Valentín y los Volcanes: «Nunca queremos grabar el mismo disco»

Jo Goyeneche se había quedado sin nada. Era el verano de 2013 y con lo puesto –literal– más algunos instrumentos, el cantante de Valentín y los Volcanes se mudó a lo de Francisco de la Canal, el bajista de la banda. En esa casa en ruinas tampoco había mucho más: un perro y discos de rock nacional. «Teníamos las heladeras vacías, los armarios vacíos, pero había música sonando todo el tiempo», dice Goyeneche. «Y una sala, que armamos en una vieja biblioteca, disponible a cualquier hora». Así que, básicamente, se despertaban y tras «esquivar los borrachos que habían dormido ahí esa noche» se ponían a tocar. A los meses, Nicolás Kosinski (guitarrista) se instaló en la casa vecina y el núcleo duro del grupo quedó hincado en la misma cuadra. «Fue un año de componer muchas canciones bajo la influencia de esa casa, de esa música y esa dinámica».

«Nos gusta pensar que la música es una excusa para hacer estribillos: si un estribillo está bien, la canción está bien», dice Goyeneche

Así nació Una comedia romántica, el tercer y último disco de VyV. Un compendio de diez canciones grabado en estudios El Pie y producido por Tweety González, hombre clave en obras cumbres como Canción Animal de Soda Stereo, Ciudad de pobres corazones y El amor después del amor de Fito Paéz.  «Nos gustaba la idea de trabajar con él, tenía mucho que ver con toda esa música que habíamos redescubierto en la casa», dice Jo, que cuando el manager del grupo (también encargado del sello Triple R) le preguntó con quién le gustaría producir el nuevo disco, tiró el nombre de González casi como un chiste. «Dos meses después estaba Tweety en el jardín de casa tomando su Seven Up diet con un plan de grabación», cuenta. «Teníamos que tomarnos la cosa en serio: había un link directo con la estética de lo que estábamos haciendo y con la búsqueda que habíamos encarado».

Hoy, a casi tres años de ese verano que empezó fatal, Valentín y los Volcanes está publicando su disco más ambicioso. Un álbum que muestra al grupo en el pico de su madurez compositiva derramada sobre canciones de estructura clasicista, sentido pop y sonoridad diáfana. Sobre todo eso, la voz de Goyeneche -clara y viril como nunca antes- canta sobre el amor con un foco crudo y duro.

¿Cómo fue pensar un disco nuevo después del muy bien recibido Todos los sábados del mundo?

Nos llevó tiempo, no queríamos grabar el mismo disco porque nunca queremos grabar el mismo disco. A mí me flasheaba mucho Nirvana cuando era chico, porque sus discos eran completamente diferentes unos de otros; con Fito Páez o Andrés Calamaro pasa lo mismo. Algunas bandas una vez que encuentran el lugar de comodidad se quedan ahí y construyen toda su obra desde ese sitio seguro, algo que está muy bien y que ha dado grandes obras a la música popular; pero a nosotros nos gusta ese riesgo de meternos en algo que no conocemos del todo, siempre manteniendo la canción como elemento esencial.

¿Qué tuvo de diferente este disco?

El modo de producción fue diferente, con Tweety, Ulises Butrón, con El Nono (Pablo Di Peco), teniendo un estudio profesional a nuestra disposición. También fue determinante la poca cantidad de horas con las que sabíamos íbamos a contar al momento de grabar, eso nos obligó a ensayar muchísimo, a producir el disco fuera del estudio, a llegar con todo resuelto. Eso marca también la diferencia. Necesariamente la banda iba a sonar de otro modo, más cruda, más directa. Es un disco que en vivo puede tocarse tal cual está grabado.

El título marca que el disco aborda el amor, aunque es más triste de lo que puede parecer.

Sí, esta y otras veces el hilo conductor parece ser el amor, la víspera del amor, el trauma que genera el amor, la magia del romance, la despedida, la añoranza, la vida doméstica en pareja. Una comedia romántica es un título algo irónico, que responde a los dos hilos: el del amor y el que refiere a la cinematografía, a ese juego entre la realidad y la ficción. Si este disco es una comedia romántica no es una de Hollywood con Winona Ryder, sino una más anacrónica, una con una de esas actrices de la Nouvelle Vague, lánguidas y en blanco y negro.

Son muchas las canciones con estribillos pegadizos. ¿Buscan eso?

Nos gusta pensar que la música es una excusa para hacer estribillos: si un estribillo está bien, la canción está bien. Antes componíamos solamente estribillos, nuestro primer disco casi no tiene estrofas. Es una decisión estructural. En aquel entonces yo pensaba: si la música es una excusa para hacer estribillos, porqué simplemente no hacemos estribillos. Pero bueno, no somos tan fundamentalistas. Incluso creo que éstas son las canciones más clásicas que hemos hecho hasta ahora: tienen sus versos, sus coros, sus solos de guitarra.

Las guitarras ya no tienen la distorsión de trabajos anteriores, ¿por qué eso?

Priorizamos los arreglos de piano, muchas de las líneas que en los otros discos las hacían las guitarras, esta vez las hizo el piano, o el Rhodes. Fue una decisión estética. Cuando componía éstas canciones me imaginaba esos leads tocados en las teclas. Y Pol [Perazzo, tecladista] compuso arreglos buenísimos para muchos temas.

Hay una sonoridad de rock clásico, suena muy 60/70, algo beat, hay más baladas…

Sí, es un disco mucho más clásico en ese sentido, hay una influencia emocional fuerte del rock nacional, y también un poco de la canción romántica, del bolero, de la música popular. Quisimos incorporar solos de guitarra en las canciones, algo que nunca habíamos hecho, y que en el género en el que suelen etiquetarnos no existe casi. Esos solos de guitarra bien del rock clásico. Los beats los trabajamos a conciencia, antes armábamos las bases bajo-batería sin detenernos demasiado, porque funcionaban bien sin necesidad de mucha búsqueda. En el caso de estas canciones aprendimos a acomodar cada golpe de bombo en su lugar, cada golpe del bajo. El movimiento en las canciones puede generarse desde ahí, desde el beat, algo fundamental para ciertos temas.

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