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Las manos que hablan

Por Roberto Álvarez Mur

Cuando las luces del teatro se apaguen y comience la función, un centenar de niños se entretendrá con un pequeño personaje salido de un retablo cubierto de paño, que emitirá movimientos y voces caricaturescas y los deberá cautivar durante una hora y media. Todo ello, sin que se note que debajo de ese personaje, en realidad, está la mano y la voz de Gerardo Capobianco dando vida al títere, como lo hace desde principios de los ochenta.

«Si vos sacás la cuenta real, en este momento, mientras te hablo, en la Argentina debe haber cien funciones simultáneas de títeres en escuelas, con cientos de miles de pibes que se están divirtiendo con títeres”, afirma Capobianco junto a su esposa Rosana Beldarrain, ambos creadores de la compañía de teatro de títeres Pizzicatto, que luego de doce años de hacer presentaciones en diversas partes de España y América Latina, vuelve a la Argentina para llevar su espectáculo a La Plata.

¿Qué representa el titiritero para la cultura general?

-Somos los chatarreros del teatro. Los titiriteros representan lo único que se puede decir, de verdad, teatro independiente o autogestivo. Los únicos profesionales de ese ámbito son los titiriteros. Trabajan estrictamente haciendo funciones, desde las tablas. No es que tengo otro trabajo y luego voy a hacer teatro porque me gusta. Esto es lo que te da de comer, y cuando lo lográs es un experiencia llena de satisfacción y enriquecimiento. Siempre y cuando tengas talento.

-¿Y cuál es ese talento?

-Dramaturgia, ritmo. Estás haciendo teatro con objetos. Saber desarrollar acciones breves y cortas, a veces sin palabras. Dar con las palabras justas, precisas, a lo Borges, con esa simpleza y a la vez profundidad para el discurso. El títere tiene un lenguaje y un nivel de parodia que el actor no puede lograr. Hay una pared entre el artista y el público, y la comunicación es a través de lo que dibujan las manos. Ellos no te ven y vos no los ves. Todo debe pasar a través de esa mano.

Capobianco y Beldarrain se metieron de lleno en el mundo del teatro de títeres en 1983, con el retorno de la democracia, por la cercanía de sus amigos dramaturgos, poetas y músicos. Luego de añares pateando el escenario de la autogestión y resistir a los años del menemismo y la avanzada neoliberal, ambos partieron rumbo a España. Allí, durante doce años, recorrieron el país gracias a los muñecos de guante y varilla y las pasaron todas, desde una “pelea de títeres” en la que uno de los personajes le saca el guante al otro y queda la mano desnuda, hasta un corte de luz en plena función: “Era una sala al norte de Madrid. Imaginate, era conchetolandia. Se corta la luz y Gerardo tuvo que salir con una linterna y puso a su títere a hacer un stand up de chistes”, recuerda Beldarrain.

Adela Basch y María Elena Walsh son algunas de las influencias que marcaron el rumbo de la obra de la pareja Pizzicatto, que continúan la tradición de un arte bohemio de raíces marginales que se remontan al medioevo, y cuyos protagonistas sólo verán la luz y serán reconocidos a través de sus manos y su habilidad. «Lo que sucede es que nosotros somos invisibles. Tanto para el sistema como para el imaginario colectivo», explican.

-¿Es conflictivo que aplaudan al personaje visible y no al titiritero que está debajo en el retablo?

-Cada personaje de teatro piensa eso de sí mismo. El titiritero no está escondido o ninguneado. Es el hacedor de esa magia, y sentir eso es genial.

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Títeres del mundo

Pizzicatto títeres2El grupo Pizzicatto participará durante las vacaciones de invierno del Festival Internacional de Títeres y Teatro de Figura, que se realizará en La Plata y contará con artistas nacionales e invitados de España, Bolivia, Brasil e Israel.

El festival se llevará a cabo, con funciones gratuitas, del 23 al 30 de julio en el Centro Cultural Islas Malvinas y en diferentes barrios de la ciudad. En esos escenarios montarán sus shows el grupo Pizzicatto y otras diez compañías invitadas. Acompañan la organización del evento el Ministerio de Cultura de la Nación, Paka-Paka y la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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