Neoliberalismo y fanatismo

¿En qué consiste el fanatismo que encarna Javier Milei? ¿Podemos intentar describirlo? ¿Cuáles serían sus posibles consecuencias?

Por Carlos Ciappina

Llevamos menos de diez días desde la asunción del presidente electo Javier Milei. Todos los pronósticos – desde los bienintencionados a los ingenuos, elija usted querido/a lector/a– sobre la supuesta «moderación» que la llegada al poder ejercería sobre el presidente en funciones han quedado rápidamente en el olvido: a cuatro días de asumir, el presidente de la república sancionó un decreto de necesidad y urgencia (una figura legal para situaciones de excepción) absolutamente desmedido, desaforado y completamente inconstitucional.

La velocidad, profundidad y desmesura del decreto y sus contenidos sorprendió a la sociedad en su conjunto; ni qué decir a la clase política propia y ajena, que parece no darse cuenta todavía de la naturaleza del fenómeno político que encarna el presidente de la república.

Quizás si se repara en analizar el perfil del presidente, tendremos algunas pistas para comprender lo que podemos esperar en los próximos cuatro largos años de gestión: Javier Milei es un fanático. Según el diccionario de la Universidad de Oxford, el fanatismo es «actividad manifestada de manera desmedida e irracional y tenaz de una religión, idea, teoría, cultura, estilo de vida, persona, celebridad o sistema, entre más aspectos que podrían desencadenar un fanatismo. El fanático es una persona que defiende con tenacidad desmedida sus creencias y opiniones».

En un libro ya clásico sobre el fenómeno político del fanatismo –El verdadero creyente– el filósofo norteamericano Eric Hoffer analizó las características del liderazgo fanático y sus implicancias históricas. Para este autor, el fanático «está siempre en estado incompleto e inseguro»; el fanático no busca la verdad sino «fortalecer su propia fe convenciendo a los demás». «El odio –señala Hoffer– unifica a los verdaderos creyentes». Para el Diccionario de la Real Academia Española, los sinónimos de fanatismo son: «intransigencia, intolerancia, obstinación, extremismo, sectarismo, exaltación, incondicionalidad».


En la historia humana, el fenómeno fanático se distingue por el reduccionismo y la elaboración de dicotomías insalvables: «nacionales contra extranjeros»; «arios versus razas inferiores»; «civilización versus barbarie»; «creyentes versus infieles o heréticos»; «occidental y cristiana versus subversivo apátrida»; «KKK versus negritud». Cada una de estas dicotomías fanáticas condujeron –y aún conllevan en muchos casos– a procesos histórico-sociales caracterizados por la violencia, el odio y la muerte. No fue sino después de mucho sufrimiento que las experiencias fanáticas lograron ser contenidas.

Como habrá de darse cuenta a esta altura el/la amable lector/a, la sociedad Argentina ha elegido –por múltiples, diversas e intrincadas razones que no corresponde desarrollar en estas breves notas– otorgarle la máxima magistratura del Estado nacional a un fanático.

¿En que consiste ese fanatismo? ¿Podemos intentar describirlo? ¿Cuáles serían sus posibles consecuencias?

El presidente en funciones explica toda la realidad social –con todas las multiplicidades y diversidades que la misma posee– en una dicotomía simple, contundente y, por supuesto, absoluta: la culpa de todos los males que aquejan a la sociedad argentina provienen de la insanable perversión que el Estado y sus instituciones introducen en la impoluta y eficiente naturaleza mágica del mercado. La consecuencia de esta primera «verdad» fanática es simple: eliminando al Estado, la virtud del mercado operará inmediatamente para beneficiar al conjunto de la sociedad.

Segunda tesis: la «culpa» de esta perversión estatizante la tiene la «casta política». Concepto difuso y precario, sin embargo, la idea de una casta política parasitaria que vive del Estado inoperante ha sido una de las afirmaciones fanáticas que más hondo han calado en la ciudadanía. Nuevamente: si se reduce la dimensión de la política, entonces se mejora automáticamente la economía sin las intervenciones politizantes.

Una sub-idea de esta es mirada es la convicción que los/as trabajadores estatales son una nueva «casta» constituida por sujetos inoperantes y privilegiados cuyo rasgo distintivo es que son incapaces de incluirse en las actividades de verdad –la economía de mercado– y por lo tanto pululan «robando» los ingresos que el pueblo paga vía la carga impositiva.

