represión”.

La primera madre: contexto

Thema Jara de Cabezas no era una víctima seleccionada al azar (un blanco de oportunidad, para usar la jerga de los GT). Era la más genuina representante de una nueva generación de luchadoras sociales. Las madres que buscaban a sus hijos. Gustavo Alejandro Cabezas había desaparecido en mayo de 1976 (subido vivo a un camión militar) y dos años incansables convirtieron a Thelma Jara en secretaria de la Organización de la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. Sus caminos la llevaron, a comienzos de 1979, a México, buscando entrevistarse con el Papa Juan Pablo II en la Tercera Reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano, que produciría en Puebla uno de los documentos claves de la Teología de la Liberación.

Fue su último viaje. El 30 de abril fue secuestrada a la entrada del Hospital Español, donde su marido agonizaba de un cáncer (de hecho, murió 24 días después y la noticia recién le fue comunicada por los secuestradores pasados varios meses). Su desaparición tuvo enorme repercusión internacional. Julio Cortázar hizo una sentida declaración en el diario El País de España y Seán MacBride (Premio Nobel de la Paz 1974) denunció el caso en el Plenario de Amnesty International.

El objetivo del secuestro buscaba instalar en la opinión pública un relato estructurado en una simple línea cronológica de sucesos: Jara de Cabezas es la madre de un subversivo desaparecido. En su comprensible y dolorosa búsqueda de su hijo, toma contacto con Organismos Internacionales de Derechos Humanos. Allí descubre que los mismos se encuentran manejados por elementos de Montoneros. Engañada al principio y desilusionada después, trata de tomar distancia, pero los montoneros la amenazan de muerte para que continúe su acción anti-Argentina. Para salvar su vida, debe esconderse en Montevideo (al parecer existía otra variante, donde ella se ponía voluntariamente en contacto con la Armada y recibía su protección. Esta versión debió resultar demasiada absurda, aun para los propios “señores de la guerra” y sus socios mediáticos). ¡Fin del guión!

El caso de Thelma Jara no sólo conmocionó a los luchadores mundiales por la paz. Fue un tema muy conocido también en el sórdido mundo de los Servicios de Inteligencia. El 7 de agosto de 1979, Julio Alberto Cirino (n.g. Jorge Abel Contreras) se entrevistaba, en su función de enlace del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército, con el Regional Security Officer, James Blystone, y el Political Counselor Willian H. Hallman de la Embajada de Estados Unidos en la Argentina, para explicarles que, atento a la visita de la CIDH, se había reducido casi en un 80% el número de campos de detención, e inclusive, modificado la arquitectura de los más notorios.

Blystone informa: “Le pregunté a Contreras si no había centros clandestinos de detención, donde podrían estar estas personas (los desaparecidos). Él me contestó que no estaba diciendo que estaban todos cerrados, más bien que no era ya necesario mantener espacios para grandes cantidades de gente. Tres personas eran “nada” en comparación con los problemas de acomodamiento del pasado. Inclusive si otros desparecidos muy conocidos de 1979 estuvieran vivos –la Sra. Jara de Cabezas, por ejemplo–, no presentarían ningún problema para un sistema que manejó grandes cantidades en el pasado”.

La primera madre: texto

La nota es extensa y arranca con un título brutal: «Habla la madre de un subversivo muerto» (el hecho de que ella busca un desaparecido y no un muerto es ignorado en todo el texto, donde se reitera una y otra vez que su hijo fue muerto en un enfrentamiento con las Fuerzas de Seguridad).

Técnicamente, el artículo se divide en cuatro partes: una bajada, un texto explicativo, un cuestionario y un recuadro complementario. Pero realmente lo que atrapa al lector es la foto central, la de una mujer de mediana edad, pulcramente vestida, con una mirada de profunda tristeza y un aire general de distanciamiento y dignidad. Mira hacia abajo y hacia afuera del plano. Es imposible escapar de ese rostro que parece estar del otro lado del espejo. Quizás no mire de frente porque el lector tampoco se anima a enfrentar su mirada.

La bajada aclara que es “un testimonio esclarecedor y tremendo que descubre los métodos de la subversión”. Esta vinculación (organización subversiva, falsos derechos humanos y utilización de un dolor culpable) será el eje vertebrador del discurso: “siniestros caminos”, “especular con el dolor de familias”, “supuesta y malintencionada defensa de los derechos humanos”.

En el relato/presentación de Thelma Jara, la construcción es la de una madre ingenua y culposa. No cumplió con su rol de madre (reproducción/educación/protección), no advirtió a tiempo el mal camino que recorría su hijo.

