La Plata, la capital degradada que cobija a Aguer y otros demonios

Por Tomás Viviani*

Hace pocos días, La Nación publicó una nota de opinión de Luciano Román, director de la carrera de Periodismo de la Universidad Católica de La Plata, titulada “La Plata, la capital degradada que cobijó a Balcedo y al Pata Medina”. Su reflexión inquietante provocó algunas reflexiones que quisiera compartir.

Uno de los modos posibles de entender las ciudades es pensarlas como los territorios en los que se inscriben relaciones sociales. Pero las ciudades no son solo objeto de esas relaciones, también las producen. Entonces, son efectivamente territorios de disputas por la justicia social, la equidad, la igualdad de posiciones, los derechos de las mujeres, de los migrantes, de los trabajadores, de niños y niñas. Las relaciones sociales que se inscriben en las ciudades son las que dan forma al mundo, con sus virtudes y sus miserias, con un incontable cúmulo de contradicciones que imposibilitan reducir la historia a buenos y malos, a ángeles y demonios, y mucho menos a demonios y otros demonios.

La historia sin historia que nos pinta la derecha es la primera enemiga de la verdad. ¿Podría la familia Trusso haber defraudado a setenta mil ahorristas del Banco Credito Provincial de La Plata sin la complicidad del diario El Día? O, más aún, ¿cuánto tiempo guardó El Día la información que podría haber evitado que cientos de familias fueran estafadas y perdieran todos sus ahorros? ¿Y con qué autoridad pueden señalar desde la Universidad Católica de La Plata a los mentores de esta estafa cuando el fiador de Trusso –ya caído en desgracia– no fue otro que el todavía arzobispo local, Moseñor Aguer, actual Gran Canciller de la UCALP? El círculo se cierra: Aguer es columnista semanal de El Día, de la familia Kraiselburd, desde donde pontifica con su verba performada por el Opus Dei.

¿Estaría hoy entre nosotros el doctor René Favaloro si aquel interventor del PAMI de la Alianza, Horacio Rodríguez Larreta –hoy estrella del firmamento PRO–, hubiera leído su carta a tiempo y respondido a sus pedidos de ayuda, o pagado la deuda de 2 millones de pesos que Favaloro reclamó durante años? ¿Habrá sido su asesora, la actual gobernadora María Eugenia Vidal, quien sugiriera a Larreta no honrar la deuda que la fundación Favaloro había reclamado en siete cartas? ¿No son el neoliberalismo y la derecha los principales causantes de la muerte de Favaloro, médico insigne formado en la Universidad pública? Esa misma Universidad que, en los últimos años, creció en cantidad de alumnos, de carreras, de metros cuadrados, de investigadores. La que no titubeó en las inundaciones de abril de 2013 y se puso a la cabeza de la ayuda a los inundados, sin distinción de clases ni credos. La misma que ha tenido el privilegio de recibir a los hombres y mujeres que marcaron la historia de nuestro tiempo, a los presidentes que, elegidos por sus pueblos, gobernaron los países de nuestro continente. Ese claramente no puede ser uno de sus errores, que sí los hay. Uno de ellos puede ser la nefasta gestión de “Hoja de roble” en la Facultad de Medicina –que parece atravesar su ocaso– con una política de ingreso excluyente y elitista, y mil trampas para limitar el egreso de los estudiantes.

Si algo pervirtió al sueño urbano de Dardo Rocha fue el boom de la especulación inmobiliaria que hizo crecer la ciudad sin la previsión necesaria, y no con el horizonte puesto en garantizar derechos y calidad de vida a los vecinos, sino con el firme objetivo de enriquecer a los empresarios más poderosos, entre los que se destacan los del rubro inmobiliario, de la construcción y de los medios.

Asignar la responsabilidad de todas las miserias de la historia y de las contradicciones de la existencia humana a “fanatismos” de diferentes “extremos”, homologando cobardemente terrorismo de Estado con militancia política, no habla de otra cosa que de la estatura moral de quien promueve tal homología. Las ciudades tienen nombres propios, aquellos que configurarán la antología del llanto, pero también los que constituyen la historia viva de sus pueblos. En La Plata, esos nombres son los de Hebe de Bonafini, Estela de Carloto, