La gran maraña de historia, palabras y objetividad

Por Florencia Abelleira

Las cuatro puertas doble de la sala Ginastera del Teatro Argentino se abrieron a las once en punto. Felipe Pigna estaba sentado junto a Pacho O’Donnell y Darío Sztajnszrajber. Iluminados en naranja, parecen una réplica en miniatura en el medio de semejante escenario frente a una planta baja repleta que los miraba con intriga.

“Humpty Dumpty, el huevo parlante de Alicia en el país de las maravillas, decía: las palabras quieren decir lo que le sirve al amo”, comenzó el escritor e historiador O’Donnell para introducir su planteo sobre que las palabras –y, por ende, la historia– se las adjudican los vencedores. Como médico psiquiatra que es, no tardó en traer a Freud a la charla y su teoría que dice que la neurosis produce un efecto de represión: nuestra psiquis saca de la conciencia y hunde en el inconsciente aquellos sentimientos o ideas displacenteras, trata de eliminarlas, olvidándolas. “Para Freud, recordarlas permitiría sanar. Es una transpolación que sirve para pensar la historia”, continuó.

Luego puso en juego a la objetividad, palabra que parece adherida intencionalmente a la historia. Existen los hechos objetivos, aclaró O’Donnell, y ejemplificó con el centenario del país. Pero depende de la mirada con que se lo vea, la imagen que se tendrá.

“Se puede mirar ese hecho desde el orgullo de la oligarquía, que mostraba al mundo sus palacios franceses, avenidas y teatros; o podemos verlo desde los sectores populares y decir que el pueblo argentino vivía muy mal, en condiciones humillantes, sin leyes sociales y que el festejo del centenario transcurrió en estado de sitio”. Y, como sabemos, se popularizó la versión oligarca que eliminó las otras miradas o textos –como explicará Sztajnszrajber más adelante– y es una asignatura pendiente reincorporarlas. “Un país es neurótico cuando no puede reinstalar en la cuerda psíquica aquellas circunstancias que han sido reprimidas”, concluyó, y le pasó la palabra a Pigna.

 

Betún, corcho quemado y pastelitos

Foto: Luciana Demichelis
Foto: Luciana Demichelis

La hipótesis que arrojó Pigna en una oración es: la sociedad argentina ha vivido en los últimos cuarenta o cincuenta años acosada por las vicisitudes del cotidiano con escaso margen para darse un tiempo para la reflexión sobre los orígenes y las causas remotas de sus males ciudadanos.

Para el historiador Felipe Pigna, este problema radica en que en la historia argentina los próceres son inhumanos. Se los presenta como personas de calidad sobrenatural, de perfección, de pulcritud y lucidez vedadas a los simples mortales.

“En esta concepción de que la política es para los otros, que la hacen los otros y que la gente común, por carecer de coraje, debe abstenerse, podemos encontrar gran parte de las raíces del ‘algo habrán hecho’”, opinó Pigna, y continuó explicando que esa imagen de prócer impuesta es útil para el discurso del poder, es decir, que “el argumento del ejemplo a imitar en realidad no existe. Los ejemplos a imitar deberían provenir de figuras humanas, de personas falibles, con las mismas debilidades, defectos y virtudes que sus conciudadanos”.

Lo que se creó fue una despolitización de la historia y se la despojó de sus verdaderos motores sociales, económicos y culturales rompiendo el vínculo pasado-presente. El historiador reforzó esta idea con el ejemplo de la Revolución de Mayo, de la que sólo se habla en la escuela primaria y que es difícil pensarla “despojada de betún, corcho quemado y pastelitos”. Pigna insistió en que nuestro presente es producto de nuestro pasado. “Para encontrarle soluciones a los problemas presentes, la historia es un elemento muy importante, porque nos deja ver con principio, desarrollo y fin la evolución de procesos sociales, políticos y económicos que en su momento fueron presentes; y nos permite ver lo que se hizo bien para retomarlo y profundizarlo, y lo que se hizo mal para desecharlo”.

 

El pasado y el texto

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Foto: Luciana Demichelis

Finalmente fue el turno del filósofo con “el apellido con más consonantes del mundo mundial”, bromeó Jorge Telerman al presentar a Darío Sztajnszrajber. Como ocurre con todo concepto que proviene de la filosofía, las primeras palabras que pronunció el filósofo son “angustiante”, “insoportable” y “Platón”. En el inicio de su charla planteó que “toda reflexión que hagamos sobre nuestro presente es sobre un presente que siempre se evanesce. El tiempo tiene esa estructura insoportable que es que se va: todo lo que pensamos sobre nuestro ahora es una reflexión de lo que ya pasó”.

A esto le sumó las palabras, y nombró a Jacques Derrida, quien dijo que “nada hay fuera del texto”. “Esto me permite juntar la historia y las letras: siempre somos en pasado y nada hay fuera del texto”, pensó Sztajnszrajber.

Pero eso no le alcanzó y también vinculó a la objetividad. Y como dijo que estamos condenados por el lenguaje, lejos estamos de pensarnos a nosotros mismos con objetividad. “La idealización de la objetividad es cómplice de los peores actos de violencia que en nombre de lo objetivo se han cometido en la humanidad. O sea, no soy un nostálgico de la objetividad, no soy de los que dicen: ‘che, el hombre está condenado a interpretar, ¡qué pena!’”, continuó. En consonancia con Pacho O’Donnell, planteó que la verdad objetiva es la idealización que el poder hace para imponer su propia lectura de las cosas como si fuera la única. “La verdad es un arma. Punto”, concluyó.

Antes de terminar con su exposición, se remitió a Platón y su concepto en latín de pharmacon que tiene doble y paradójico significado: remedio y veneno. Y lo trasladó a cómo se enseña la historia en la escuela primaria y secundaria haciendo alusión a que la importancia de no perder la memoria muchas veces puede ser contraproducente. Y finalizó: “Nosotros tuvimos la suerte de ser hijos de un tiempo histórico que ha hecho de la divulgación una política de Estado. Yo me siento un emergente de Canal Encuentro y de estos últimos diez años”.

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