Un relato K para las clases medias

La disparada del dólar en los últimos días de abril vuelve a traer noticias, comentarios, rumores, climas de opinión pública, visiones sobre el futuro, perspectivas sobre el rumbo económico y pronósticos acerca de lo que podría ocurrir en las próximas semanas, meses o años, que resultan inquietantes también para “la gente”. Es decir, para lo que la derecha considera “gente”, que predominantemente son las clases altas y medias del país. 

Pero como las clases altas por su propia condición son una minoría, la derecha que controla el Estado desde que Mauricio Macri asumió como presidente está muy atenta al humor de las clases medias, por ser estas numéricamente muy determinantes en la sociedad argentina, y por lo tanto definitorias del curso que suelen tomar los asuntos políticos, ya sean los resultados electorales o cualquier otra acción colectiva que tenga incidencia en la conformación de las relaciones de poder. 

Una parte considerable de esas clases medias, en una proporción que es imposible de cuantificar pero en cambio es fácil constatar que se trata de un sector enormemente significativo, han odiado al gobierno kirchnerista, a todo lo que sea o parezca kirchnerista, a Cristina Kirchner en particular, y obviamente a Néstor, pero agravado en su compañera y sucesora por ser ella mujer. 

Incluso han odiado a la propia letra “K”. Y por eso, como causa y a la vez efecto de ese fenómeno, la cadena de medios del Grupo Clarín y toda la maquinaria mediática de la derecha utiliza constantemente esa letra con una función adjetiva para estigmatizar a quienes ellos consideran sus enemigos (la/el “diputada/o ultra-K”, la “ruta del dinero K”, el “piquetero K”, el “empresario K”, la/el “actriz/actor K”, el/la “periodista ultra-K”, y así hasta el infinito).

Ese sentimiento de odio puede ser eventualmente considerado por estudiosos y especialistas desde distintos saberes de las ciencias sociales, tal vez particularmente la psicología y la sociología. Pero el margen de ello tiene ante todo un valor político, porque determina apoyos y oposiciones, preferencias y rechazos, posicionamientos a favor y en contra, o cualquiera de las más diversas opciones intermedias, que finalmente se traducen en la conformación de las relaciones de poder.

Observado desde sus efectos políticos, los sectores conservadores y reaccionarios de las clases medias que tanto odiaron –u odian– al kirchnerismo son la prueba más contundente en contra de la llamada “desviación economicista”, que considera que las condiciones materiales, o (para decirlo de otro modo) la mayor o menor prosperidad y bienestar económico, son las razones que determinan la conducta política de las personas. 

En el imaginario peronista esa creencia se generalizó a partir de la frase atribuida al propio Juan Perón, según la cual “la víscera más sensible del hombre es el bolsillo” (acerca del contexto y el sentido que habría tenido esa expresión del fundador del justicialismo, han trabajado largamente historiadores y muchos estudiosos y conocedores del tema).

Pues bien: en el periodo histórico que comenzó en 2003 y finalizó en 2015, donde el gobierno de la nación estuvo a cargo de Néstor y luego de Cristina Kirchner, y durante el cual tuvo lugar una etapa política, económica y social marcada por el predominio de la fuerza política que ellos condujeron, las clases medias argentinas vivieron una prosperidad que nunca antes habían alcanzado, al menos desde la etapa posterior al primer peronismo de mediados del siglo XX.

Relato kirchnerista

El kirchnerismo nunca tuvo un “relato” destinado a interpelar favorablemente a las capas medias de la sociedad. Nunca lo hizo como rasgo dominante de su discurso, cabe aclarar, aunque siempre existen excepciones. Pero dejando a salvo dichas excepciones, sus enunciadores/as nunca les hablaron de lo bien que les iba a ellos/ellas, a las clases medias en general. 

La épica y la mística kirchnerista, arraigadas en los orígenes fundacionales del peronismo y en las tradiciones de las luchas populares en general, siempre se concentraron en exaltar sus logros en la recuperación de derechos y dignidad para las clases trabajadoras y más humildes, o bien en el reconocimiento de derechos referidos por ejemplo a la diversidad sexual o de género, o que involucran a sectores de la ciencia, la educación y la cultura.

