Se fue Mario Wainfeld, un tipo que supo

Se fue un cronista agudo y sensible. Cronista a la vieja usanza, poniendo el cuerpo, el oído, la experiencia y la biblioteca. El latín del derecho, la jerga futbolera y la rosca política iban y venían en cada una de sus notas. 

Se fue un referente, una referencia, un GPS, como lo presentaban, cada semana, en el viejo Duro de Domar del Flaco Tognetti. Ya no podremos ir a ver qué decía Mario de tal cosa o de tal otra, del resultado de una elección o de un partido de fútbol. Ya no voy a comentar con mi viejo o con compañerxs, «¿lo leíste a Wainfeld hoy?».

Una vez Anfibia publicó un «Decálogo Wainfeld», una suerte de diez mandamientos del periodismo político recuperados de una de sus charlas. Me voy a permitir rescribir solamente el primero –y resumido– porque me parece fundacional: «Es imposible ser un buen periodista político si se desprecia la política».

Haciendo un repaso muy rápido, se me vienen a la memoria algunas ideas-fuerza que siempre atravesaban sus textos y que podría ser parte de un decálogo anexo: la gobernabilidad se construye todos los días (en el escritorio y en la plaza), los privilegios de los jueces son excesivos y deberían estar más obligados a explicar sus fallos, dar más la cara; siempre es buena la universalidad de una política aunque entre sus beneficiarios haya gente que no la necesita (porque peor es lo contrario). En su último texto, dejó su sentencia sobre Ganancias: “Son laburantes igual”

Renegaba de la neutralidad y de la objetividad –nunca escondió su pertenencia al peronismo–, pero siempre buscaba ser ecuánime, poner todo en su justa medida, el hombre en su circunstancia. Como la conocía desde adentro, respetaba mucho a la praxis política: siempre decía que los políticos eran personas comunes con una buena cuota de valentía, coraje o, en el peor de los casos, inconsciencia. En lindo quilombo se metían y eso, de mínima, debía ser atendido.

Tenía mucho de divulgador. Buscaba que sus lectores entiendan, reflexionen, tengan insumos para sacar sus propias conclusiones, formar sus opiniones. En todo caso, como diría El General, persuadía. En sus artículos siempre podremos encontrar la forma de decir simple algo complicado, la pureza de varios géneros o la creación de uno nuevo. Nunca le faltaba data calificada pero tampoco cifras, citas y pluralidad de voces. 

Sus columnas, ya no leídas al calor de los acontecimientos, serán motivo de estudio y análisis. Hay en ellas, seguramente, mucha tela para cortar todavía. Para quienes nos consideramos más hermanados con la gráfica que con otros formatos, seguiremos tratando, en vano, de copiar algo de su estilo tan despojado y contundente. 

Hoy, su querido Página/12 abunda de agradecimientos por padrinazgos, consejos, honestidad y bonhomía. Una valiosa camada de periodistas y escritores –que compartieron redacción con él– hoy despiden a un maestro. Muchos otros y otras, a la distancia, hacemos lo mismo. 

Su capacidad y fuentes para describir lo que sucedía en «el palacio» no obturaban su capacidad para interpretar qué pasaba con la «gente de a pie». Sin demagogia, preocupaba dimensionar cuál era la distancia que separaba a las decisiones políticas de la suerte de los millones de argentinos y argentinas que cada día se levantaban temprano para ganarse el mango. Sin jugar para la tribuna, los momentos más turbulentos siempre lo encontraron del lado «del más débil», pero en serio. 

Quedará para el recuerdo su personaje del politólogo sueco que estiraba su estadía en Argentina en la búsqueda de entender al peronismo para realizar su tesis, una licencia literaria que le evitaba explicar las «particularidades del movimiento».

Ya no tenemos a los Nicolás Casullo, Horacio González, Osvaldo Bayer ni José Pablo Feinmann. Ahora Mario se va, justo, cuando se nos viene un partido chivo, una parada brava. Prescindir de un jugador de su talla en este momento es un lío. A 40 años de democracia –que tanto defendió– la política está ante uno de sus mayores desafíos: defender lo obvio. El destino nos priva de su pluma para afrontarlo, pero nos queda su invitación a ser creativos –siempre le exigía eso a la política– para encontrar el camino de salida. 


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