Más familias hechas pedazos por el odio genocida

Por Gabriela Calotti

Durante un minucioso testimonio ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, Adriana Chamorro recorrió el martes los casi ocho meses que estuvo secuestrada en la Brigada de Investigaciones de la Policía bonaerense de Banfield, entre febrero y octubre de 1978. En su declaración hizo pormenorizadas descripciones del acoso al que eran sometidas las mujeres con las que compartió cautiverio, ella incluida; mencionó a los integrantes de las guardias de ese centro clandestino de secuestro, tortura y exterminio por sus sobrenombres y características físicas. Brindó nombres y en algunos casos también apellidos de hombres y mujeres con los que compartió cautiverio.

«Fui secuestrada el 23 de febrero de 1978 con Eduardo Corro, mi marido en ese momento. Me vinieron a buscar a la casa con mis padres, a los que habían secuestrado. Me llevaron a la Brigada de San Justo. Allí nos torturaron mucho», afirmó al iniciar su declaración en el marco de la audiencia semanal número 72 del juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en los Pozos de Banfield, Quilmes y El Infierno de Lanús que comenzó en octubre de 2020.

Recordó que su traslado al Pozo de Banfield «tirados en una camioneta» tuvo lugar hacia fines de la Semana Santa de 1978.

«Cuando llegué me pusieron en el calabozo número 12 con Mary y Nilda», precisó al tribunal, luego de indicar que había dos hileras de doce calabozos cada una. Allí también estuvo secuestrado su marido y su hermano Rafael.

«En la parte de adelante había un grupo de Montoneros», indicó, antes de nombrar al «Chaqueño», al «Colo», a «una chica Noemí, su marido y dos chicas más».

«En el lado de atrás había por lo menos veintiún uruguayos», sostuvo. Y mencionó a Mary Artigas (María Asunción Artigas) y a María Antonia Castro. También a (Alfredo) Freddy Moyano y a Andrés Carneiro, que era el compañero de Carolina Barrientos, una bióloga. También recordó a Yolanda Casco, que había dado a luz a un varón allí en Banfield, y a Aída Sanz, que había tenido un bebé en diciembre «en el Pozo». Aída estaba con su madre, una señora que entonces tenía sesenta años y sufría de la espalda. Nunca volvió a aparecer. «Después había una Elena, una Graciela… no tengo más datos que esos», dijo.

Supo que cinco uruguayos habían sido trasladados en lancha desde Coti Martínez, otro centro clandestino.

«Las condiciones no podían ser peor», sostuvo al describir la falta mínima de cualquier elemento, como papel higiénico. Al igual que lo han señalado otros sobrevivientes, Adriana Chamorro contó que para hacer sus necesidades usaban un bidón de 4 litros cortado en la parte superior. «Había muchísimas diarreas. El bidón y la esquina del calabozo servían para eso», aseguró.

Ese invierno «dormíamos de a dos enrolladas en la frazada y la tercera caminaba» para aguantar el frío.

Mary Artigas le enseñó un lenguaje con golpecitos en los ladrillos huecos, parecido a un sistema Morse, para poder comunicarse. «Eso era útil cuando había muchos traslados», aseguró. «Entre fin de abril y mediados de mayo hubo muchos traslados a Uruguay, entre ellos el de María Antonia, el de Mary Artigas, el de Mario Martínez, esposo de María Antonia», indicó. Mario Martínez moriría después en el Pozo de Quilmes de un ataque de asma sin que lo socorrieran.

«Cuando los uruguayos volvían se hacía silencio para que pudieran comunicarse y contar qué había pasado», dijo. Por Mary Artigas supo que «los que las torturaban eran uruguayos. Mary me dijo que ese ‘Saracho’ era Gavasso, me dijo que no me olvidara de Gavasso. Que era el jefe de la patota de uruguayos que actuaba en Quilmes», aseguró Adriana Chamorro en su declaración.

Hacia mediados de mayo «empezó a caer mucha gente al Pozo […] Los uruguayos me dijeron que estaban de a tres o de a cuatro. Los Montoneros también. Había un clima histérico en el aire. Algo iba a pasar», relató.

Por una noche la llevaron de nuevo a la Brigada de San Justo. «Cuando volví al chupadero, Mary y Nilda no estaban más», detalló.

Su hermano Rafael salió en el mes de junio. «Yo no supe nada más de él», dijo.

De San Justo trajeron tiempo después a «los Logares», en alusión a Mónica Grinspon y Ernesto Logares, a quienes habían secuestrado en Uruguay. Por Mary Artigas supo que «los trajeron en avioneta a Buenos Aires y que en la Brigada San Justo le sacan a la nena».

