América Latina y la avanzada neocolonial

Frente al avance de los procesos populares de principios del siglo XXI y tras la generación y consolidación de espacios de integración regional que desafiaron el predominio de las políticas de Washington, América Latina y el Caribe comenzaron a transitar una etapa de recomposición del control geopolítico de Estados Unidos sobre gran parte de la región.

En el nuevo siglo, el eterno foco de resistencia popular que representa la Revolución cubana, conducida por Fidel y Raúl Castro, se veía reforzado por la llegada al gobierno de Hugo Chávez (Venezuela, 1998), Luiz Inacio “Lula” da Silva en (Brasil, 2003), Néstor Kirchner (Argentina, 2003), Tabaré Vázquez (Uruguay, 2005), Manuel Zelaya (Honduras, 2005), Evo Morales (Bolivia, 2006), Rafael Correa (Ecuador, 2007), Daniel Ortega (Nicaragua, 2007), Fernando Lugo (Paraguay, 2008) y Salvador Sánchez Cerén (El Salvador, 2014). Procesos populares que, en muchos casos, tendrían continuidad y profundización con Cristina Fernández de Kirchner (Argentina, 2007), José “Pepe” Mujica (Uruguay, 2010), Dilma Rousseff (Brasil, 2011) y Nicolás Maduro (Venezuela, 2013).

Piedra fundamental de esta nueva etapa fue el 5 de noviembre de 2005, cuando en la ciudad argentina de Mar del Plata Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva encabezaron el rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que el presidente norteamericano George W. Bush quería imponer en la región. Ese día se concretó el famoso “No al Alca”, que quedaría en la memoria popular como la famosa frase de presidente venezolano Hugo Chávez: “¡Alca, Alca, Al carajo!”.

La integración regional comenzó a materializarse con la reformulación de la lógica del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), se creó en 2004 la Alternativa Bolivariana para los pueblos de América (ALBA), que luego se reformularía como Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comerico de los Pueblos (ALBA-TCP). En 2005 se fundó el Parlamento del Mercosur (PARLASUR), en 2008 la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y en 2010 la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

En poco más de diez años, las políticas económicas y sociales de los procesos populares de la región sacaron de la pobreza a más de 60 millones de personas, generaron crecimiento y recuperación de derechos políticos, económicos, sociales y culturales. Construyeron integración, independencia y soberanía. Ejemplo de ello es que los espacios de integración tomaron como una causa regional el reclamo argentino por la soberanía de las islas Malvinas y en la Cumbre de la CELAC de 2014 en La Habana se declaró a América Latina y el Caribe como zona de paz.

La nueva posición soberana de los gobiernos regionales los llevaron a ampliar su abanico de alianzas y la región se vinculó fuertemente con las potencias que comenzaron a disputarle a Estados Unidos el control hegemónico: China y Rusia.

El almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur norteamericano, en un informe presentado ante el Senado de Estados Unidos declaró: “En la última década, China, Rusia e Irán han establecido una mayor presencia en la región. Estos actores globales ven la arena económica, política y de seguridad de América Latina como una oportunidad para alcanzar sus objetivos a largo plazo y así avanzar en áreas de interés que son incompatibles con las nuestras y las de nuestros socios”.

El Washington, el poder económico concentrado y sus socios locales no se quedaron de brazos cruzados, ni aceptaron con resignación la derrota frente a la avanzada “populista”. Golpes parlamentarios, desestabilizaciones, presión diplomática, económica y financiera, creación de nuevos espacios de articulación de los referentes regionales de la derecha, el resurgimiento de la OEA como “Ministerio de Colonias” norteamericano y la injerencia de las fundaciones y ONG vinculadas con la CIA, son parte de las herramientas que puso en juego el establishment norteamericano para recuperar el control de lo que históricamente consideró su “patio trasero”.

La región se minó de fundaciones y Organizaciones No Gubernamentales que canalizaban los recursos económicos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y de la Fundación Nacional para la Democracia (NED), dos de los brazos financieros de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana.

Los fallidos golpes en Venezuela contra Hugo Chávez (2002), en Bolivia contra Evo Morales (2008) y en Ecuador contra Rafael Correa (2010) fueron muestra y adelanto de los golpes que sí lograrían dar en Honduras contra Manuel Zelaya (2009), en Paraguay contra Fernando Lugo (2012) y en Brasil contra Dilma Rousseff (2016).

El imperio desplegó todos sus tentáculos. Donde su estrategia fue efectiva, accionó su brazo mediático-judicial para demonizar, perseguir, encarcelar y proscribir a los líderes progresistas, con el fin de evitar la recomposición del campo popular. Las arremetidas mediático-judiciales contra Luiz Inacio “Lula” da Silva en Brasil, contra Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, contra Rafael Correa en Ecuador y contra Fernando Lugo en Paraguay son claro ejemplo de ello. El esfuerzo de la Rede Globo y el Multimedia Clarín para crear un clima de condena social contra los exmandatarios, así como los vínculos de los jueces Sergio Moro de Brasil y Claudio Bonadio con el Departamento de Estado norteamericano dejan en clara evidencia parte de ese entramado.

Donde el accionar golpista o desestabilizador no logró efectividad, fomentaron levantamientos callejeros violentos (Venezuela y Nicaragua) para luego justificar sanciones económicas, financieras y diplomáticas que ahogaran los recursos del pueblo y alimentaran el malestar social. En el caso venezolano se llegó incluso al intento de magnicidio contra el presidente Nicolás Maduro el pasado 4 de agosto, en un fallido atentado con drones cargados de explosivos.

La desarticulación de los espacios de integración regional también fue un objetivo de la nueva avanzada de la derecha. Los nuevos alfiles de Washington en la región suspendieron la participación de Venezuela en el MERCOSUR, intentaron desactivar y vaciar la CELAC y desmembraron la UNASUR. A su vez crearon el Grupo de Lima, espacio que sólo tuvo como objetivo atacar al gobierno venezolano de Nicolás Maduro, y, con Luis Almagro a la cabeza, volvieron a darle a la Organización de Estados Americanos (OEA) su rol de “Ministerio de Colonias” al servicio de los intereses de Estados Unidos.

A pesar de la brutal arremetida, algunos procesos lograron resistir (Bolivia, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Uruguay). El triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México (julio de 2018) renovó las esperanzas de los movimientos de América Latina. En Colombia, a pesar de la derrota, los ocho millones de votos obtenidos por el candidato de izquierda Gustavo Petro sentaron las bases para la consolidación de un espacio que pueda disputar el poder. Las masivas manifestaciones contra las políticas neoliberales del gobierno argentino de Mauricio Macri, la renovación generacional en la conducción de la Revolución cubana con la elección del nuevo presidente, Miguel Díaz-Canel, y la participación popular en la construcción del nuevo proyecto de reforma constitucional, así como la reciente realización en La Habana del Foro de Sao Paulo, mostraron que los movimientos sociales y los partidos populares de la región continúan de pie y con gran fortaleza. América Latina y el Caribe son una zona en disputa donde la historia todavía no ha sido escrita.


 

SECCIONES