Angustia o alegría: una nueva interpretación de Liberación o Dependencia

Por Alicia Castro*

Hace 201 años se declaró nuestra independencia. Los revolucionarios reunidos en el Congreso de Tucumán -tal vez la Asamblea más democrática que hayamos tenido- no declararon la independencia de la Argentina, sino la emancipación de las Provincias Unidas de Sudamérica, en un acto que forjó nuestro compromiso hacia todo el Continente y nuestra vocación de unidad. La Declaración de Independencia, escrita en español y en lengua aymara, invocaba la decisión «unánime e indubitable de romper los violentos vínculos que los ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una Nación libre e independiente del Rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli».

La lista de agravios, que complementó la Declaración de la Independencia, era extensa: el Imperio español arrasaba pueblos enteros asesinando a su paso, impedía el progreso y la educación de los argentinos, esclavizaba a los pueblos originarios.

San Martín, por su parte, como gobernador de Cuyo, presionaba al Congreso para que se declarara la independencia de España. Al pie de los Andes estaba preparando su ejército para cruzar la cordillera, seguir a Chile y al Perú para derrotar a España y llevar adelante el plan de liberación continental. A paso de vencedores. San Martín y Bolívar, geniales estrategas militares y políticos, concebían la libertad de América con dos pasos necesariamente correlativos: independencia y unidad. Los hombres y mujeres que llevaron adelante esta gesta heroica son modelo de integridad, de talento, de generosidad, de coraje para enfrentar las dificultades. Al mismo tiempo que se inspiraron en la Revolución francesa y sus ideales de libertad, igualdad, fraternidad, iluminaron nuestro destino soberano con un proyecto propio. «América Latina no debe copiar modelo alguno, sino ser original -decía Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar-. O inventamos, o erramos.»

Mitre escribió: «En medio de las dificultades el Congreso supo levantarse a la altura de la situación dando nueva vida a la República en un acto vigoroso que hará honor a su memoria, mientras el nombre argentino no desaparezca de la tierra».

El presidente argentino, sin embargo, en la celebración de la gesta histórica, hace un año, frente a esta casa de Tucumán, refiriéndose a «un grupo de ciudadanos que se atrevieron a soñar», confesó ante el Rey de España que él estaba allí «tratando de pensar y de sentir lo que sentirían ellos». «Y, claramente, querido Rey -concluyó-, deben de haber sentido angustia de tomar la decisión de separarse de España». El apelativo de «querido Rey» -que no obedece al protocolo- no parece tampoco nutrirse de la inspiración de José de San Martín, que llamaba «Fernandillo» al Rey de España, clamando por cortar los intolerables vínculos de sujeción al imperio de la época. Su insólita declaración, que no reconoce fuente alguna, nos obliga a preguntarnos si el presidente Mauricio Macri tiene un plan para cambiar la historia argentina y ese plan tiene alguna finalidad política determinada, o es simplemente un badulaque que dice cualquier cosa, sin respeto alguno por la República que gobierna.

Aquellos héroes revolucionarios, reflejados en la felicidad de su pueblo liberado, sintieron, como sabemos, una profunda alegría. Nos daban una Patria, nos hicieron libres. Una vez liberados del Imperio español, sin embargo, el concepto de unidad fue soterrado, «secuestrado» por las élites -apoyadas desde el extranjero-, que vieron en la división de nuestra América una forma de provecho económico. Recién doscientos años después volvimos a pensar y forjar una Sudamérica unida, gracias a la decisión de pueblos y Gobiernos. En la última década se lograron niveles inéditos de integración regional: Unasur y la Comunidad de Estados Latinomericanos y del Caribe, el rechazo al ALCA, acuerdos de integración económica y productiva que será indispensable profundizar para lograr la verdadera independencia económica y soberanía política. Recreamos una segunda Independencia. Recuperamos, también, nuestra autoestima.

Es imprescindible conocer la historia para entender nuestro presente y poder proyectar nuestro futuro. El presidente Macri en el bicentenario de nuestra liberación expresó «angustia»; desde una plaza tristemente vallada, con la paradójica y solitaria presencia de su «querido Rey» de España.

Para interpretar las razones simbólicas por las cuales el presidente Macri se inclina ante el rey y proyecta «angustia» en la celebración de nuestra independencia, hay que revisar su agenda para «volver al mundo».

Analizar las medidas que toma y las que impone: el nuevo endeudamiento externo, el más grande la historia argentina, que tendremos que pagar durante los próximos cien años, el generoso resarcimiento a los buitres usureros, el premio a los banqueros, la apertura indiscriminada de la economía que liquida a nuestra industria y a nuestras pequeñas y medianas empresas y comercios, la destrucción de las economías regionales, el castigo al pueblo trabajador, el ostensible distanciamiento del bloque sudamericano, su subordinación al Gobierno de los Estados Unidos y el del Reino Unido, a quien ha dejado de reclamar por Malvinas. Y en un nefasto Acuerdo el 13 de septiembre 2016.

Hay que trabajar ahora para evitar acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos y la Unión Europea que pongan en riesgo nuestra independencia económica y actuar para impedir la instalación de bases norteamericanas en nuestro territorio.

Habrá que actuar, pueblo y Congreso, rememorando la firmeza de nuestros héroes de 1816, con vocación de Patria, con decisión, coraje y alegría.

(Seamos libres. Lo demás, ya sabemos cómo termina.)

Confío en este pueblo de Tucumán, confío en que seremos capaces de declarar una segunda independencia.

Este no es cualquier pueblo, esta fue una vanguardia y aquí no se rinde nadie.


* Exembajadora de Argentina en la República Bolivariana de Venezuela y en el Reino Unido.

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