Después se produjo otro «traslado grande». Esa vez vio cómo los preparaban sacándoles el tabique, vendándoles la cabeza con gasa en los ojos y las manos atadas en la espalda. «En este traslado grande se llevan a Noemí y a Iliana […] Los guardias nos decían ‘les damos un calmante porque van a viajar al sur’», contó. «Todos pensábamos que de ahí iban a la cárcel». También se llevaron a la pareja Logares.

Dijo que luego «llegó más gente», y entre estos mencionó a Ricardo Iramain, alias «Mosca», miembro de la guardia de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), a quien recordó como «un gran defensor de Mary Artigas» porque se indignaba de que tuvieran «a una embarazada secuestrada tirada en un piso de baldozas durante ocho meses».

Recordó a dos o tres jóvenes que eran del Partido Comunista Revolucionario (PCR), que salieron en libertad y se ocuparon de llamar a los familiares de los que quedaban en el Pozo de Banfield.

Adriana Chamorro subrayó el trato «pesado» que una de las guardias daba a las mujeres. Uno de ellos, al que le decían «Manuel, entreabría las puertas del calabozo y nos preguntaba si necesitábamos algo. Yo tenía miedo que este tipo entrara durante la noche». Acoso sexual cometían contra Mary Artigas.

«Las guardias eran tres, a razón de una cada veinticuatro horas compuesta por dos personas. La primera estaba formada por Manuel, de 30 o 35 años; ‘Mumullo’, de cabello ondulado, castaño, 1,70, tez mate, casado y con una hija. Otro era cabo. Le decíamos ‘El pelado’. Tenía 1,70 de estatura, casi calvo, grandes ojos castaños y voz muy grave y vivía en La Plata, alrededor de la calle 111, tenía una hija y un hijo. Su ayudante nos mostró su DNI, se llamaba Juan Ángel Luján, por eso le decían ‘Virgencita’, de 1,70, delgado, cara larga y mejillas hundidas, ojos oscuros grandes, cabello lacio negro».

«La tercera guardia estaba integrada por ‘Ángel, de 1,70, ojos achinados, oscuros. Lo llamaban ‘Taka’. Tenía tez mate, cabello oscuro, pertenecía a la sección de investigaciones de estupefacientes. Su ayudante ‘El tano’ era muy robusto, atlético. Se decía que tenía una pulsera que decía Carlos. Decían que era brutal en las patotas», agregó.

En su relato cronológico dijo que en agosto Mary dio a luz a su beba María Victoria. «Desde que volvió estuvo muy sombría», dijo refiriéndose a Mary, de quien se despidió en octubre cuando la trasladaron a Laferrere y de ahí a la cárcel de Devoto. «No supe más de Mary», contó.

En abril de 1981 recuperó la libertad. «Cuando yo salí de la cárcel, quería hacer una vida, pero no pude porque me empezaron a perseguir de nuevo».

Criada en el seno de una familia militante, de izquierda, con su padre profesor universitario, Adriana Chamorro, su marido y su hija, decidieron irse a Canadá.

«Nuestra vida quedó destrozada como un espejo roto. En ese momento Canadá era un país fantástico para emigrar», dijo, antes de asegurar que «tuvimos muchísimo apoyo del Gobierno y de los canadienses».

«Todos hicimos nuestras vidas otra vez… hecha con pedazos de la otra vida», concluyó sin poder ocultar la angustia que contuvo durante su relato exhaustivo.

Una familia disgregada por la represión

Oscar Julián Herrera tenía trece años pero era grandote y aparentaba varios años más. Quizá por ese motivo los represores también se lo llevaron secuestrado junto a su hermano, Arcángel Nicolás, que tenía dieciocho, la noche del 5 al 6 de diciembre de 1977.

Meses antes, en abril, su mamá, Ilda Marcia Paz, había sido secuestrada cuando estaban viviendo en un departamento en la calle Pueyrredón, en Buenos Aires. Había tenido que irse de Berisso. Ilda permanece desaparecida. Su padre, Arcángel Herrera, al que le decían Cacho, fue secuestrado meses más tarde, también en Buenos Aires, y sigue desaparecido. Su hermano mayor, Eduardo Aristóbulo, fue secuestrado en octubre y sigue desaparecido.

«Mi familia, mi hermano y yo fuimos víctimas del terrorismo de Estado», afirmó Oscar durante su testimonio, brindado de forma virtual desde su casa familiar en Berisso, donde también vivieron sus hermanas Zulma y Sandra Marcia.

Sus padres, oriundos de Loreto, Santiago del Estero, llegaron por la década del cincuenta a Berisso para trabajar en el frigorífico Swift. Para empezar alquilaron una habitación en un conventillo. «Allí nace Eduardo en 1954», contó Oscar. Su papá trabajaba en ‘cámaras frías’ y también en el Hipódromo de La Plata. Así pudieron comprarse su casa.

