El amor concreto

Por Lisa Solomin

Sandra Rodríguez, según sus palabras, es “una mujer que decidió pelear”. Neuquina, maestra, profesora de plástica y militante sindical. Durante veinte años fue pareja de Carlos Fuentealba, también neuquino, maestro, profesor de Química y militante. Tuvieron dos hijas: Camila y Ariadna. El 4 de abril de 2007, Carlos estaba en un auto retirándose de una protesta en la ruta 22 a la altura del paraje de Arroyito cuando comenzó la feroz represión ordenada por el entonces gobernador Jorge Omar Sobisch. El policía Darío Poblete disparó una granada de gas lacrimógeno sobre el auto, que dio de lleno en la nuca de Fuentealba y lo mató. Desde entonces, Sandra emprendió una lucha por verdad y justicia, que es decir: justicia completa.

El año pasado, la jueza Ana Malvido sobreseyó a todos los imputados en la causa Fuentealba II: Raúl Pascuarelli, subsecretario de Seguridad del gobierno de Sobisch, los jefes policiales Carlos Zalazar y Moisés Soto y doce policías, por considerar que se violaron los plazos razonables para juzgarlos.

En una entrevista con Contexto, Sandra aseguró que esa decisión judicial hizo que su familia tocara fondo: “nos significó plantearnos de nuevo cómo seguir adelante esta lucha. Nosotros creemos que la justicia de Neuquén no ha actuado a la altura de este asesinato, y actúa de forma corporativa con el poder político. El problema más grave para mis hijas y para mí es que el Ministerio Publico Fiscal jamás intento investigar para garantizar el derecho de la víctima a saber toda la verdad, por eso nosotros hemos denunciado esto ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por todas las irregularidades que hubo”.

“En un principio se veía una voluntad de investigar, pero cuando mi abogado en 2008 presentó la petición de indagatoria a Sobisch la causa tomó un giro tajante y empezaron las irregularidades: se dilataron los tiempos, colocaron obstáculos y así pasamos casi seis años sin poder avanzar. Recién el año pasado se avanzó con este fallo tan desfavorable que ahora, en la audiencia pública del 7 de abril, vamos a impugnar”. En la intimidad, la impunidad potencia el dolor de la pérdida: “Es algo muy doloroso. Ante lo irremediable, la Justicia lo único que puede y debe hacer es investigar para poder dilucidar la verdad”, explicó Sandra.

 

4 de abril de 2007

«La noche anterior a la protesta estuvimos charlando sobre qué íbamos a hacer. Si iba Carlos o yo. Siempre tratábamos de ir alguno de los dos a las marchas y cortes de ruta. Lo veníamos hablando porque sabíamos que estaba siendo peligroso. Obvio que no en el punto de lo que fue. Nunca imaginamos eso. Habían estado reprimiendo pero eran como avisos para que nos retiráramos, nunca hicimos frente a la policía. Yo le decía que teníamos que ir los dos porque era riesgoso y él me dijo: no, mejor voy yo. Yo creo que quiso cuidarme», recordó Sandra.

Ese día Cárlos salió temprano. Sandra se levantó y puso la radio. Estaba muy nerviosa. Y cuando escuchó que la policía reprimía, lo llamó. «Él me relataba por teléfono lo que pasaba. En la última conversación que tuvimos me dijo: ‘quedate tranquila que ya estamos volviendo a Senillosa. Ya paró todo'». Fue el momento de la «encerrona inexplicable» que se llevó esa vida.

«Cortaron la ruta, hicieron una columna de policías, de ahí se desprendió Poblete que se pone en posición de disparo antes de que pasara el auto de Carlos. Por eso sabemos que esto fue planificado, coordinado. Que había un blanco para Darío Poblete. Yo escucho por radio todo el caos y en medio del revuelo y el griterío escuché que alguien decía su nombre y tuve una sensación irreproducible: sabía que era él.»

A Fuentealba lo trasladaron al hospital de Neuquén, pero Sandra está segura de que murió en la ruta. Dijeron que murió el día después. «Para mí trataron de frenar el estallido social que implicaba que Carlos hubiera muerto ahí», explicó.

 

¿Cómo lo recordás a Carlos?

Como un buen hombre, leal, de campo, solidario como pocos. Revolucionario no sólo por su ideología, sino por la forma de actuar. Muy valiente y tan sencillo como sabio. Era un hombre muy carismático, muy atractivo, y mucho de eso tienen mis hijas. Pero lo que más lo define creo que es la coherencia entre lo que pensaba y lo que hacía. Lo que más extraño de él es como papa de mis hijas, es lo que no tiene retorno. Mi gran batalla ganada fue ser mama, que mis hijas estén bien. Camila está en tercer año de Educación Física. A pesar de lo que pasó, quiere ser docente. Y Ariadna quiere ser médica. Eso es parte de su legado. Carlos siempre me decía que el amor es concreto, que es de todos los días. Yo he vuelto a pensar que es vital para mí ser militante. Así nos conocimos.

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Una pareja compatiblemente ideológica

Siento la necesidad de compartir estas palabras que escribí hace un tiempo, respetando profundamente mi presente y rindiendo homenaje a la memoria de quien fuera mi compañero en vida: Carlos Fuentealba.

Una pareja compatiblemente ideológica
Es esa que une por siempre.
Que se construye en el hacer cotidiano, en la común unión del pensamiento…
Es una forma de verse el uno en el otro y el otro en uno.
Donde los mates de la tarde se vuelven charlas de los problemas sociales y donde los personales también lo son.
Al lado siempre compañero/ra.
Donde compartís la mirada, el sentir, el pensar, aunque coincidas en todo o en casi nada por momentos, pero siempre en la búsqueda.
En la estrategia de vivir, de llegar, de anhelar, de valorar.
Charlas y mates; mates y charlas cortas o largas, intensas tanto unas como otras.
En esa fórmula de competir sino de compartir, de enseñarte y aprender; de aprender y enseñar.
De no dominar ni ser dominado, sólo ser.
En esa construcción desde adentro, como bloques indestructibles que sólo se amalgaman con un sólo “material”, ese, el de habernos hecho en la búsqueda de la plenitud personal, en el “no” conformarnos. Estimulándonos a “crecer” en sí mismo con la plena seguridad de no estar solo, sino acompañado, sino contenido, sino reflejado y por qué no a veces uno detrás del otro, uno al lado del otro, uno dentro del otro.
Siempre envueltos en la realidad, siempre atravesados por ella, así un poco soñando, otro poco por convicción, un poco filosofando, otro poco haciendo.
Esa aura de energía que generamos, en silencios místicos, en pensamientos científicos, en placeres artísticos; nacemos y renacemos cientos de veces.
Respirándonos todo el aire, mirando “todo” lo alcanzable con la mirada, riéndonos todo, llorándonos todo, diciéndonos todo.
Sabiéndonos y amándonos en esa combinación “solidaria” de ser quienes somos y de ser quien amamos.
Amor en la “diferencia”, respeto en el cambio, comprensión en el conflicto y en el éxtasis.
Amor que perdura, que se transforma, que te deja la posta.
Amor que, cuando no estás físicamente, sigue en uno, como el cristal más sólido y transparente, con fuerte estructura, con marcadas aristas, con brillo propio, con dureza. Con eterna belleza, la de la sensibilidad humana, que has logrado, que has trabajado, que has construido en la obra más sacrificada y placentera de una pareja.
“Pareja militante de la vida y por la vida”.

Sandra Rodríguez

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