En cambio, hay un conjunto muy grande de hechos o datos que habitualmente están fuera de la consideración cuando se alude a la época 2003-2015, y que tal vez sea apropiado reseñar en unos pocos casos:

  • Los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner lograron una solidez del sistema financiero como producto de la cual nunca quebró –“cayó”– ningún banco, y por lo tanto nadie perdió sus ahorros, como sí ocurrió al menos en los 25 años anteriores (los casos de “caída” de bancos y por lo tanto de bancarrota para personas, familias y empresas que perdían todo o parte de su capital arrastrados por las estafas e insolvencia de una u otra entidad financiera fueron frecuentes desde finales de los años setenta, en plena dictadura genocida, y durante las décadas de los ochenta y noventa, hasta el derrumbe nacional de principios de este siglo).
  • El kirchnerismo pagó uno sobre otro, y le devolvió a los ahorristas, los famosos dólares que durante el derrumbe de 2001/2002 quedaron atrapados dentro del sistema financiero. Esa incautación de dinero de particulares, perpetrada en las últimas semanas del gobierno de De la Rúa y Cavallo –a lo cual el discurso generado por periodistas, economistas y políticos le puso el ridículo nombre de “corralito”– y que se agravó en los primeros meses del interinato presidencial de Eduardo Duhalde, desató la ira, la furia, el descontrol, la indignación y el hartazgo más grande que hayan conocido las clases medias argentinas en toda la historia contemporánea del país. En aquella ocasión, en lugar del dinero incautado el duhaldismo entregó bonos del Estado en dólares, con vencimiento, por ejemplo, diez años después –como los Bonos del Estado Nacional “Boden 2012”–, que con el correr de los años el kirchnerismo pagó puntualmente. Un dólar arriba del otro.
  • Durante el periodo kirchnerista la capacidad de consumo del conjunto de la población, y de forma específica de las clases medidas, aumentó de forma nunca antes igualada. Por ejemplo: creció exponencialmente y se multiplicó varias veces la instalación de aire acondicionado en las viviendas de ese sector social; fue habitual comprar el segundo o tercer automóvil para la familia; se generalizó y expandió el turismo por el país o el exterior y el miniturismo varias veces al año; la renovación de los artículos electródomésticos más modernos se convirtió también en un hábito familiar; la adquisición de los más recientes dispositivos electrónicos y de comunicación digital, cuya actualización se renueva incesante y vertiginosamente (como computadoras, teléfonos, smartphones, videophones, GPS, televisores, pantallas de última generación, cualquier objeto hogareño o personal computarizado, etcétera, etcétera, etcétera), se constituyeron a partir de esa época en una situación tan común y corriente que nadie repara en la importancia de acceder a su compra y, en consecuencia, de poder usarlos e incorporarlos a la vida de cada quien.
  • No sólo el enorme consumo de bienes, servicios y productos de uso corriente en las clases medias generó el kirchnerismo durante sus gobiernos, sino además el crecimiento patrimonial y las alternativas de emprendimientos rentables y expansión económica que permitieron ejercer el derecho a desarrollarse como individuos y como familias. Entre ellas, las posibilidades de compra de una vivienda propia (una de cuyas expresiones fueron los créditos PRO.CRE.AR.), la instalación de centenares de miles de nuevas empresas y comercios, pequeños y medianos; y la multiplicación de las opciones laborales para profesionales con graduación universitaria o especialistas formados en la experiencia laboral.

La inestabilidad financiera actual reflejada en el aumento del dólar tiene, como casi todo en la economía y en la política, un futuro impredecible. Nunca puede adivinarse el provenir. Pero los análisis más racionales de quienes se oponen al régimen macrista, a su política económica y al modelo de sociedad que quiere implantar, e incluso los posicionamientos públicos de algunos de los economistas y analistas con la misma ideología del oficialismo y que sirven a idénticos intereses, advertían/advierten la inviabilidad del plan de gobierno y el rumbo de crisis que se avecina.

Nadie puede saber si el curso de los acontecimientos terminará en una debacle económica en la cual las instituciones financieras vuelvan a incautar el dinero de los depositantes, o si volverán a producirse quiebras bancarias y bancarrota de los ahorristas. 

Mucho menos puede saberse si, en caso de que ello ocurriera, aparecería alguna alternativa política que procure restaurar la vigencia de los intereses generales de la sociedad y el bien común para el pueblo –como ocurrió con el kirchnerismo tras el estallido nacional de 2001-2002–, o si la salida política será más autoritaria, más a la derecha y con sufrimientos peores para el conjunto de la población.

Por el momento, puede constatarse el tembladeral que empiezan a sentir no sólo las clases altas, los grandes capitalistas, los “mercados” y todos los poderes de facto que forman la esencia social y corporativa de la derecha gobernante, sino también los sectores reaccionarios y conservadores de las clases medias que en gran medida sustentan con su adhesión y su voto al régimen macrista. Esos mismos sectores que tanto odiaron –u odian– al kirchnerismo, que les dio más derechos, prosperidad y beneficios que cualquier gobierno de las últimas décadas.


 

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