Por Ramiro García Morete
Serían las ocho de la mañana cuando Juan Pablo detuvo el auto cerca de la rambla de 32. Apenas había hecho una cuadra al salir de su casa para el trabajo cuando un mensaje llamó la atención en su celular. Posiblemente habría música en el estéreo. A decir verdad, siempre hubo música en su vida. Tanta que llegó a ser uno de los creadores y organizadores de Ciudad Alterna, festival emergente referencial de los últimos años. No era un match de Tinder ni nada de eso que usan sus personajes. Lo cierto es que desde que volvió a vivir solo, su poco tiempo libre lo había repartido entre cuidar a su hija Paulina y tomar maratónicas jornadas de escritura. “Más bien como una ceremonia”, dirá. Sábados enteros desde la salida hasta la caída del sol y mucho más, a veces sin comer, tecleando y borrando a la par. Esa obsesión por la edición que hace que su prosa avance con fluidez y sustento, casi como un escritor reputado. Pero para qué, se ha preguntado más de una vez. Igual que a los doce o trece, cuando escribía instrucciones al estilo Cortázar, quizá motivado por la imagen de su abuelo. Cuando viajaba desde Necochea a Tandil se encontraba con el maravilloso universo de Hugo Nario, amigo de gente como Atahualpa o Félix Luna, un periodista y “mezcla de historiador que de grande empezó a escribir novelas”.
Ya de joven, Juan Pablo siguió escribiendo algunas cosas breves que sólo mostraba a unos pocos. Sí, por supuesto, ejercía con solidez el oficio del periodismo en medios como La Nación. Pero escribir es otra cosa, ¿no? Todas esos actores de la política nacional, esas coberturas, esos viajes no hablaban tanto de él. O algo así piensa. Lo cierto es que en su celular había una noticia. Y esta vez era él el protagonista. La novela que escribió el año pasado, cuyo disparador fue una extraña escena que presenció y que prefiere no especificar, cuyo escenario es la vida contemporánea, la vida moderna (como cantaría una de las tantas bandas platenses que ama) y la tecnología incide severamente en nuestros vínculos, cuyos protagonistas sin edades definidas oscilan entre el amor y los mandatos, como siempre, como Tánatos y Eros, pero una vez más y distinto… en fin, la novela que en un click arrojó como una botella al mar y sin expectativa, regresaba.
La vida cosida, aún inédita y entre 166 obras participantes, había recibido una mención especial en el premio literario Casa de las Américas de La Habana. Se trata de uno de los más prestigiosos del continente, y Armando Tejada Gómez, David Viñas, Dalmiro Sáenz, Samanta Schweblin, Pablo Ramos, Rafael Spregelburd, Beatriz Sarlo y Miguel Bonasso fueron algunos argentinos que han sido reconocidos a lo largo de la extensa historia del galardón. Aún en el auto y por ir a su empleo actual, más orientado a la comunicación, atinó a reenviar la captura de pantalla a algunos amigos por Whatsapp y Telegram. En definitiva, la vida también pasa por ahí. Lo sacudía ver su nombre ahí, pero había algo más. Posiblemente volvió a pensar en los africanos y su idea del tiempo, algo que siempre lo obsesionó. Quizá hasta ese momento había estado deteniendo el tiempo o parte de él, con esa eternidad de mandatos que hay detrás. Quizá la mención, tan honorable como anecdótica, fuera el punto de partida para que el hilo de su propia historia arme una nueva trama. Quizá la vida -esa suma de retazos de lo que fuimos, somos y queremos ser- le esté diciendo algo. Aunque le cueste la palabra “escritor”. Aunque suela firmar como “empleado”. Mientras La vida cosida seguramente empiece a recorrer editoriales interesadas, Juan Pablo Morales Nario ya está pensando otra novela. Y es que uno es lo que a la larga no puede evitar hacer.
“¿Cuántas historias de amor actuales conocés que en el inicio no aparezca una red social? -introduce Morales sobre la novela de corta extensión-. Facebook, Twitter… Por eso, cuando yo pensaba esos dos personajes que se tenían que unir… y además de una forma muy absurda todo lo que ocurre, no imaginaba otra manera. Lo que pasa es que lo que yo quería contar es cuán profundo es el cambio que podés tener en el amor condicionado por las redes sociales. Me parece que la historia va de ciertos mandatos que te imponen y que te explotan la cabeza: en el amor, el arte, el trabajo y todo lo que querés hacer”.
Con un estilo claro, dotado de ideas generales que no entorpecen la acción, Morales sorprende tratándose de su primera novela. “Intenté no ser pretencioso. Leerlo de principio a fin y que tenga ese ritmo. Por lo tanto edité mucho. Tardo más en editar que en escribir. Infinitamente más. Para tres páginas puedo estar seis horas. Si yo escribiera a mano serían todos tachones”. Y confiesa: “Después convivís con tus personajes. Con Santiago y Lucía me pasó. Iba por la calle y si me pasaba algo pensaba: ¿cómo reaccionaría? Era como que cobraban vida propia”.
Además de las tecnologías y los mandatos, hay otro elemento omnipresente: la música. “En vida la música es casi mi primer consumo cultural. Hay música que me lleva a escribir cosas. De hecho cada capítulo de la novela menciona dos o tres canciones puestas a propósito. El Mató tiene una presencia… es casi un personaje más”.
“Siempre escribí un montón, pero en secreto -cuenta Morales-. Viste que a uno le cuesta sentir que está a la altura de algo que idealiza. Entonces siempre lo compartía acotadamente. Y lo que se compartía masivamente era el trabajo de periodista. Además te obliga: tenés deadline, tenés que terminar, publicás. Esa era mi faceta pública”. Ese desarrollo privado de la escritura lo llevó a preguntarse si era algo serio o un simple hobby: “Ese pánico lo he tenido siempre. Cuando trabajás de periodista te legitima que todos los días sale en el diario. Pero lo otro es una actividad hipersolitaria que alguien se tiene que tomar el trabajo de leerlo. Hace poco leí en una nota en la que Dárgelos, de Babasónicos, decía que uno de los actos más subversivos en estos tiempos es leer, porque iba en contra del sistema. En un momento frenás, no hacés nada y te entregás a la lectura”.
Mientras planea una nueva novela “sobre otras obsesiones, distintas”, Morales confía en que próximamente pueda publicar La vida cosida a través de alguna editorial. Volviendo a sus oficios, sale a colación un pasaje de la novela donde la protagonista compara bailar con estar y ser invisible a la vez. La pregunta es si escribir se trata un poco de eso, cuando quizá en el periodismo el que firma queda más expuesto. “No -responde taxativamente-. Eso está pensado en el deseo del personaje que tiene de pertenecer para no sentirse un bicho raro. Igual tengo una noción del periodismo que es al revés. Es verdad que uno firma. Pero el protagonista de tu nota siempre es otro. Nunca sos vos. Acá los protagonistas son tus personajes, pero son tu creación. Sos un poco vos”.