El primer tópico es el de la familia destruida y la falta de figura paterna: “soy viuda”, “viví separada de mi esposo los últimos 17 años”.

Esa debilidad o falla estructural hace que no conozca/comprenda a su hijo. Las virtudes solidarias del hijo son presentadas como un peligro: “era un chico muy dulce”, “Sus sentimientos no tenían nada que ver con la violencia”, “le dolía el sufrimiento ajeno y era muy sensible a los problemas del mundo”, “no sé qué cosas habrán pasado por su cabeza”, “no pude hablar con él a fondo en estos días”.

La falta de control lleva a la muerte. “Cuando Gustavo desapareció tenía 17 años”, “Yo ignoraba el contacto de mi hijo con Montoneros”, “menos aun sospechaba su participación activa en ese movimiento”, “mi hijo murió en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad”.

Y luego la desesperación: “lo único que yo quería era que alguien, no me importaba quién, me dijera dónde estaba mi hijo”, “como cualquier madre, quería saber todo”.

Al final, su encuentro con el mal: “enterada de mi situación, los Montoneros se contactan conmigo y me prometen averiguar qué pasó con mi hijo”.

El resto es simple: un breve circuito de utilización, desengaño, amenaza y fuga. Vivir en Montevideo bajo la sombra fatal de Montoneros.

Sobre este mapa/itinerario descripto por Para Ti, se reitera una serie de preguntas machacantes. Siempre se vuelve a los mismos ejes discursivos: error y utilización. “Que otras madres no sean expuestas a los mismos errores”, “Nosotras las madres y nuestros hijos fuimos utilizados miserablemente”, “Que (los jóvenes) no se dejen llevar por las influencias políticas de los extremismos que prometen utopías”, “Que no haya más madres desesperadas ni chicos equivocados”.

La primera madre: el estilo de un acto violento

El núcleo conceptual de la operación comunicacional se reduce, en última instancia, a esta paridad de pregunta-respuesta.

Por último, “¿Qué le diría a las madres argentinas?”, “Que estén alertas. Que vigilen de cerca a sus hijos. Es la única forma de no tener que pagar el gran precio de la culpa, como yo estoy pagando por haber sido tan ciega, tan torpe”.

Thelma Jara de Cabezas niega haber dicho estas palabras. Su afirmación, de tan creíble, se vuelve innecesaria. Opinamos, como Rita Segato, que “Toda violencia, aun aquella en la cual domina la función instrumental […] incluye una dimensión expresiva. Identificar el estilo de un acto violento, como se identifica el estilo de un texto, nos llevará al perpetrador en su nivel de autor”. Dominando la nota de Para Ti, no sólo está la pluma editora de Botinelli y la picana atormentadora de Cavallo, sino su verdadero autor: la gramática y la lógica de un discurso de poder.

Se trata de la feminización/evolución de uno de los discursos audiovisuales más potentes de la dictadura; aquel en donde una familia feliz es interrumpida por una voz en off que pregunta a los padres “¿Sabe usted dónde está su hijo en este momento?”. En la medida en que el “usted” individualizaba, e implícitamente el jefe de familia es el padre, se puede pensar que la pregunta, aparentemente general, tiene un primer interlocutor masculino. En la operación comunicacional de Para Ti, el padre ha desaparecido y la familia ha quedado reducida a la relación madre-hijo. Es explícito que el divorcio de Thelma Jara coincide con la edad del hijo al momento de la desaparición.

La madre es dotada entonces de todas las debilidades que los prejuicios de la mirada patriarcal asignan a una mujer sola: ingenua, sensible, torpe; su aproximación a la realidad es emocional, no racional; quiere saber, no comprender. Su emotividad posibilita que sea usada/engañada. Su denuncia es histérica y delirante, funcionalmente falsa. El final del camino es la aceptación de la muerte, la decepción, el miedo y la culpa. Termina validando como sustento el orden fuerte que le proponen las Fuerzas Armadas, y a partir de allí su único sentido es sentirse culpable y transferir preventivamente esa culpa. En última instancia, reconocer su lugar, pedir perdón y trasmitir miedo.

Más allá de la miserabilidad, el falso reportaje peca por exceso. Los perpetradores incorporan una entrevista a Mairead Corrigan, Premio Nobel de la Paz en 1977, amiga de Adolfo Pérez Esquivel, que había visitado Buenos Aires para entrevistarse con personalidades de los organismos de derechos humanos. En el recuadro sin firma, Para Ti adjudicaba a la activista irlandesa haber conversado con “madres amargadas, desesperadas porque sus familias fueron mutiladas y sus hijos muertos, porque siembran el odio, la guerra y la destrucción”.

