Gestapo: de la original a la macrista… ¿banalizar el mal o reconocerlo?

Por Carlos Ciappina

 Créeme que si yo pudiera tener, y esto te lo voy a desmentir en cualquier parte, si yo pudiera tener una Gestapo, una fuerza de embestida para terminar con todos los gremios, lo haría. (Marcelo Villegas, ex ministro de Trabajo de la provincia de Buenos Aires)

La frase del ex ministro de trabajo de María Eugenia Vidal introdujo de golpe en el debate político argentino una institución –y una práctica– que fue una pieza clave de la Alemania nacionalsocialista: la Geheime Staatspolizei, mejor conocida por sus siglas, Gestapo. 

Como todo lo que toman los medios en un sistema mediático tan concentrado como el nuestro y con un tratamiento tan superficial de todos los temas, la palabra Gestapo inunda los medios gráficos, las redes llamadas sociales, los canales de TV y las radios. Pero ¿se explica al mismo tiempo qué fue verdaderamente la Gestapo nacionalsocialista?, ¿cuáles fueron sus métodos?, ¿qué rol le cupo en la creación de campos de concentración?, ¿cuál fue su papel en el Holocausto?, ¿cómo funcionaba?

Como todo fenómeno mediático contemporáneo, la repetición sin contenido hasta el infinito puede terminar por desdibujar la figura de la Gestapo , convertirla en una frase vaciada del significado tenebroso que encierra y, en última instancia, banalizando su rol en el Holocausto y en el exterminio de toda oposición al régimen nacionalsocialista. 

Las imágenes de un grupo de funcionarios macristas –incluyendo un intendente en funciones– remitiéndose a la Gestapo en una mesa donde no hay armas, ni uniformes, ni esvásticas ni calaveras pueden hacer creer al/la ciudadano/a no muy bien informado/a que la discusión sobre la Gestapo es uno más de los debates políticos de la chicana diaria. Y claramente es mucho más que eso. 

Aún aquellos/as que de buena fe y horrorizados/as –con conocimiento de causa– repiten una y otra vez la Gestapo macrista, sin aclarar y señalar los crímenes horribles de la original institución estatal.

Vayan pues algunas aclaraciones necesarias.

La Gestapo surge en 1933 cuando el nacionalsocialismo llega al poder mediante una mezcla de juego parlamentario e intimidación política callejera con las SA y las SS nacionalsocialistas agrediendo a todo político o sindicato que estuviera en contra de Hitler.

Hitler es nombrado canciller el 30 de enero de 1933 y la Gestapo se crea el 26 de abril del mismo año. Forma parte del plan nacionalsocialista desde el inicio.

¿Cómo funcionaba?, ¿qué roles tuvo? El objetivo de la Gestapo –una organización legal en la torcida legislación de la Alemania nazi– era «asegurar la batalla eficaz contra todos los intentos dirigidos a la existencia y seguridad del Estado». Para alcanzar ese objetivo en un país como Alemania, donde la tradición legal y jurídica estaba muy arraigada, fue necesario colocar a la Gestapo por encima de la legislación civil, de los tribunales ordinarios y, en definitiva, de toda ley que no fuera la voluntad del partido nacionalsocialista.

Como bien declaró un asesor legal de la Gestapo nacionalsocialista: «Mientras la policía cumpla la voluntad de los líderes políticos, actúa legalmente».

Quedaba fundada legalmente la policía secreta estatal nacionalsocialista y desde ese temprano 1933 hasta agosto de 1945 cumplió triste e implacablemente con su misión.

En sus primeros años de existencia se dedicó a la persecución, encarcelamiento y concentración de los «enemigos del Estado nacionalsocialista»: líderes políticos comunistas, socialistas, socialdemócratas, líderes religiosos, estudiantes universitarios, periodistas, medios de comunicación, miembros de las minorías de género. En su primer año de existencia, había encarcelado a 100.000 prisioneros «enemigos del Estado nacionalsocialista», creándose los primeros campos de concentración (destinados en principio a la «oposición» política y sindical).

El «método» de funcionamiento «legal» era refinadamente perverso: en general se necesitaba solo una denuncia anónima. A partir de allí, el acusado era puesto en «detención preventiva» (sin necesidad de pruebas y sin límite de tiempo de detención). Esta es la modalidad que habilitó la persecución que se iniciaba con la tortura, seguía con la prisión sin límite de tiempo, la muerte por enfermedad o por trabajos forzados y finalmente el exterminio.

La Gestapo y el Holocausto

En 1935 se sancionan las tristemente célebres «Leyes de Núremberg»: el paso necesario para crear un Estado racial nacionalsocialista. Las Leyes de Núremberg definían a las personas por su pertenencia racial biológica y no por sus características culturales o religiosas. De este modo los alemanes de origen judío –luego los judíos de toda Europa– quedaban excluidos de la ciudadanía, de los derechos políticos y económicos, y se iniciaba el camino que terminaría en el Holocausto.

La Gestapo tuvo un rol clave en la construcción del Holocausto: a medida que las leyes raciales alemanas se endurecían y las tropas nacionalsocialistas ocupaban Europa, la Gestapo ampliaba su modalidad persecutoria a los nuevos territorios y a un nuevo tipo de persecución: la persecución y captura de los «enemigos del Estado», que ahora incluía no solo a militantes políticos sino a las «razas inferiores» de los nuevos territorios: judíos, gitanos, negros, eslavos y personas con discapacidades (aunque fueran alemanes).

Así, los territorios ocupados sufrirían hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial los métodos aberrantes de la Gestapo. Millones de seres humanos morirían en los campos de concentración y exterminio implacablemente perseguidos por la Gestapo (junto a otras organizaciones, como las SS).

Volvamos a nuestro presente. Un ministro de Trabajo del siglo XXI sueña con tener una Gestapo. Ahora que recorrimos brevemente la historia nos damos cuenta cabal de cuál es su «sueño». Pero, además, vemos con sorpresa y horror que los métodos persecutorios no tienen las dimensiones de la Alemania nazi, pero sí la modalidad: hasta se usó la misma figura de la «detención preventiva». Lo que más temor provoca es que la Gestapo original estaba puesta por encima del Poder Judicial y, en nuestro país, el método de encarcelamiento «preventivo» sin plazos y sin pruebas ha sido llevado a cabo durante el macrismo por el mismo Poder Judicial.

No hay forma de banalizar lo que ha ocurrido bajo el gobierno macrista: funcionarios/as que sueñan con tener una Gestapo del siglo XXI no debieran poder –por ley– ejercer ningún cargo público: la democracia debe defenderse de los que piensan en modalidades totalitarias. Y este es, triste y peligrosamente, el caso.


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