«Cacho, mi padre, era delegado y activista gremial. Además tenía una intensa vida social como parte de la comunidad santiagueña, que aquí en Berisso es muy numerosa», explicó el sobreviviente. Su padre militaba en el Partido Comunista Marxistas Leninista (PCML).

Su mamá, había sido despedida del frigorífico. Ingresó a la Policía bonaerense pero por la militancia de su marido la trasladaron a Pehuajó, como para que renunciara. Y así fue. Ilda consiguió entonces trabajo en el Hipódromo. «Era una familia trabajadora», aseguró mientras mostraba las fotos de sus padres y su hermano mayor en blanco y negro, pegadas a sus espaldas.

1975 significó el pase a la clandestinidad de la familia y de otros compañeros del PCML. Para entonces, asesinatos de militantes del Peronismo y del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) empezaban a dar una señal de lo que vendría. La familia empezó a disgregarse.

Eduardo y su esposa, Adriana Velasco, se habían ido a vivir a Santa Fe con sus dos pequeños, Manuel y Gastón. «Mi hermano Arcéngel Nicolás va a Santiago del Estero. Mi hermana Zulma se casa. Ella estaba estudiando Medicina y su compañero, Oscar Sosa, trabajaba en Astillero Río Santiago y militaba en el PST». También ellos se fueron a Santiago.

Él, su madre y su hermana menor vivieron en diferentes lugares de La Plata y en Punta Lara. Eduardo se fue a Mar del Plata.

Su padre, delegado de su sector, dejó de ir a trabajar. Forma parte de los veintinueve trabajadores del frigorífico Swift asesinados o desaparecidos por el terrorismo de Estado, precisó Oscar, antes de indicar que justamente días atrás se descubrió una placa en homenaje a «los compañeros y su lucha. El frigorífico es parte de la historia de Berisso y de la lucha del movimiento obrero».

«Eran militantes políticos y gremiales y padres de familia. No nos hacían faltar de nada», sostuvo luego de considerar que lo ocurrido en el frigorífico es otra muestra de la «responsabilidad empresarial en la represión».

En abril de 1977, irrumpen en el departamento de la calle Pueyrredón al que se habían mudado y se llevan a su madre. «A las 3 de la mañana golpea el portero y entra una patota de civil pero con saco, camisa y pantalón de vestir», recordó.

Con su abuela, Julia Ibáñez, fueron al Ministerio del Interior, al departamento de Policía, al Episcopado. Él solo fue a embajadas, en busca de su madre.

Los primeros días de octubre es secuestrado su hermano Eduardo en el marco del llamado «Operativo Escoba», en el que fueron secuestrados más de un centenar de militantes del PCML en distintos puntos del país.

La madrugada del 5 al 6 de diciembre de 1977 es secuestrado junto con su hermano Arcángel Nicolás. «Nos trasladan en un auto, en un Renault 12 […] con la cabeza en el piso», recordó. «Llegamos a ese lugar donde había un garaje», contó, antes de precisar que se acuerda de haber estado «en un pasillo muy estrecho» con Alberto Derman, Cristina Gioglio (fallecida) y de haber escuchado los gritos de Roberto Yantorno durante la tortura.

«A mi hermano también lo torturaron mucho. En algún momento me llevan a mí a presenciar la tortura y le dicen que si no cantaba y decía dónde estaba mi viejo me iban a torturar a mí», dijo al tribunal, antes de contar que por esas horas horrible «Cristina Gioglio me contuvo». Al cabo de tres días los soltaron.

Después de Santiago del Estero pudo volver a Berisso, a mediados de 1978. «Era como seguir en la clandestinidad. Yo no podía hablar o contar lo que nos había pasado», confesó al tribunal.

La última vez que su papá se comunicó con su abuelo fue a mediados de enero. Cree que su padre cayó herido por disparos en una estación de servicio en Buenos Aires.

Lo que vino después tampoco fue fácil. Una adolescencia en el Instituto de Menores, terminar el secundario de noche y, como si fuera poco, problemas de salud.

«Con mi hermano Arcángel somos diabéticos, insulinodependientes tipo 1. Nos pasó de todo. Nunca pudimos tener un trabajo en blanco y las reparaciones del Estado llegaron más tarde que en otros casos», se lamentó. Gracias a la pensión que reciben de la provincia de Buenos Aires por privación ilegítima de la libertad pudieron tener acceso a una obra social.

Hace unos meses dio una muestra de sangre al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) con la esperanza de que sirva para identificar en algún momento los restos de sus padres. Reivindicó su pertenencia a la asociación HIJOS y se dijo «indignado» por los fallos judiciales que conceden la prisión domiciliaria «a estos hombres para que puedan disfrutar de sus nietos y sus casas». «La verdad es que nosotros queremos cárcel común para ellos», sostuvo, luego de afirmar que «fueron muchos años de esperar esto», refiriéndose al presente juicio. «Hoy veo que hay un acompañamiento de la Justicia, siento que hay una reparación en este plano».