Como detalle de insoportable frivolidad, el ejemplar del 10 de septiembre de la revista Para Ti, donde se publica la operación de acción psicológica, lleva en portada a una joven y despreocupada modelo y titula: «Primavera Verano 79-80. Moda Argentina: su nuevo estilo». La parte inferior de la tapa, un cintillo en dramático negro sobre blanco: «Derechos Humanos, habla la madre de un subversivo muerto».

A los lectores propongo un ejercicio: busque en la web una foto actual de Thelma Jara de Cabezas: mira de frente, sonríe, sus ojos son dulces.

La segunda madre: nuevamente Para Ti

La tesis central de este trabajo es la continuidad en el tiempo de un sistema de producción de valores dominantes, que constituyen una legitimación permanente de poder y que se transforma y adapta a las distintas coyunturas históricas por la que atraviesa una sociedad determinada. En este marco, los medios de comunicación son una parte permanente y necesaria de esa construcción sistémica, teniendo en todo momento como objetivo la reproducción/adaptación del discurso de dominación vigente. Es decir que son nodos de comunicación de una red por donde circula la hegemonía.

Como señalan Borreli y Gago, “Las publicaciones no son meros soportes de ideologías que estarían por ‘detrás’ de ellas, sino vehículos activos destinados a la conformación de espacios sociales, la construcción de públicos, la legitimación de corrientes de opinión, la influencia concreta en las decisiones políticas y de interés público […] Se posicionan como un ‘actor político’ en tanto intentan afectar los procesos políticos de toma de decisiones a partir de su influencia en la sociedad”.

El “trabajo de campo” que se ha utilizado es una suerte de “hilo de Ariadna” que nos llevaba desde lo general a lo particular: desde la Editorial Atlántida, siguiendo por la familia Vigil, la revista Para Ti, su jefe de redacción, y terminando con el falso reportaje a una “madre arrepentida”, realmente una desaparecida de la ESMA.

En el año 2007, los Vigil vendieron su parte accionaria en la Editorial Atlántida, que fue adquirida por el Grupo Televisa (una multinacional mexicana, parte del imperio Slim). Es decir que la revista Para Ti cambió de propietarios. Desde una lógica analítica simple, esto significaría el fin del “sujetos de estudio”. Se habían producido varias rupturas históricas que deberían haber finalizado con el viejo actor comunicacional y permitido la aparición de uno nuevo y potencialmente diferente.

Para Ti ya no estaba en dictadura. Sus propietarios habían cambiado y el grueso de los profesionales que la conformaban, por una simple razón etaria, habían dejado de pertenecer a la misma. La nueva Para Ti, ahora en democracia, con nuevos dueños y nuevos periodistas, ¿mantendría todavía una continuidad gramatical con el primitivo discurso, o, por el contrario, se había producido una ruptura conceptual?

Una primera aproximación, que seguramente requeriría una investigación más sistemática, nos hace suponer que no estamos ante un proceso de ruptura, sino, por el contrario, de continuidades adaptativas.

La segunda madre: ¿por quién doblan las campanas?

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”

John Donne, 1624

En la edición 4.626, meses previos a la elección presidencial de 2011, Para Ti publicó otro reportaje a una madre. Leerlo produce la sensación de un extraño deja vu, de ver un “otro” paradójicamente igual y diferente al personaje de la entrevista fraguada de 1979. Es como si viéramos dos imágenes similares, pero sujetas a un mecanismo de espejos deformados.

El título tiene esa misma textura de golpe directo que se utilizó con Jara. En este caso: “Entrevista a Lorenza Ferrari, madre de Laura Ferrari, asesinada por terroristas Montoneros”. La estructura parece respetar igualmente cierto paralelismo técnico. Más allá del “encabezado de ruptura”, una breve bajada y un texto guiado de veinte preguntas. Como soporte gráfico, tres fotos que constituyen casi un relato en sí mismo.

La imagen inicial nos muestra a una señora mayor vestida con discreta elegancia en un escenario que imaginamos de clase media. El rostro aparece severo y rígido; la mirada, que no comparte con el lector, establece un espacio de distancia. El perfil general es icónico y atemporal. Las dos fotos siguientes son testimonio de su drama personal: un primer plano que muestra sus manos enseñando una foto de su hija muerta, que es reproducida en el anillo de su dedo medio. La última foto, titulada “ayer y hoy”, es un montaje doble que la muestra en la actualidad con su hijo discapacitado y a este besando a su hermana, ambos niños. Es conmovedor.

