Será que siempre estás entre nosotros

Por Luciana Isa*

El mundo y la vida moderna occidental nos formatean para tenerle miedo –y respeto– a la muerte. Nacemos sabiendo que nos vamos a morir y transitamos la vida haciendo todo lo posible para evitarlo tempranamente y, en el mejor de los casos, retardarlo lo más posible. Rutina de médicos, ejercicio, vida sana, comida sana y evitar el estrés se encuentran a la orden del día dentro del abanico de alternativas convertidas en conductas saludables para vivir más tiempo, o llegar en las mejores condiciones a transitar la vejez.

Por algunas de estas razones, cuando llega una muerte inesperada, sorpresiva, adelantada, es que la angustia penetra de un modo tan profundo que parece desgarrarnos el corazón. No le encontramos explicación, fundamento, razón alguna que nos explique las causas, otras de las particularidades que se inscriben como constitutivos de los paradigmas de la modernidad.

Y algo de eso fue lo que nos pasó con tu partida: nos sangraste el corazón. La sensación de dejarnos atónitos, sin capacidad de reacción, de movimiento, de expresión alguna, más que el llanto incesante. No había justificación válida, más allá de los análisis médicos-políticos que ocupaban algunas pantallas por esas horas, que pudieran compensar la tristeza. Sin dudas no era ese el momento para irte y dejarnos, no podía ser real, y por eso rebotábamos entre el sentimiento del dolor, la angustia y el enojo, sin mucha precisión y con mucha inercia.

Aunque, al parecer, fue sólo una sensación de inmovilidad; porque si hay algo que acompañó la tristeza de tu muerte fue la fuerza, el movimiento, la irrupción desordenada. Nadie sabía de qué modo y hacía qué punto específico, pero todos salíamos sin mucha premeditación a la Plaza de Mayo a llorarte. Necesitábamos estar ahí, saber que con nuestra presencia te abrazábamos a vos y la abrazábamos a ella, quien fue, es y seguirá siendo nuestra Presidenta Coraje. Había que contenerla, acaraciarla, darle fuerza, porque había que seguir, y el duelo estático e inmóvil no podía durar demasiado. La leyenda “Gracias Néstor, Fuerza Cristina”, que viajó por lo ancho y alto del país, fue la mejor síntesis del sentimiento popular de esos días.

La leyenda “Gracias Néstor, Fuerza Cristina”, que viajó por lo ancho y alto del país, fue la mejor síntesis del sentimiento popular de esos días.

La tristeza y la angustia son los estados que encuentra el cuerpo para defenderse de una situación dolorosa, pero la sensación de enojo e injusticia es la que muchas veces nos saca del lugar estático para impulsarnos a la acción. Y ciertamente fue eso lo que nos atravesó con tu muerte, nos entristecimos y lloramos mucho (fueron meses de ver sólo una imagen y escucharte hablar y que me sea imposible evitar el caudal de llanto); pero sabíamos que vos estabas para marcarnos el rumbo, que nos habías dejado un país reconstruido, un pueblo que había recuperado su sentido de pertenencia en un proyecto nacional y popular, que había recobrado su dignidad y su identidad como país. Que con mucha entereza nos habías prometido que no ibas a dejar tus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno. Que nos regalaste ese premio al demostrarnos que se podía ser un país soberano y con dignidad política, social y económica ante el mundo, siempre y cuando se trabajara y se militara fuertemente priorizando los intereses y los valores de las mayorías populares, y no los de las corporaciones económicas, disfrazadas de partidos políticos y medios de comunicación, y las minorías beneficiadas y privilegiadas de sus negociados. Nos demostraste que con amor por el otro, compromiso, trabajo y militancia se pueden transformar las realidades más terribles que genera el capitalismo salvaje, o al menos intentar que sean lo menos atroces.

Nos demostraste que con amor por el otro, compromiso, trabajo y militancia se pueden transformar las realidades más terribles que genera el capitalismo salvaje.

Pero entonces teníamos mucho pero mucho por hacer. No había margen y no eran tiempos para quedarnos solamente llorando, no podíamos darnos el lujo de paralizarnos con la tristeza. Cristina no estaba sola, no la íbamos a dejar sola, pero éramos conscientes de que no iba a ser fácil acostumbrarnos a no verte, a no escucharte, a que no estés ahí para conducirnos.

Nada de lo que sucedió después, en estos cinco años, fue magia. Quizás porque te fuiste, pero será que siempre estás entre nosotros, que pudimos y podremos continuar con el proyecto que vos y Cristina soñaron y construyeron para hacer de la Argentina un país con lugar para todos.

Las innumerables razones por las cuales este proyecto político es el que tuvo lugar y benefició a todos los argentinos en esta última década no amerita ser señalado en esta instancia, forma parte de otros análisis y, afortunadamente, son tangibles todos los días en cada trabajador y trabajadora; en cada jubilado; en cada docente; en cada una de las madres que cuentan con su Asignación Universal por Hijo; en cada joven que puede ejercer dignamente su derecho a la educación y hay una política pública que se lo garantiza; en cada casa nueva que se termina con el programa más revolucionario de acceso a la vivienda de los últimos cincuenta años; en cada netbook que recibe cada chico; en cada nuevo nieto que se recupera, en cada nuevo juicio a los genocidas de la última dictadura cívico-militar, en la memoria de cada uno de los 30 mil desaparecidos.

Nada de lo que sucedió después, en estos cinco años, fue magia. Quizás porque te fuiste, pero será que siempre estás entre nosotros, que pudimos y podremos continuar con el proyecto.

Justo hoy, a cinco años de tu partida, y después de que celebramos una nueva jornada democrática en la que cada argentino y argentina expresó su voto en las urnas, sin dudas me hubiera gustado regalarte otro homenaje. Poder decirte que te extraño, te pienso todos los días, que seguís insoportablemente “vivo” y que, afortunadamente, el pueblo argentino tiene un deseo de continuar fortaleciendo y profundizando lo que se inició en el 2003. Lamentablemente, la realidad nos cuenta otra cosa, o al menos la interpretación de los resultados electorales del domingo así lo indican; los tiempos venideros serán de análisis, revisiones y reorganización de cara a lo que se viene.

No tengo dudas de que tu legado sigue presente, más fuerte que nunca. Porque, si hay algo que aprendimos en estos años y de tu propia experiencia militante, es a enamorarnos de la política y a convencernos de que la militancia y la participación son las únicas herramientas reales de construcción de soberanía nacional y transformación de la realidad. Estamos consolidados, organizados y fortalecidos para defender lo logrado y dar la batalla por lo que falta en la nueva coyuntura. Cristina está de pie, nosotros inmensamente fuertes, y vos más vivo que nunca.

* Docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP


 

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