Ciudad de los Sauces: un gran salto para la electricidad

Por Ramiro García Morete

“Toma el control, toma el control/ busca tu voz, busca tu voz/ deja de hablar y de perder el tiempo/ toma el control, te queda poco tiempo” (“Vencido”). Fede Kempff no estaba vencido. Sólo algo cansado, quizá. Muchos años y más canciones aún. Tras Siempre Lucrecia, banda experimental de los noventa, el cantautor se había dedicado con pasión y talento a construir un cancionero orientado al folk y a eso que se llama rock americano. Junto a su banda Tarantinos había logrado consumar con precisión el lenguaje con discos como Con el viento y El lugar que tenemos para ir .

La canción como bandera. Pero a las banderas algo las hace flamear. Y Kempff necesitaba que en lugar de viento fuera electricidad. Ese era el lugar hacia el cual ir. Quizá se lo recordaron los viejos discos de New Order, Stone Roses o The Cure que sonaban en el auto. O la lectura mucho más contemporánea de “la americana” que hace War on Drugs. Pop, synth, post punk. Toda esa música que había escuchado y en algún momento colgado en el ropero. Kempff llegó a vender su preciosa Epiphone Jumbo acústica y se colgó la Tecaster Squier. Pero si las canciones no suenan solas, los compositores tampoco.

Y allí, sin un nombre propio por delante sino con cinco voluntades a la par para fundar su propia ciudad: Natanael Ullon (guitarras eléctricas), Dani Ullon (sintes), Fer Suárez (bateria), Nico Prado (bajo) y Kempff, claro, en guitarra y voz. Sin perder la sensibilidad lírica y la melodía pop, Ciudad de los Sauces saltó al vacío con bajos espesos, baterías contundentes, capas de sintetizadores y guitarras pedaleando fuerte para dejar atrás las tardes de sol y entregarse a la embriagadora bruma trasnochada.

“’Saltamos al abismo’ es la frase de una canción de dicho disco. Se las propuse a los chicos como título y todos estuvieron de acuerdo. En mi caso, significaba embarcarme en una nueva banda: eléctrica, con sintetizadores muy presentes, después de muchos años en una banda más orientada al rock clásico y folk. Significaba un salto al vacío. Por ahí viene lo del título, creo.”

La banda se encontró con nueve canciones y no dudaron: “Listo, hagamos el disco ahora. Era el mejor momento para hacerlo”. Kempff cuenta que “las canciones fueron tomando una dimensión propia. Está claro que voy a decir un cliché muy cliché, pero en serio, cada uno de nosotros le dio algo muy personal a los temas y tomaron un lindo vuelo”.

El cantante se deshace en elogios hacia sus compañeros. “En Ciudad estoy muy cómodo. Hago melodías, las canto, toco la viola, disfruto mucho, tengo el placer de tocar con verdaderos músicos… Yo apenas soy un hacedor de canciones, eso es lo que más sé hacer. Lo que más me gusta, pero también estoy tocando más, aprendiendo más, experimentando… Estoy fascinado con los sintetizadores. Dani es una especie de alien que dispara cosas increíbles y eso está genial tenerlo. Las canciones toman dimensiones que a veces ni te imaginás… Siento eso con todos los chicos de Ciudad, que llevan las canciones a otro nivel. Es un todo.”

Los impulsos que empujaban nuestra huida

El cantante asegura que la canción sigue siendo el motor y que quizá no cambie el modo de componer sino de arreglar. Siempre que hago una canción se puede adaptar a algunas instrumentaciones. Creo que no hay mucha diferencia en la composición, pero sí en lo que me imagino, en lo que me gustaría que fueran esas canciones”

Respecto a las líricas, “’Saltamos’ tuvo que ver con pérdidas, con colores grises, con cambios dolorosos. Las letras nuevas por ahí conservan cierto pesimismo… Digo, el mundo es una verdadera basura, todos lo sabemos y eso se filtra inevitablemente en lo que uno escribe. Pero hay algunas canciones más amorosas por ahí. Estoy en busca del equilibrio”.

Ciudad de los Sauces se presenta este sábado 11 de agosto a las 21 hs en La Mulata (55 e/ 13 y 14) junto a María Etílica. Además planea grabar un EP con dos canciones, a modo de adelanto de disco: “Tratando de tocar mucho y dándonos a conocer, pero sobre todo pasándola lo mejor posible”.

Sobre el final, Kempff reflexiona sobre esa energía renovada: “Creo que llegás a una edad en la que lo hacés absolutamente por placer… no queda más nada que eso, y si eso no estuviera, no seguiría más, ¿para que? No fue fácil dejar Tarantinos, una banda que amé y amo. Y en la que me sentía en un lugar seguro. Cuando te animás a salir de ahí, el cuerpo pide otras cosas, ¿no? Y hay que hacerle caso. Nunca terminas de aprender. Siempre vas a toparte con algo que te sacude: un sonido, una melodía, un riff de viola, no sé… Todo el tiempo siento que estoy aprendiendo con gran humildad de mis propios camaradas, compañeros, amigos, de otros compositores, de violeros que usan zarpado lo que tienen. No sé… siempre aprender… creo que es lo más sano de esto, ¿no?”.


 

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