El relato es breve. El 8 de septiembre de 1975, Laura, de 18 años, murió al estallar una bomba montonera en la puerta de la Universidad de Belgrano, donde estudiaba. Pasados algunos años, su marido muere de diabetes. Ella, de 81 años, se encuentra sola, debiendo atender a un hijo discapacitado. Considera que el Estado discrimina entre dos clases de víctimas. Pide justicia para su hija.

La estructura de las preguntas tiende a profundizar cinco ejes:

-La inocencia de la víctima: Laura no tuvo “tiempo de tener una idea política”, “Había suplicado ir a una universidad privada porque la del Estado estaba muy politizada”, “Era una chica feliz, con mucho carácter, generosa, sencilla y estudiosa”. Ella decía que “no puede haber gente tan mala que haga daño a los inocentes”.

La certeza de la autoría: “Los Montoneros amenazaban con poner bombas”, “Todos sabemos quiénes fueron, Montoneros”, “Atentado perpetrado por la organización Montoneros”.

La deliberada “irracionalidad”del episodio: “Este atentado fue terrorismo puro, con el único fin de sembrar pánico en la sociedad para ganar poder”, ”Sabía que había sido un acto terrorista”, “No justificaba que pusieran bombas en jardines, escuelas y plazas, donde había chicos que nada tenían que ver con la cuestión política”.

La destrucción familiar: “Mi marido… finalmente murió de dolor por la pérdida de Laura”, “La casa perdió vida y nos quedaba muy grande, así que nos mudamos a ese departamento”. Nunca pensó en “volver a formar pareja”.

Sus objetivos: “Reconocer a los culpables”, “La única satisfacción que anhelo es verlos presos”, “Nadie hizo ni hace nada para investigar quiénes fueron los responsables por la muerte de mi hija”, “Que las víctimas del terrorismo también sean reconocidas en la historia y que nos den una indemnización económica”.

A modo de aclaración: el autor de este trabajo ha revisado los números de Evita Montonera y de Estrella Roja correspondientes al periodo de la bomba que matara a Laura Ferrari. Ni el órgano oficial de Montoneros, ni el del ERP, que publican largos listados de operaciones, reivindican o hacen referencia alguna a ese ataque con explosivos. Igualmente, se han revisado las colecciones de los diarios Clarín, La Nación y La Opinión. En todos ellos la explosión del 8 de septiembre está descripta en profundidad. En ninguno de los casos se hace referencia a autoría alguna. Un detalle final: en un contexto de enorme confusión política, donde se encuentra entrelineado el ascenso de Jorge Rafael Videla como comandante en jefe y la ilegalización de Montoneros, no es descartable suponer que a escasos seis meses del golpe diversos actores estatales y paraestales jugaran a lo que los italianos llamaban en esa época “estrategia de la tensión”.

Las dos madres

Theodor W. Adorno afirma en Mínima Moralia que “Ningún pensamiento es inmune frente a la comunicación, y manifestarlo en el lugar equivocado o en mala compañía es suficiente para minar su verdad”.

Más allá de un incuestionable drama familiar y un legítimo dolor, el objetivo de este trabajo no es evaluar historias individuales, ni siquiera preguntarse por qué durante ocho años de omnímodo poder militar los atacantes no fueron identificados, sino analizar la imagen mediática que se construye de ellas, como producto comunicacional. Lorenza Ferrari es, al igual que Thelma Jara, presentada desde el rol estereotipado de madre. Como diría Russo: “la multiplicación doméstica del patriarcado”.

Al igual que el perfil de Thelma Jara, el de Lorenza Ferrari se construye desde el drama de una mujer sola. En un caso, esa soledad le impidió cumplir con su deber de educar/proteger a su hijo. En el caso de Lorenza Ferrari, ella cumplió con ese rol, pero fracasó ante un hecho externo, brutal e imprevisible.

Ambos hijos son presentados como buenos, sensibles y en un punto ingenuos en su frescura adolescente. Los dos sufren por un hecho “venido de afuera”, en ambos casos, la política. Esta, en su variante más disruptiva, la de la violencia, fue la responsable de la destrucción del cerrado ámbito de protección familiar. Para Jara, llevando a su hijo a la muerte; para Ferrari, directamente matándola. Jara es luego engañada para hacer política, Ferrari rechaza enfáticamente esa posibilidad.

En ambos reportajes, Para Ti les hace compartir explícitamente su situación de soledad, que se presenta como un amargo regusto a maternidad frustrada. Es que, para la revista, ambas son la contracara de un mismo personaje. Quizás la distinción más importante está en la conducta futura esperada. Según Para Ti, Jara es una madre culpable que pide perdón, y Ferrari es una madre agredida que pide justicia.

