Trabajadores on demand

Por Susana Martins*

Secundaria del futuro es el nombre de la nueva reforma educativa presentada por el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires que prevé pasantías de los estudiantes en empresas y corporaciones en el último año de las escuelas públicas de nivel medio, y que se va a implementar a partir de 2018. Interesante el nombre.

El futuro es un tiempo que no está, que no va a estar nunca. Es etéreo e inaprensible. Sin embargo, todo lo que acontece allí es positivo de antemano. Porque lo mejor siempre está por venir, ¿no?

Si a la palabra futuro además le agregamos “calidad”, “creatividad” y “adaptabilidad”, tenemos el combo perfecto para vender un tiempo lejano pero feliz y pleno de oportunidades.

Algo de eso hay en la propuesta del gobierno porteño. Hay promesa. Promesa de un tiempo mejor donde todos vamos a tener oportunidad de desarrollarnos en nuestras capacidades. Una promesa de cambio que incluye el consabido diagnóstico desolador del presente, condición necesaria para justificar la reforma que parece anclada en ninguna parte.

Frases cortas, colores vivos, gráficos y placas con bullets. La derecha y el mercado hablan bastante parecido. Comparten rasgos retóricos y modalidades enunciativas: cuestión de estilos (y de ideas).

Los estudiantes, padres, docentes, gremios y autoridades de las escuelas públicas sólo recibieron un powerpoint (¡un powerpoint!) en el que se explicaban los principales puntos a modificar y el esquema de la nueva secundaria 2030. No hay programas, documentos ni planificaciones. No hay fundamentaciones que ubiquen el planteo en un tiempo histórico y social, que lo hagan formar parte de un proceso. Un cuadro de situación que justifique la reforma y permita evaluar las distintas dimensiones de la misma, con argumentación y complejidad.

La resistencia de la comunidad educativa, entonces, no sólo tiene que ver con la naturaleza de la medida que, según su marketinera presentación, supone mano de obra gratuita para las grandes empresas, sistema de evaluación por créditos y pérdida de condiciones laborales para los docentes, sino también con un serio cuestionamiento de las formas, de la unilateralidad de la decisión. De ese tono imperativo que caracteriza al gobierno actual. Esa tendencia a no convocar a los protagonistas para debatir y decidir juntos la mejor propuesta. El gobierno propone, el gobierno dispone.

Mientras, los pibes y pibas de los 28 colegios tomados debaten en asambleas, organizan charlas de formación sobre violencia institucional, se dividen en turnos para comer, cuidarse y descansar. Aprenden. Aprenden a comprometerse con los espacios a los que pertenecen. Aprenden a reclamar a las autoridades. A cuidarse de los atropellos de la policía y el falaz protocolo antitoma. Aprenden ciudadanía. Y con la ciudadanía aprenden política, esa mala palabra.

Pero volvamos a las buenas palabras: “flexible”, por ejemplo. Un sujeto flexible es quien demuestra rápida capacidad de adaptación a los entornos. La flexibilidad existe para menguar la resistencia. Cuanto más flexible, menos fuerza de choque. Un sujeto que se adapta a las transformaciones de los tiempos que corren es un sujeto que, en términos de Sennet, pone en riesgo su carácter. Y el trabajo, además de ser un organizador de la vida social, es un eje central en la construcción de los procesos identitarios.

Una relación lábil con el trabajo, la incertidumbre permanente a la que tanto nos convoca el exministro Esteban Bullrich, es un estado angustiante que atenta contra las mínimas certezas ontológicas en las que se construye la subjetividad. Porque el trabajo construye lazos, solidaridad y reconocimiento del otro. El trabajo implica pertenencia, grupalidad y participación.

Por eso es riesgosa la figura del emprendedor. Porque el emprendedurismo entendido como oportunidad individual de desarrollar una actividad productiva promueve valores como la competencia, el esfuerzo individual y la meritocracia. Y esos valores están en la base de todo proceso de despolitización. Supone que todos partimos del mismo punto y que el lugar de arribo depende sólo del sacrificio y la capacidad personal. Deshistoriza y desdibuja el rol de otros actores en los procesos productivos. Nos deja sin red. Si nos va bien, nos convertimos en héroes. Si nos va mal… podemos quejarnos en la siguiente ventanilla.

De este modo, la reforma educativa de Rodríguez Larreta promete individuos creativos y flexibles lanzados al mercado que los recibe con alegría y los hace jugar con las mismas reglas y en la misma cancha. Un mundo feliz. Y falso.

La currícula en las escuelas secundarias no puede apuntar a formar sujetos para un mercado competitivo que sólo mide el éxito en términos de oferta y ganancia. Una gran fábrica de individuos únicos y originales dispuestos a cumplir las reglas para insertarse en el mundo globalizado.

La escuela es el espacio donde debemos construir ciudadanos críticos, conscientes de sus derechos y obligaciones, comprometidos con el tiempo histórico que les toca vivir.

Tenemos, los educadores, la enorme responsabilidad de ayudar a crecer a hombres y mujeres con ansias de emancipación y justicia, con capacidad de articular lazos con los otros, con solidaridad y fuertes deseos de transformar el mundo en el que viven. Y el desafío de alertar sobre las matrices ideológicas que subyacen a las propuestas coloridas y dinámicas de las placas de los powerpoint.


* Licenciada en Comunicación Social. Titular del seminario Transformaciones Culturales y Educación, profesorado en Comunicación Social, FPyCS, UNLP.

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