Los Últimos: la meta está en otro lado

Por Ramiro García Morete

“Será un aullido no más/ lo que te gusta te asusta/ las luces van detrás”, canta en “De frente”. Germán Pasalagua lo reconoce sin pudor: “Me cuesta y lo disfruto a la vez”. A pesar de su porte considerable, el escenario jamás le sentó cómodo. Ni siquiera cuando repartía con otros dos cantantes la voz y composiciones de Orquesta de Perros, reconocida y extinta banda del under local. Es que al Soviet (como le pusieron Doma y Chaume de El Perrodiablo, amigos del barrio y la adolescencia cuando poseía una gran barba colorada y lo ayudaron a registrar sus primeras canciones a mediados de 2000) nunca le interesó agradar o conquistar.

“Soy un gorila cantor”, entonaba en Orquesta, alejado de cualquier pretensión de civilidad artística. Fue precisamente en la casa de Chaume de calle 5 y 34 (a metros de la de su familia) donde vio varias de las bandas alternativas de los noventa, a la par de escuchar rock “barrial” o música uruguaya… o lo que fuera. Lo cierto que es al Soviet jamás le interesó ninguna escena. La única escena repetida fue la de su cuarto, colgado en esas canciones que nacen de repetir quizá el mismo acorde y perderse en sí mismo. Pero no desde el ego o el “Superyó” al que le canta. Sino desde un mundo interior que parece explotar más cuando grita un gol de Estudiantes e implosionar cuando desarrolla esa poética tan personal, genuina e inclasificable. “Quieres que te cuente/ que muestre los dientes/ mi puño va de frente…” Con una sonrisa reconoce: “Soy un desastre para esto. No me gusta hablar de lo que hago”. Y hace amistades, no sociales. Desde los años noventa y pico de esquina, Carlos Vergara o Club Mayo, al día de hoy donde es tesorero del adorable Club Aconcagua. Dice que lo que más le gusta de una banda es juntarse, ensayar, cenar. Y este buen cocinero no puede prescindir del alimento musical. No sólo porque desde la mañana en la radio o las noches con Morrisey o Joe Strummer sonando en Spotify, la música amansa la fiera. Sino porque a pesar de todas esas dificultades y su propia consideración, es un cantautor íntegro cuyas canciones y su voz rasgada merecen ser escuchadas.

«Tengo canciones, armemos una banda”, fue la premisa sencilla (acorde a todo el relato). Las primeras juntadas allá por 2013 con viejos compañeros de la Orquesta (Pablo Laferrara y Germán Giulodoro) no prosperaron, y el Soviet comenzó a rastrear músicos recomendados. “Confiaba en lo que me decían: tengo un flaco que va a encajar”, dirá. Eso le alcanzaba, siempre y cuando se cumpliera la condición humana. Con Federico (bajo) y Fernando (batería) tuvieron algunas presentaciones como “Afiches”. Pero hacía falta una guitarra, y tras la llegada de Fabián, el nombre surgió. “Creo que un poco inconscientemente por Orquesta. Fui el último en armar una banda”, piensa. Pero tras un logrado disco debut (Primero, 2017) y un disco cuyo adelanto se publicó a fin de año (Animal musical), el cuarteto no sabe por qué se llama Los Últimos. Pero sí que la música es lo primero.

“La diferencia entre este disco y el anterior es que hicimos una preproducción -comenta el cantante-. Al tocar poco, decidimos dedicarnos a grabar. Así que lo hicimos con bastante tiempo, dentro de todo”. El estudio y la coproducción estuvieron a cargo de Gonzalo Votök: “Capu (Giulodoro) había grabado con Corazones en su estudio. Y como buscábamos otro tipo de sonido, y al no conocerlo tanto, vamos a probar cómo sale. Medio que nos tiramos a la pileta. Pensábamos un sonido más crudo que el primer disco”.

“El proceso de grabación me vuela la cabeza -dice el músico-. Escuchar las bajadas me obsesiona… me gusta. Pero después, cuando ya sacamos estos temas, lo escuché una sola vez al mango y ya. No soy muy enroscado. Ya salió, está joya. No reniego. Haberlo hecho para mí está zarpado. Ha gustado.” Y remata con una sonrisa: “Nadie se animó a decirme que no”.

“Cada uno ponía su idea y su impronta y se iba armando -rememora sobre el proceso de conformación-. Confiar en el otro. Por esa afinidad de hablar de lo que sea. De fútbol, de comida. Tenemos más juntadas que recitales. Salimos a tomar algo una vez por semana. Un asado o yo que cocino. Sí, para mi es fundamental. Además de tocar… juntarse a comer, boludear. Para mí es lo más lindo.”

En Los Últimos, su estilo compositivo sigue intacto. Como esas canciones que versan sobre un rasguido continuo: “Me cuelgo. Capaz que con un acorde o dos. Creo que ahí me acuerdo y digo: debería agregar un tercero o cuarto. Pero juego mucho con el clima. Y voy armando. Es muy de casa, de la intimidad”. Pero también reconoce cambios: “Cambió la voz. Me doy cuenta que canto más para afuera, con menos prejuicios”.

A sabiendas de que la obra va por delante del autor, Soviet cierra con una amabilidad mientras esquiva el celular que graba. “Me cuesta hablar. Vamos a tomar una birra…” Dicho y hecho.


 

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