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Golpe a golpe: “Párense de Manos” y la era del espectáculo total

El deporte ya no se juega solo en el campo, ni el show en el escenario. Hoy se pelea, se transmite y se multiplica en pantallas. Párense de Manos, el evento ideado por Luquita Rodríguez, Germán Beder y Alfredo Montes de Oca, confirma que el entretenimiento argentino encontró su propia traducción del fenómeno global iniciado por Ibai Llanos con La Velada del Año: un híbrido entre boxeo, streaming y cultura pop donde el cuerpo es solo una interfaz del algoritmo.

La tercera edición del fenómeno boxístico-pop impulsado por Paren la Mano se realizará el 20 de diciembre de 2025 en el Estadio Tomás Ducó de Huracán, con una grilla que mezcla humor, espectáculo y herencia pugilística. Entre los combates confirmados figuran Agustín Monzón vs. Franco Bonavena, Flor Vigna vs. Mica Viciconte, Grego Rossello vs. Goncho Banzas y Manu Jove vs. Mariano Pérez, en una velada que promete superar los récords de público y audiencia de sus versiones anteriores.

El formato nació en 2023 en el Luna Park, el templo del boxeo argentino, pero no para honrar viejas glorias sino para reescribirlas. Con más de 400 mil espectadores simultáneos en Twitch y localidades agotadas, la primera edición combinó combates entre creadores de contenido, música en vivo y transmisiones cruzadas en redes. Fue una señal de época: el nuevo deporte ya no se mide por récords, sino por views.

La segunda edición, celebrada en diciembre de 2024 en el estadio de Vélez, amplió la apuesta: Sergio “Maravilla” Martínez volvió al ring frente al exarquero Pablo Migliore en un combate central tan mediático como simbólico; el actor Nazareno Casero se enfrentó al español Jaime Lorente (conocido por La Casa de Papel); y el resto del cartel mezcló músicos, tiktokers, streamers y figuras del under digital.

En paralelo, las redes estallaron con hashtags, memes, clips y transmisiones secundarias: la pelea ya no ocurre entre dos, sino entre millones.

“Párense de Manos” no es un evento deportivo, sino un ritual colectivo de la era del streaming. Es el espejo de un cambio de paradigma: el desplazamiento del deporte clásico hacia formas de consumo multiplataforma donde la competencia es apenas la excusa para el contenido. Los nuevos gladiadores son influencers, y las nuevas arenas, servidores de streaming.

La lógica no es local. En España, Ibai Llanos llenó estadios con La Velada del Año; en Estados Unidos, los youtubers Logan y Jake Paul convirtieron el boxeo amateur en industria millonaria. Pero el caso argentino tiene su propia textura: una mezcla de humor, precariedad y afecto comunitario que le da otro tono a la épica digital.

El público no va a ver una pelea, sino una historia compartida: streamers que crecieron juntos, chicanas de redes que se vuelven carne, amistades que se transforman en relato.

En ese sentido, “Párense de Manos” funciona como una radiografía del presente: el cuerpo se volvió contenido, la fama se mide en métricas y el entretenimiento reemplaza al deporte como escenario de identificación.

Donde antes había clubes y camisetas, hoy hay canales y comunidades. Donde antes había rivales, hoy hay colaboraciones y engagement. Y donde antes había héroes, ahora hay marcas personales.

La épica del siglo XXI no pasa por ganar, sino por transmitir la experiencia de perder o resistir con estilo. La viralidad es el nuevo cinturón.

En un contexto donde los deportes tradicionales pierden audiencia joven, Párense de Manos encarna una transición cultural: el paso del espectador pasivo al participante, del hincha al seguidor, del partido al evento total. Lo que antes se jugaba en un estadio, hoy se comenta en Twitch, se edita en TikTok y se monetiza en Patreon.

Y mientras el ring se convierte en set de grabación, la celebridad se redefine: ya no es cuestión de talento o trayectoria, sino de presencia. Pergolini lo intuyó cuando dejó la radio por Vorterix, pero la generación de Luquita Rodríguez lo volvió carne: el medio es el mensaje, y el mensaje es la persona.

Tal vez por eso, el título “Párense de Manos” tiene más que ver con el espíritu del tiempo que con el boxeo. Es un llamado a plantarse —ante el algoritmo, ante la crisis de los viejos medios, ante la nueva lógica del entretenimiento— y aceptar que el ring ya no está en la arena, sino en la pantalla.

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