La Triple A y el Pozo de Banfield: decenas de secuestros en mayo de 1975

Por Gabriela Calotti

Oscar Ricardo Geraci, su hermano Carlos Alberto, Rafael Runco y Norma Dolores Castillo son solo cuatro de las más de 32 personas que meses antes del golpe permanecieron varias semanas en cautiverio en lo que tras la dictadura se conocería como el centro clandestino de secuestro, tortura y exterminio Pozo de Banfield. Al cabo de unas semanas fueron trasladados a la cárcel de Sierra Chica los varones, y a la cárcel de Olmos y luego Devoto las mujeres.

«Volviendo a mi dormitorio, en un momento dijeron ‘vamos’, y cuando me dan vuelta para salir uno de ellos me dice ‘¿vos sabes quiénes somos nosotros? Somos la Triple A’ […] Descendió sobre mí una sensación de total terror porque pensé ‘este es el fin de mi vida’, porque la Triple A lo que hacía era secuestrar y matar. Le pregunté si podía despedirme de mis padres y uno se acercó y al oído me dijo ‘no abras más la boca porque si no te pegamos un tiro a vos acá y también a ellos’», contó Rafael Runco durante la audiencia 99 del juicio por delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús que comenzó en octubre de 2020.

Rafael vivía con sus padres en Munro, partido de Vicente López. Tenía 18 años. El año anterior había terminado el secundario y había decidido trabajar para juntar dinero y poder ir a la Universidad.

«Mi secuestro tuvo lugar la tarde de una fecha que es difícil de olvidar porque fue el martes 13 de mayo de 1975», afirmó Runco vía digital desde Reino Unido, su «hogar» desde 1981, tal como definió al país que le dio asilo luego del secuestro y varios años de cárcel en Sierra Chica y en la Unidad 9 de La Plata.

Por entonces, Rafael trabajaba en una empresa textil en Villa Martelli. Ese día «había salido a eso de las 5 de la tarde y cuando llegué a mi hogar en menos de media hora, cuando estaba sacando las llaves del bolsillo, salieron detrás del coche de mis padres y de otro coche estacionado dos hombres. Tenían armas largas y uno de ellos me preguntó si yo era Rafael», relató ilustrando así claramente el modus operandi que a partir de 1976 se extendería por todo el país y mayoritariamente en el conurbano bonaerense como un plan represivo sistemático.

«Cuando le dije que sí me dio un puñetazo en el estómago que casi me hizo desmayar y enseguida entre los dos me empujaron y me llevaron adentro de la casa», contó.

Lo llevaron a su dormitorio por una entrada lateral de la casa. Alcanzó a ver que su habitación ya estaba toda revuelta. Le pusieron las manos atrás y lo esposaron, y le dieron un par de trompadas y rodillazos preguntándole por las armas. «‘Cómo no vas a tener armas si vos sos un guerrillero'», le respondió uno de los hombres de la patota, de quienes dijo que iban vestidos «todos de civil, eran muy agresivos, muy violentos y saquearon la casa de mis padres», que eran uruguayos.

«Cuando se enteraron que eran uruguayos les dijeron ‘ahh, ustedes son tupamaros. Váyanse, si no los matamos’», aseguró.

Runco se refirió al clima «represivo» que tras la muerte del general Juan Domingo Perón y el incremento de la actividad parapolicial se vivía en el país y en todas las instituciones, en especial en los colegios secundarios. También recordó que en aquellos años y junto a otros compañeros en su colegio, Nicolás Avellaneda, de Villa Martelli, habían formado el centro de estudiantes.

Contó que, al igual que otros compañeros, él también se acercó a grupos políticos. En su caso, a la Juventud Guevarista, que adhería al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que asistía a reuniones y a discusiones y que había aceptado tener en su casa algunas publicaciones.

Entonces mostró al tribunal una foto en blanco y negro de él y sus compañeros de secundario durante una fiesta de graduación, copia de la cual le pidió el presidente del tribunal, Ricardo Basílico.

La voz se le quebró cuando recordó a su amiga y compañera de escuela Alicia Chéves, secuestrada en los últimos meses de 1977 y desde entonces desaparecida. «Además de ser una compañera de clase, era una gran amiga y seguimos la amistad más allá de terminar el colegio. Ella estaba allegada a la UES», precisó antes de señalar que «en esta oportunidad quería rendir un homenaje especial por ella».

Volviendo al día del secuestro, Runco refirió que, mientras esperaban a que llegara del trabajo, la patota comió y bebió en su casa y, según sabría tiempo después, «el hombre que comandaba esto tuvo a la perra en sus brazos y cada tanto le apuntaba con un arma, ‘¿querés que la matemos?’», le preguntaba a su madre.

