Daniel Belinche: «Es simbólico un cambio de nombre, pero es también una materialidad»

Por Rocío Cereijo

El Consejo Superior de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) aprobó por unanimidad el cambio de nombre de la Facultad de Bellas Artes, que pasará a ser la Facultad de Artes. La iniciativa fue presentada por la gestión de la casa de estudios y fundamentaron en la presentación: «El arte no se dedica exclusiva, ni fundamentalmente, al estudio de la belleza […] La belleza como modo universal, abstracto, racional y proporcional no es sino un esquema de una concepción histórica y cultural determinada, teorizada por las élites que consideraban todo aquello que no coincidiera con ese paradigma como bárbaro, informe, subalterno».

En diálogo con Contexto, el decano de esa casa de estudios, Daniel Belinche, habló sobre la iniciativa tratada el 3 de diciembre en el Rectorado de la UNLP y explicó que el adjetivo que encabezaba el nombre de la Facultad hasta esta semana fue incorporado en el contexto de la última dictadura cívico-militar. En el marco del último genocidio argentino, estudiantes, docentes y no docentes sufrieron la persecución, desaparición, tortura y asesinato, la intervención y el cierre de carreras, entre otras violaciones a los derechos humanos.

En el acto de entrega de legajos reparados, donde anunció el proyecto de cambio de nombre de la Facultad, habló de la idea de reparación y dijo que era un concepto difícil de abordar porque la muerte o la desaparición es irreparable. ¿Es el cambio de nombre de la Facultad un acto de reparación?
Me parece un acto de justicia; no sé cuánto repara de lo irreparable. La muerte es irreparable. Sobre todo las muertes y las desapariciones en los términos en los que se han dado con la última dictadura militar. Hay una reivindicación, en cierto modo, de los debates que se daban en la Facultad antes de la intervención en la dictadura. Freud decía que un hecho del presente activa un trauma del pasado; lo que uno vivió sin comprender retorna en forma de pesadilla. Entonces, algunos debates que se daban en los setenta todavía no están cerrados.

El otro día en el Consejo comenté que cuando hicimos la reparación de los legajos, un muchacho se quedó mirando la proyección de collage de cine de los setenta y me dijo: «Es la primera vez que veo a mi papá en movimiento». Me quedé tan golpeado que tuve como dos o tres entregas de legajos más para reaccionar. En el Consejo Superior comenté esto y cuando terminé el breve discurso dije que en las imágenes que vio ese chico –ahora más grande que su padre– la Facultad no se llamaba «Bellas Artes», se llamaba «de Artes y Medios Audiovisuales».

Hay dos cuestiones. Por un lado, una actualización de la matriz teórica del arte, que hace mucho tiempo que no es más la belleza, el racionalismo centroeuropeo o el Renacimiento. Acá se hacen desde diseños de barcos a gigantografías, música popular, sonido. El arte trabaja con el tiempo, el espacio, las formas, los materiales, las representaciones, la retórica, la figura, los ritmos; genera una dimensión poética de la vida, presenta cosas de una manera opaca y en eso se distingue de la comunicación, porque muestra y no muestra.

Por otro lado, lo político: esta idea de retomar debates que fueron obturados brutalmente como en pocos lugares. Cuestionar la categoría de bellas artes como un adjetivo. A nadie se le ocurriría hablar de «eficiente» ingeniería, «buena» arquitectura o «bella» literatura. Se podría cambiar el nombre y no cambiar nada más; pero creo que ya hemos hecho ese cambio, con tropiezos y con errores. Hay una experiencia institucional que es previa al cambio de nombre.

A partir de estas ruinas del pasado de las que habla Walter Benjamin, donde hay una imposibilidad de reparar lo irreparable, ¿podría hacer una historización de esta iniciativa?
Bellas Artes empezó a funcionar en el siglo pasado, en el Observatorio, con la Escuela de Dibujo. Ahí había un cierto anacronismo, siguiendo con Benjamin, porque en la Escuela de Dibujo se enseñaba el Arte Plástico, mientras en los países centrales estaba la vanguardia. Esta tensión permaneció hasta los años sesenta, que es cuando se abre Diseño, Cine y se contemporaneizan los objetos de conocimiento. Tienen un crescendo con la resistencia peronista y la izquierda marxista para proponer que en los setenta pase a llamarse Facultad de Artes y Medios Audiovisuales.

