Pablo Ragoni | El mundo entre las manos

Por R.G.M.

“En Los Ángeles la gente tiene miedo de mezclarse en las autopistas”. En San Andrés de Giles-presupone el prejuicio citadino- los miedos deben ser otros. ¿Aburrirse? No sabemos. Lo cierto es que en su adolescencia Pablo Ragoni sabía matar el tiempo –o vivirlo-cuando nadie entraba a la librería: leía mucho. Tiene sentido, claro, y no solo porque no hubiera celulares. Borges, Corin Tellado, Oscar Wilde…lo que fuera, carente de canon o solemnidad. “El único canon era si me gustaba o no. Si me entretenía o no”, dirá. Con algo así como quince mil habitantes, tampoco había teatro alrededor. Camus o Shakespeare llegaban a sus manos impresos en papel. Ni teatro ni cine. Alguna vez venia alguna compañía. No tenía el concepto de que el cine fuera un arte”, recordará. Faltaría mucho para que en su vida-parafraseando a Lorca- esa la poesía se levantara del libro y se hiciera humana.

Para ello no tomaría una autopista sino que viajaría casi dos horas por la ruta 7 hasta la Capital para estudiar Letras en la UBA. Pero aquel disfrute se desdibujaría. “La literatura se vuelve un constructo, un objeto de estudio -cuestionará-. Hay un gran malentendido, porque uno no entra para escribir sino para hacer crítica. Entonces ese objeto de estudio hay que delimitarlo: hay cosas que son buena literatura y cosas que son mala literatura”.

Sin embargo un día entraría a una de esas librerías de Avenida Corrientes. Dos cosas llamarían su atención. Por un lado, los colores fuertes de aquellas ediciones de Anagrama. Por otro lado, los títulos: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, de Raymond Carver, y Menos que cero, de Breat Easton Ellis. ¿Cómo era aquello de poder hablar coloquialmente o de citar una canción de Elvis Costello? ¿Adónde quedaban la rigidez del enunciado, las palabras almidonadas y los personajes distantes en tiempo o tamaño? ¿Acaso podía haber literatura sobre personas que hablaran si no el mismo idioma sí un lenguaje similar? Inclusive se podían repetir palabras e inclusive oraciones como cuando Blair repite la frase inicial: “A la gente le da miedo mezclarse entre el tráfico de las autopistas de Los Ángeles”.

Igual que en las películas de Lucía Seles, donde la narrativa lineal se multiplica desde un enfoque poliédrico y los recursos responden más a la expresión que del mandato, a Ragoni tampoco le daría miedo mezclarse entre el tráfico de ideas, textos, personas.

Atendiendo un locutorio en Constitución, conocería una persona que solía pasar los archivos por fax. Al parecer, trabajaba “para la televisión”. Como Ragoni siempre tenía algún libro en la mano, acabarían forjando una amistad. Jorge Leyes dramaturgo y cliente en cuestión, le invitaría a escribir con él.

Paralelamente se sumaría a un grupo de filosofía, donde estudiarían con rigurosidad pero armando su propio programa. “El asunto son las conexiones de lecturas”, dirá. Ese concepto aplicaría al teatro: “Porque no está institucionalizado. No se forma en una universidad. Si no que vas con docentes y sí, vas armando tu propio programa”. Con maestros como Rotmberg, Mauricio Kartún y Val Flores, entre otros, forjaría un loable recorrido como director y docente. Además de crear junto a Lucía Seles la compañía Cofradía Eurobasket y llevar adelante destacadas y particulares películas como Smog in Your Heart, The Urgency of Death, Saturdays Disorders, Weak Rangers.

Toda una trayectoria vital que por rica e instruida-seguramente estará de acuerdo- no dista en esencia y potencial de cualquier otro si de actuar se trata. Como una suerte de bibliografía propia, cada uno cuenta con elementos propios para educar y formar su capacidad interpretativa. Los materiales están al alcance. Como el mundo, que fue hecho para ser tomado por asalto sin un único camino trazado. Y es que adónde vamos, no hacen falta autopistas.

“Cómo robar el mundo” es el nombre de este seminario cuyo “objetivo es brindar herramientas para ejercitar el campo asociativo de los participantes, fomentando la aparición de un lenguaje propio de actuación facilitando así su capacidad para estructurar escenas. Para esto se utilizará la música como principal disparador de los ejercicios, y diferentes tipos de textos que se aportarán para la investigación e improvisación”.

 “Es una mezcla de toda mi formación y mi deformación”, bromea Ragoni. “Del transcurso vita, no solo el plano estético. Todo lo que hice en mi vida”. Y explica: “Es como construir una interioridad sin memoria emotiva. Como trabajar en intemperie. Donde la inseguridad para construir te da una estética. Se piensa que el ensayo es para sacar el error, para no equivocarse. Eso hace que muchas veces el riesgo sea algo no deseado dentro de la estética. Yo creo que el riesgo y el error son un elemento más para construir”.

El entrenamiento está orientado tanto para gente avanzada como gente sin experiencia actoral. “Por lo general que viene muy formada, tiene que deconstruir otro método. Y la gente que viene sin ningún tipo de formación le sirve porque podes usar aquello que sos pero en clave estética. Es como con el lenguaje, que lo usamos independientemente de pensar en sujeto o predicado. Uno todo el tiempo está usando esos materiales. Se trata de identificar esas cosas más cotidianas y poder usarlo en clave estética”. Y agrega: “La trampa que tiene la alta cultura no está en el uso sino en los materiales”.

Ragoni se inició en la docencia diez años atrás. “Reconocerme como docente me obligó a plantearme por qué tomaría clases conmigo y no con otra gente. No quiero repetir cosas de otros talleres que tomé. Cierta idea de verticalidad, que el que asiste viene de cero, que el docente es mejor a lo que podes componer. No es la transmisión de la técnica sino brindar herramientas para que el alumno pueda combinar”.

Ragoni evoca la sensación que tuvo cuando se inició en la actuación: “Al venir de un lugar que te construye socialmente y donde en la ciudad de repente encontraba el anonimato, en el escenario había una mirada que no restrictiva sino para construir algo estético. No era el panóptico sino algo que iba a construir. Me erotizó esa sensación. Que posen la mirada sobre vos es sin que sea restrictiva sino ficcional y liberadora”.

Ragoni es uno de los protagonistas de la obra de Lucía Seles, con la llamada tetralogía del tenis. Con un enfoque inclasificable y un narrativa fragmentada, los personajes se desenvuelven entre lo no dicho y los no lugares, acompañados siempre por subtítulos que ofician de coro griego o voz en off con gramática de shitposter. Sin embargo, la composición de los mismos es en esencia reconocible y comprensible por cualquiera: “Nadie se hace el vivo. Vos podes identificas lo que les pasa a ellos con esos objetos y en esa situación. Generás una poética. Dentro de esta poética, estos personajes le da valor a estas cosas y se toma esas cosas así. Hay una dirección que genera un tono. Tiene un mundo, un comportamiento, no solamente un dialogo”.

End?

Too many of conceptos y + ideas sobre actuar

Mejor mirar las movies

& asistir a los 02 encuentros en Compás.

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