Poco después lo sacaron de la vivienda y lo metieron en una camioneta. Y al cabo de un rato largo «se escuchó el ruido de un portón que se abría y entró el vehículo».

«Recordé que cuando la Triple A exponía a sus víctimas, no solo los acribillaba sino que los torturaba», dijo antes de relatar su primera sesión de tortura con picana eléctrica en lo que luego sabría que era la Brigada de Banfield de la Bonaerense.

«Me empujaron a una camilla, me ataron de pies y manos y enseguida empezaron a aplicarme picana eléctrica, la infame picana eléctrica», relató. Le hicieron preguntas hasta que vino otro represor y le dijo ‘vos sí que tenés suerte, porque necesitamos la parilla para otros’.

Al día siguiente lo volvieron a llevar a la sala de tortura. «Sabía lo que venía y hasta cierto punto esta segunda vez fue peor que la primera. Yo tenía conocimiento de lo que iba a suceder. Psicológicamente multiplica el terror que uno siente», aseguró.

Esa segunda vez terminó tan dolorido que no podía ni moverse ni caminar y ni siquiera vestirse.

Al cabo de diez o quince días apareció su padre en Banfield, traído por un hombre armado que había sido bombero en Vicente López con su hermano, y que según su relato tenía claros vínculos con la Bonaerense. «Mi padre luego me contó que cuando yo desaparecí, un día este Jorge se aparece en la casa de mis padres y le dice ‘venite conmigo en el coche que vamos a buscar a Rafael’. Nunca supe cómo él sabía que yo había desaparecido y que me tenían en un lugar», afirmó, antes de recordar que en aquel momento se preguntó ‘¿Qué hace un bombero voluntario como miembro de una patota?’

Sus padres y otros familiares pudieron entonces llevarles ropa y comida. Fue entonces cuando les tomaron fotografías y las huellas dactilares y los trasladaron a dos cárceles bonaerenses, Sierra Chica y la U9, y a las mujeres a Olmos y Devoto.

Rafael Runco, al que su familia llamaba «Rafaelito», dijo que estuvo cuatro años y medio en la cárcel. Salió en libertad a fines de octubre de 1980. «Salíamos en grupitos. Teníamos que caminar por una calle sin mirar hacia atrás. Yo tenía 24 años recién cumplidos», recordó.

Se fue a vivir con sus padres pero la tranquilidad no duró mucho. Una tarde recibió una llamada telefónica en su casa. «Me ordenan ir a una cita al cuartel del Ejército en el barrio de Palermo». Allá fue con su padre y después de consultar con organizaciones de derechos humanos que ya estaban bastante activas en el país.

«Detrás de un escritorio veo a un oficial […] esta vez de uniforme, me hizo preguntas sobre lo que había hecho desde que había salido en libertad y me preguntó qué pensaba hacer. Le dije que quería ir a la Universidad. Era el teniente coronel Sánchez Toranzo. Me dijo ‘ni se te ocurra, porque vos no vas a poder resistir meterte en actividades subversivas y si te agarramos, no vamos a tener cárcel para vos'», relató.

Fue entonces cuando decidió irse del país y aceptar la visa de refugiado que le había otorgado Reino Unido, adonde viajó vía Suiza en mayo de 1981. «Este es mi hogar y puedo mirar retrospectivamente aquella vida primera que tuve. A veces pienso que estoy contando la historia de otra persona, que no me sucedió a mí», concluyó Rafael Runco, quien agradeció esta instancia judicial en su primera declaración testimonial.

La Alianza Anticomunista Argentina conocida como Triple A, fue una organización parapolicial anticomunista de ultraderecha impulsada por el entonces ministro de Bienestar Social José López Rega, mano derecha de Perón en sus últimos años y de su mujer, María Estela Martínez, «Isabelita».

Los hermanos Geraci

Oscar Ricardo Geraci y su hermano Carlos Alberto, exiliados en Suecia, fueron secuestrados el 13 de mayo de 1975 en el negocio de artefactos de iluminación que tenía en Villa Crespo, a metros de su vivienda familiar. Oscar tenía 27 años y trabajaba en la contaduría de la editorial latinoamericana que tenía a su cargo el diario El Mundo. No tenía militancia «pero sí tenía simpatías» políticas, aseguró.