La represión imparable

Héctor Arias Annichini era responsable del Frente Este del PRT. La caída en la zona de Cañuelas de unos compañeros los alertó sobre lo que estaba ocurriendo. Pocos días después del golpe cívico-militar Héctor y su compañero Jorge Navarro cayeron en Riccieri y González Catán, precisó el martes Arias Annichini en su declaración.

«Me llevaron directamente a la tortura», indicó. Ese primer centro clandestino era Puente 12. «Conmigo se ensañaban porque no les decía la dirección donde vivía», explicó Annichini, que ya había estado preso en la dictadura anterior.

Junto con otros secuestrados, los trasladaron en un furgón a lo que después sabría que era la Brigada de Banfield. Allí vio a María del Carmen Cantaro de Pastor, «La petisa», compañera de Enrique Pastor; a un tal Márquez, y a la compañera de un tal Escalone. Allí conoció a la «Negrita», que era la compañera del «Capitán Pepe», después supo que se llamaba Leonor. En el Pozo de Banfield estuvo ocho o nueve días.

Guillermo Sobrino Berardi, militante uruguayo desaparecido

Guillermo había nacido en Montevideo el 14 de diciembre de 1944. Era el mayor de tres hermanos. Comenzó a militar en el bachillerato, luego empezó a estudiar Agronomía y adhirió al Partido Socialista, así lo presentó su hermana Graciela durante su declaración testimonial ante el TOC Nº 1.

Con la llegada al poder de Jorge Pacheco Areco y la aplicación de sus medidas de «pronta seguridad» en el vecino país se agudizaron los conflictos y también la represión. Guillermo es detenido en 1969 y ahí queda fichado. Su hermano Luis es detenido por integrar el Movimiento de Liberación Nacional. Terminó exiliado en Suecia.

A principios de 1976, es decir, más de dos años después del golpe militar de junio de 1973, Guillermo decide venirse a la Argentina, donde sigue militando en los Grupos de Acción Unificadora (GAU) y empieza a trabajar en una imprenta en el barrio de Pompeya. Allí lo va a buscar hacia el 22 de diciembre de 1977 una patota de «policías» argentinos y uruguayos, según le diría poco después a su padres el dueño de la imprenta.

«Fuimos a Buenos Aires para pasar las fiestas de fin de año. Esperábamos verlo en el puerto y nos llamó la atención que no estuviese. Fuimos al hotel y, como no lo encontrábamos, tratamos de ver a algunos conocidos de él que estaban preocupados porque no lo habían visto. Esa Noche Buena fue terrible», contó su hermana al tribunal.

Al día siguiente de su secuestro, los represores volvieron con un camión «y se llevaron todo lo que había en la imprenta», dijo Graciela Sobrino.

Por testimonios de sobrevivientes, Guillermo fue visto en los Pozos de Quilmes y de Banfield. «Guillermo fue visto con vida por lo menos hasta mayo de 1978», afirmó. Entre esos testimonios mencionó el de Washington Rodríguez, quien aseguró que los «interrogaban oficiales uruguayos». También Luis Guillermo Tau afirmó que «había uruguayos que habían traído de Coti Martínez y de Banfield».

Guillermo Sobrino, secuestrado en el marco del Plan Cóndor de coordinación represiva entre las dictaduras del Cono Sur, permanece desaparecido.

El martes también declaró su hijo, Pablo, quien básicamente mostró un cuadro en el que pintó a su padre, al que apenas conoció, pues por razones de seguridad y temor de su madre se separaron cuando era pequeño.

El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, conocida como El Infierno, con asiento en Avellaneda, es resultado de tres causas unificadas en la causa 737/2013 con solo 16 imputados y apenas dos de ellos en la cárcel, Miguel Osvaldo Etchecolatz y Jorge Di Pasquale. Inicialmente eran 18 los imputados, pero dos fallecieron, Miguel Ángel Ferreyro y Emilio Alberto Herrero Anzorena.

Este debate oral y público por los delitos cometidos en las tres Brigadas comenzó el 27 de octubre de 2020 de forma virtual debido a la pandemia. Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas de ellas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes antes del golpe. Más de 450 testigos prestarán declaración en este juicio. El tribunal está integrado por los jueces Ricardo Basílico, que ejerce la presidencia, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y Fernando Canero.

Las audiencias pueden seguirse por las plataformas de La Retaguardia TV o el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información sobre este juicio puede consultarse en el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.

La próxima audiencia tendrá lugar el martes 5 de julio a las 8:30 y será en formato semipresencial.


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