O Brasil do Dilma: notas viajeras de una restauración en camino

Por Flavio Rapisardi

Mis amig*s son del PT. Hastiado de una militancia de trinchera en la Argentina desbastada, donde como tod* golpead* aún no reconocemos los puntos cardinales, así estuvimos estos primeros meses de la restauración neoconservadora en la que nombres como Macri, Michetti o Vidal son mascaritas siniestras de otras relaciones pesadas: de Ratazzi, Griesa, Citibank o Broda, empleadit*s del mes, a lo McDonald’s, que antes tuvieron otras letras (aunque sería necio no reconocerlo que estos carecen de toda piedad que tanto predicaron, sobre todo la que se decía partenaire dialoguista de Francisco).

Baste recordar a Dromi, Alsogaray, Toma, Corach, Bello, y sigue la lista de fusibles quemados. En este viaje, el arreglo fue pasar unos días en la casa de los padres de mi amigo, de cuyo hijo –Vicente– soy su padrino. De apellido portugués, lo que no es poca cosa desde el punto de vista étnico (por lo tanto de clase y género ya que Brasil posee una fuerte estratificación).

En un país con 48% de población afro, paré dos días en un paquete departamento en Ipanema de lo que es la “clase media histórica de Brasil”. Mis amig*s son del PT, pero sus pai e mae nao. Nunca me lo avisaron. Votantes de Serra, ahora apoyan a Aecio Neves (neoliberal de la socialdemocracia), si Geraldo Alckmin, del cuadro del Opus Dei, no pica en punta.

Durante los días en el paquete apartamento no paré un minuto de tratar de explicarle la política marabunta de la odiadora derecha argentina, a la cual comparaba todo el tiempo con Aecio Neves, el Macri carioca, el candidato que mis anfitriones habían votado contra Dilma. Los diálogos eran extraños, ante mis intervenciones “populistas” un movimiento de cabeza afirmativo me era devuelto con esa cordialidad de los vecinos del Mercosur que huyen al conflicto como Drácula al ajo. Pero luego era seguido de un discurso que negaba la mímica del “sí”.

Yo no entendía, pero comencé a dudar cuando, la primera noche antes de dormir, el encantador anfitrión me dijo “Vocé quer o jornal”. Con candidez dije que sí, y a los dos minutos tenía en mis manos O Globo, cuya principal columna se titulaba “Autonomia dos poderes em xeque”. ¿Resuena? Repasé sus páginas con la misma mezcla de incredulidad, pretensión analítica y obnubilación que tengo cuando leo el Clarín o La Nación en algún bar de Buenos Aires: 70% de sus páginas disparan contra el gobierno de PT.

Durante los días en el paquete apartamento no paré un minuto de tratar de explicar la política de la odiadora derecha argentina, a la cual comparaba todo el tiempo con Aecio Neves, el Macri carioca, el candidato que mis anfitriones habían votado contra Dilma.

Lo cerré luego de leer títulos y bajadas, ya que la derecha solo escribe folletines para el consumo fast de una clase que se desloma, pero pide, porque se cree con derecho inalienable, que ese plus de goce que los sectores populares alcanzan con las políticas sociales de nuestros gobiernos populares, como el “Bolsa familia” –de Brasil– les sea redirigido a su voracidad.

Como sostiene nuestro artista Santoro (quién diría que Jacques Lacan vendría nuevamente en nuestra ayuda, pero esta vez como crítico de economía política): el problema de la clase media es el goce ajeno. En la hora previa a la cena, tomamos oporto portugués maravilloso y un Red Label con hielo, haciendo tiempo para que el resto de la familia, que había partido a su trabajo a las 8 de la mañana, volviera. Ya eran las 21, y nosotr*s, en un maravilloso semipiso de Ipanema, fuimos testigos de la vuelta de 11 horas de trabajo, es decir, de una temporalidad previa a las regulaciones de la Revolución Industrial.

Ya duchad*s y vestid*s, partimos a esa zona gastronómica llena de personas con lentes de diseño y jóvenes que, en su mayoría, nos confiesa otra amiga, son artistas que apoyan la vuelta de la “dictadura militar” y la exclusión bibliográfica de Paulo Freire. Atónito, repregunto: “¿Dictadura o un Collor de Mello?” (el mediático conductor que fue rajado con un impeachment). “¡Nao, ditadura!«. Ya eran las 12 de la noche con un jugo de coco gelado que se convirtió en una sopa de miedo en mi boca. Me confiesan sabiamente mis amigos, sabemos que es difícil una nueva dictadura, pero la policía y la Justicia pueden imponerla por otros medios. ¡Si lo sabremos! Pero ¿quiénes nos garantizan que en las restauraciones en curso los milicos no saldrán en “defensa del Estado de derecho”?

A diferencia del logro peronista de cuestionar lo que la Sra. Carrió, y chirolitas varios, denomina “república” e “institucionalidad” (corsé de las oligarquías de turno), el sentido común brasileño todavía duda ante nombres como Getulio Vargas o nociones como Estado novo al que siguen asociando, al mejor estilo Unión Democrática del 45, al fascismo y la necesidad de cuidar la institucionalidad conservadora sobre las políticas emancipadoras que requieren su transformación.

sabemos que es difícil una nueva dictadura, pero la policía y la justicia pueden imponerla por otros medios. ¡Si lo sabremos! Pero ¿quiénes nos garantizan que en las restauraciones en curso los milicos no saldrán en “defensa del estado de derecho”?

Por eso, aún en las filas petistas, no activar la “alternancia” (modelo gringo-europeo que solo cree en la disputa-gestión) es un bien deseado. En este abanico de jóvenes artistas prodictadura al petismo de la alternancia, Dilma y sus desaguisados ajustes e idas y vuelta le aceitan la pista a Aecio Neves. Lula superó los 70 y lo acorralarán, pero con gremios y movimientos sociales muy poderosos que salieron a la cancha cuando lo tocaron.

Las décadas ganadas están siendo y merecen actualización, valor, creatividad y diversidad en unidad: repensar el consumo como modelo-motor, concretar de una vez la industrialización y acordar una integración político-productiva-financiera sustentable que arrincone a la derecha en su oscura zona de gestación, logrando así una razonable moratoria temporal al dictum peronista de “unidos o dominados”.

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