«Ese día fui a la farmacia a aplicarme una inyección. Cuando vuelvo me paro en la puerta […] y veo a mi hermano, a la novia de mi hermano y a dos personas más detrás del mostrador. Yo pensé que era que venían a controlar los impuestos. Cuando me quedo parado, siento de atrás que me empujan con un revólver y me dicen ‘adentro’», así comenzó el secuestro de Oscar. Eran las 9:30 de la mañana aproximadamente. La patota estaba vestida de civil.

Después de pasar por su casa, los metieron a los tres en una camioneta y cuando preguntó adónde los llevaban les respondieron riéndose «vamos al rancho de la cambicha».

«Fue un viaje largo. Después me enteré de que era Banfield. En el camino, a mi hermano y a mí nos dieron un par de patadas y golpes en la cabeza», dijo antes de precisar que allí «escucharon gritos de gente, de compañeros, que estaban torturándolos con la picana». Ellos no pasaron por la picana, sí por el maltrato a golpes y patadas.

Dos presos comunes les avisaron a sus padres que ellos estaban ahí. «Como a los diez días aparece mi padre en el Pozo de Banfield […] Lo pudimos ver dos minutos», dijo con la voz quebrada por la emoción de ese recuerdo tan angustiante.

«En el Pozo de Banfield estuvimos veinticinco días más o menos. Después hicieron un traslado masivo de presos en tres camiones a Sierra Chica, en otro camión iba gente de Montoneros, en alguno iba Dante Gullo».

Oscar contó entonces, en coincidencia con el testimonio de Runco, que eran 32 las y los secuestrados en ese momento en el Pozo de Banfield que fueron trasladados a dos cárceles.

En Sierra Chica, donde la situación «fue muy jodida», Oscar Geraci estuvo tres años y nueve meses. En ese lapso le rechazaron el pedido de opción para Perú, Venezuela y México. Terminó yéndose a Suecia. «A mí me sacaron las esposas en la puerta del avión. Apenas cerró la puerta, el comandante me dijo ‘señor, usted acá es un hombre libre […] Eso solo me hizo sentir vivo de nuevo’», agregó visiblemente emocionado.

El secuestro le provocó una enfermedad conocida como vitiligo por estrés y al llegar a Suecia debió ser operado de un ojo, además de tener problemas de presión arterial.

«En el año 75 fuimos secuestrados mi hermano, la que era mi novia y yo», contó Carlos Alberto Geraci a la hora de declarar. Al describir la llegada de la patota al negocio que tenían en Corrientes y Humboldt recordó que uno de los tipos tenía «un poncho y debajo una metralleta […] Enseguida pensé que eran de la Triple A por lo que ocurría en ese momento y por lo que se leía en los diarios», afirmó.

A diferencia de su hermano, Carlos Alberto recordó que en la casa de sus padres dieron vuelta todo. Luego los subieron a un vehículo, los vendaron, les ataron las manos y al cabo de un largo trecho los bajaron a la Brigada de Banfield.

Cuando le preguntaron si los integrantes de la patota estaban también en Banfield, respondió positivamente. «Creo que sí. Eran los mismos que nos habían ido a secuestrar», afirmó.

Geraci aseguró que a fines de mayo de 1975 «aparecimos todos en algunos diarios. La lista completa de los que habíamos sido detenidos por pertenecer a una organización subversiva y terrorista, que éramos un total de 32 e incluso en algún diario salieron las fotos. Decían que habíamos sido detenidos en La Plata», es decir, una versión falsa de los hechos reales.

Geraci y Runco mencionaron a varios compañeros y compañeras con los que compartieron el cautiverio.

Norma Dolores Castillo, otra sobreviviente del terror antes del golpe

El 14 de mayo de 1975, Norma, su compañero Raúl Daniel Agurúa y su pequeño Nelson, de tres meses, estaban en la casa de los padres de ella en Villa Sarmiento, Haedo. Eran cerca de las nueve de la noche.

«En un momento tocan el timbre, sale mi esposo y en un rato entraron 6 o 7 personas con gorros, pasamontañas, armas largas, nos rodearon, dejaron a mi compañero en el garaje y después me sacaron a mí», contó Norma.

«Me llevaron para recorrer la casa y ver si teníamos algún material de prensa. Me llevaron arriba a los golpes y empujándome. Entramos a los cuartos y ahí sí me hicieron dos veces simulacro de fusilamiento», precisó.

«Después bajé, me llevaron al garaje y vi cómo le pegaban a mi compañero muchísimo, en el estómago, en la cabeza, tremendo», contó Norma muy afectada por lo que iba relatando.

Los ataron, los vendaron y los tiraron al piso. Luego los subieron a un auto mientras su padre, a los gritos, golpeaba el vehículo. A esta altura el barrio estaba alterado. En medio de la confusión, su papá tuvo que salir volando a la comisaria de Villa Sarmiento para rescatar al bebé, porque se lo había llevado la policía.