Luego es intervenida, se saca el bachillerato y lo mandan al piso de arriba (yo estudiaba en aquel momento). La dictadura la vuelve a llamar Bellas Artes, cierran las carreras de Cine, Mosaico, Vitral, Mural, Violín, Canto, Guitarra y Piano. Es intervenida y ponen a un abogado como decano primero y luego a Jorge López Anaya. En el 83 empezó a haber concursos y hubo algunas cátedras nuevas, como la de Gustavo Zanella, de música popular. En el 93 se reabrió Cine. Durante mi primer decanato (2004-2008) se reformaron los planes de estudio y empezó a haber otra visión hacia la televisión, la crítica, y se crearon materias con un perfil más latinoamericano.

En relación al valor simbólico, lo simbólico se parece a lo simbolizado, eso es lo que lo distingue de lo sígnico. El signo es arbitrario; por ejemplo, la corchea no se parece a cómo suena; en cambio, el círculo se parece a la eternidad, el río se parece al tiempo o el martillo y la hoz al comunismo. Lo simbólico trabaja con la misma lógica que la metáfora. Este modo de trabajar con analogías cualitativas que tiene lo simbólico y lo metafórico es lo que hace el arte. Muestra y no muestra. En ese sentido, es simbólico un cambio de nombre, pero es también una materialidad.

Uno de los puntos que se abordan en el expediente aprobado por unanimidad problematiza la idea occidental de las «bellas artes» y sostienen allí que «El arte no se dedica exclusiva, ni fundamentalmente, al estudio de la belleza». ¿Por qué es importante deconstruir la idea de lo bello ligado al arte?
Porque la belleza no es neutra. No nos hemos querido meter en definiciones de orden ontológico porque son conceptos muy complejos: ¿qué es bello?, ¿qué es lo bello? Escuchamos las voces de los cantantes de flamenco, que son voces «rotas», que parece que se están por quebrar y podríamos decir que no es una voz «bella» para cantar ópera o «culta» para cantar arias; pero sí es una voz cultísima para cantar flamenco. No hay un único ideal de belleza.

Lo que se llamó «Bellas Artes» es un concepto localizable en la Modernidad, que tuvo una evolución posterior al Renacimiento, que se expresa en los países centrales europeos. Por ejemplo, inclusive con [Frédéric] Chopin habría problemas, porque era polaco. Entonces, deberíamos preguntarnos qué es lo bello hoy.

¿Qué implica esta iniciativa en este tiempo histórico, tras cuatro años de un gobierno neoliberal?
La política del macrismo impactó menos en la Universidad de La Plata que en otras; pero ha sido una catástrofe, una tragedia, de cuya magnitud todavía no tenemos referencias. Se puede comparar con los noventa, que destruyeron la Facultad: la matrícula, los planes de estudio, los marcos teóricos; la hicieron picadillo.

Ahora lo vemos en otros planos: la imposibilidad de hacer reformas ante un Ministerio de Educación y una CONEAU muy difíciles; en el congelamiento de los cargos docentes y de la planta no docente. Existen enormes dificultades que tienen los jóvenes para poder crecer, la resistencia de los docentes en edad de jubilación para jubilarse por los bajos salarios y la incertidumbre, el temor a los concursos.

El modo de intervención con poco presupuesto, al querer hacer una reforma de orden estructural, es menor. En este plano hay menos incidencia. A esto se le suma la violencia de género, la gente desesperada, menos movilidad social; eso lo vemos en la calle muy nítidamente.

¿Cuáles son las expectativas de cara al próximo gobierno?
Como peronista, tengo expectativas muy altas. Me parece que va a ser un trabajo muy difícil. Tenemos que aprender a ver por qué perdimos. El devenir de un gobierno que confío que va a ser un gobierno popular prestará atención a reivindicaciones muy importantes, el feminismo, los derechos humanos, el medio ambiente, los movimientos sociales. Con la perspectiva de haber perdido las elecciones con una derecha que va a salir a la calle, un fenómeno nuevo. Me parece que gran parte del éxito que podamos tener depende de los debates que nos podamos dar.


 

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