Probablemente la diferencia no corresponda tanto a las historias de vida, que se analizan desde una misma matriz, sino al contexto político: en 1975, Para Ti es parte del poder militar y debe contribuir a su legitimación; en 2011, es parte de la oposición y debe contribuir al desgaste del poder democrático.

Esta última reflexión no se basa en una mera especulación. La bajada de la entrevista a Lorenza Ferrari señala textualmente: “Hace unos días el diario La Nación publicó una carta de lectores escrita por Ana María (58) recordando el trágico final de su prima Laura y homenajeando el estoicismo frente al dolor de su tía ‘Renza’. Para Ti la buscó y llegó hasta su casa”.

El reportaje figura en forma destacada y reiterada en el sitio web del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), que se presenta a sí mismo como “una organización no gubernamental dedicada a la asistencia de las víctimas del terrorismo en la Argentina”, y describe sus actividades como “Asesoramiento jurídico gratuito, elaboración de material de doctrina, proyectos de investigación, colaboración en editoriales, recepción y coordinación de actividades, participación en homenajes públicos”.

En la nota preguntan a Lorenza Ferrari: “Después de la muerte de su hija, ¿se hizo de algún partido político?”. “No, no. Mi cabeza no daba para tanto. Lo único que hacía era ir a las misas para los familiares de las víctimas de la subversión. Hoy estoy disponible para hablar de Laura y contar nuestra verdad. ¡Hasta al diablo le hablaría!”.

La asombrosa construcción paralela de los reportajes a las dos madres realizados con más de treinta años de diferencia, pero sin modificar en lo sustancial la gramática de dominación de género que presupone la asignación de roles en una sociedad patriarcal, nos lleva a pensar que la revista Para Ti, tras un alarde superficial de nuevas tecnologías, innovaciones de diseño e “informal corrección” posmoderna, oculta una trama que continúa proponiendo a través de la oferta de una estética y un estilo debido la reproducción de un antiguo orden hegemónico.

Uno se siente tentado a citar al Príncipe de Salina, aquel personaje de Lampedusa que postulaba como imprescindible que “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.

Padre Padrone: si esto es una mujer

La escritora inglesa Sara Helm ha publicado recientemente un libro llamado Si esto es una mujer, donde relata la historia del campo de concentración alemán de Ravensbruk, el único campo de género del universo nazi. “Así como Auschwitz fue la capital del crimen contra los judíos, Ravensbruk fue la capital del crimen contra las mujeres”. “Estamos hablando de crímenes específicos de género, como abortos forzados, esterilización, prostitución forzada” (se llegó a experimentar inyectando gérmenes de sífilis en la médula espinal). Sin embargo, su historia es proporcionalmente muy poco conocida. Cabe la seria posibilidad de que su especificidad de género sea una de las razones de su “invisibilización”.

El reconocimiento progresivo y tardío de la violencia de género en el sistema concentracional argentino (incluyendo una suerte de blind spot por parte de los sobrevivientes/testimoniantes, tanto varones, como mujeres) reorientó mis lecturas sobre la construcción del dispositivo comunicacional de la dictadura cívico-militar. Ello me ha llevado a proponer que las prácticas genocidas “reorganizadoras” incorporaban un doble programa: una política de disciplinamiento neoliberal explícita y una política de dominación de género implícita.

La primera podemos definirla siguiendo a Michel Foucault, cuando convierte a su curso “Nacimiento de la Biopolítica” (College de France, 1978/1979) en un verdadero modelo de construcción hegemónica neoliberal: “Una tecnología de gobierno que tiene como finalidad la efectividad de la economía mediante la generación de una serie de condiciones artificiales que logran la autoregulación en los sujetos morales […] La mercantilización hace parte de la propia vida de todos los actores sociales, de su cotidianeidad y su intimidad, para que sean sujetos morales capaces de tomar sus propias decisiones, pero dentro de la racionalidad neoliberal”.

La segunda está definida por Rita Segato en su excepcional “Los femicidios de Ciudad Juárez”: “La dominación sexual tiene también como rasgo conjugar el control, no solamente físico, sino también moral de la víctima y sus asociados. La reducción moral es un requisito para que la dominación se consume, y la sexualidad, en el mundo que conocemos, está impregnada de moralidad”.

Dicho de otra forma, las condiciones macropolíticas de una reorganización de mercado (que por definición separa entre propietarios y no propietarios de los bienes de producción) requieren, para ser estables, de una consolidación de la familia patriarcal (donde las relaciones propietarias del hombre sobre la mujer son interclasistas). El poder del patrón sólo hegemoniza si es capaz de compartir el espacio de poder con el padre-patrón.

* Docente e investigador del Programa Medios y Dictadura de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata.


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