Tercera tesis: en política internacional se aplica el mismo principio fundante. Los países se dividen en dos categorías absolutas: los que promueven y llevan a cabo el «libremercado» e intentan reducir las dimensiones del Estado y los países «comunistas», que amplían las funciones del Estado. La categoría comunista es enfatizada hasta el ridículo, pero al pensamiento fanático no le hace mella el ridículo.

Las consecuencias de este modo fanático de entender la realidad comienzan a ser evidentes en nuestra realidad cotidiana: lejos de las voces que señalaban la imposibilidad de intentar traducir esa concepción fanática a políticas públicas concretas, el presidente de la república ha emitido un DNU que propone un plan sistemático de destrucción del Estado nacional y sus principales atribuciones. El DNU atropella infinidad de leyes, se arroga facultades del Congreso nacional y vulnera casi todos los derechos consagrados por la Constitución nacional. Nada de eso importa: para el fanático no existe la moderación, ni el diálogo, ni la negociación. El fanático piensa que su propia idea es LA VERDAD –así a secas–, y en ese sentido persistirá en sus afirmaciones hasta que la sociedad toda se mueva en la dirección correcta que es, por supuesto, la suya. Y si esto no ocurre, la falla no estará en el pensamiento único del fanático, sino en la sociedad que no quiere ver la verdad virtuosa que el fanático encarna.

Tan así es la perspectiva fanática, que todavía no hemos terminado de digerir los alcances del DNU inicial, que ya nos anuncian nuevos paquetes de leyes para profundizar la destrucción que iniciaría el primer DNU.

De más está decir que el fanatismo es lo opuesto de una república democrática: la democracia es el juego articulado de posiciones cambiantes y se sustenta –en su versión occidental – en un intrincado juego de influencias y decisiones tomadas en varios niveles de decisión y basadas en el diálogo, la disputa política y social y la negociación permanente. El resultado de este juego democrático nunca es ABSOLUTO, sino que se compone –como alguna vez dijo un presidente argentino– de «verdades relativas» que buscan alcanzar e impactar en la sociedad a partir de la negociación democrática.

La lógica que sustenta al famoso DNU es, por supuesto, la opuesta a la de una democracia: la verdad fanática es tan evidente que para qué perder el tiempo en respetar las instituciones y las organizaciones de la vida democrática. Más aún, precisamente es la vida democrática un nuevo obstáculo para el proyecto de refundación virtuosa de la sociedad argentina.

Por último –y no menos importante–, las medidas que propone el DNU y todas las que ya viene tomando el nuevo Gobierno comienzan a impactar en cada uno de los actores sociales de la nación: se disparó la inflación, se congelaron los salarios, comenzaron los despidos en las empresas públicas y privadas, se limitan los planes sociales, etc., etc., etc. Un manto de oscuridad y de mayor pobreza y dolor comienza a extenderse por la realidad argentina. Pero eso no le importa el pensamiento fanático: precisamente, ese dolor es «positivo», pues significa que el todopoderoso Estado comienza a desaparecer, y al hacerlo se fundan las bases de una nueva sociedad virtuosa. ¿Cuántos quedarán en el camino? Eso, precisamente eso, al fanático no le importa: no ve seres humanos de carne y hueso, sino solo sus tres o cuatro ideas fundantes, que son, por supuesto, la ÚNICA VERDAD.

PDT: Claro que –y esto es muy importante– el fanático nunca está solo. Detrás de la figura del fanatismo desorbitado e intransigente se han escondido –al menos en Occidente– los intereses del gran capital al cual el fanático le sirve para el logro de sus objetivos: ampliar su rentabilidad y profundizar el rediseño social en su beneficio. Hasta puede que el fanático no lo vea, ensimismado en su propio círculo de pensamiento absoluto, quizás hasta se le escape esta otra dimensión y no vea que él, con todas sus verdades absolutas, es solo un instrumento. Pero no hay duda alguna. La obra destructora tiene, en nuestro caso, un sentido muy claro que dejó expuesto el propio DNU: empresas con nombre y apellido que, lejos de todo fanatismo, ven la oportunidad histórica de lograr finalmente el control absoluto sobre la sociedad argentina.


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