«En ningún momento pude ver y adentro de la Brigada no sé cómo era. No vi nada de nada», aseguró Norma. Sí recuerda «los gritos de compañeros a los que les ponían la picana. Era un grito horroroso», afirmó. Peor fue escuchar a su compañero. «Fue muy fuerte, horrible, horrible aguantar eso, fue muy doloroso», sostuvo. A ella no le aplicaron picana eléctrica, sino golpes en el estómago.

Norma fue quien mencionó a la mayor cantidad de hombres y mujeres con los que compartió cautiverio esas semanas en el Pozo de Banfield durante «más de un mes», según su recuerdo.

Había «dos hermanas de apellido Ibarra, Leonor y la otra no me acuerdo; Graciela Di Lauro de Piba, Margarita De Souza, Nilda Mabel Vega, Perla Waserman, Liliana Agüel, había dos hermanas Sánchez, María José y Silvia, que era muy jovencita; otra chica muy joven era Susy […] Mirta Salamanca de Hernández, yo, Norma Castillo, Graciela Santucho y una chica Adriana, el apellido no me acuerdo, creo que era de Mar del Plata», precisó.

En cuanto a los varones, mencionó a «Eduardo Piba, dos hermanos de apellido Geraci, Jorge Nadal, Andrés Caporale, Germán Gargano, Raúl Yarul, Raúl Argurúa, Miguel Hernández. Ariel Rivadeneira y Pablo, que era de Mar del Plata, que estaba con Adriana», agregó.

Al cabo de diez o quince días desaparecidos, los empezaron a llamar para firmar un documento «porque pasábamos bajo el PEN y nos ponían en prisión preventiva», precisó, antes de indicar que «era una incertidumbre terrible» para los familiares y que cuando pudieron empezar a recibir comida, «mi hermano me mandó un sánguche con un papelito que decía ‘los encontramos, gracias a Dios’». Fue así que supo que su hijito y sus padres estaban bien.

De los uniformados en Banfield recordó claramente a uno que se llamaba Preti y que «le decían Saracho», y «me acuerdo que venía un médico que después supimos que era Bergés», uno de los imputados en este juicio.

El 15 de julio de 1975, más o menos, empezaron a trasladar a las mujeres a Olmos donde estuvieron hasta 1976. «Me acuerdo de Olmos porque desde unas cuchetas veíamos pasar unas tanquetas cuando daban el golpe y al verlo sabíamos que no era nada bueno». De allí fue a la cárcel de Villa Devoto, de donde salió en libertad en noviembre de 1980.

De Devoto recordó a una «compañerita que cuando entró tenía dieciséis o diecisiete años. Le dieron la libertad a los diecinueve pero nunca más apareció. Está desaparecida desde ese momento. Se llamaba Teresita Di Martino. Creo que era de la zona de Campana», precisó con mucha emoción.

Norma y su compañero recuperaron la libertad al mismo tiempo. En el barrio los esperaban todos. «Había mucha gente, fue muy lindo. Y después hubo que empezar la vida. Mi compañero era mecánico chapista. Consiguió trabajo y yo me quedé más en casa». Sin embargo, él falleció joven. Había tenido brucelosis y durante los años en Sierra Chica nunca le dieron medicación ni tratamiento alguno.

El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, conocida como El Infierno, con asiento en Avellaneda, es resultado de tres causas unificadas en la causa 737/2013, con solo quince imputados y apenas uno de ellos en la cárcel, Jorge Di Pasquale. Inicialmente eran dieciocho los imputados, pero desde el inicio del juicio, el 27 de octubre de 2020, fallecieron tres: Miguel Ángel Ferreyro, Emilio Alberto Herrero Anzorena y Miguel Osvaldo Etchecolatz, símbolo de la brutal represión en La Plata y en la provincia de Buenos Aires.

Este debate oral y público por los delitos cometidos en las tres Brigadas, que se desarrolló básicamente de forma virtual debido a la pandemia, ha incorporado en los últimos meses algunas audiencias semipresenciales.

Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas de ellas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes antes del golpe. Más de 450 testigos prestarán declaración en este juicio. El tribunal está integrado por los jueces Ricardo Basílico, que ejerce la presidencia, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y Fernando Canero.

Las audiencias pueden seguirse por las plataformas de La Retaguardia TV o el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información sobre este juicio puede consultarse en el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.

La próxima audiencia, en formato virtual, se realizará el martes 4 de abril a las 9:30.


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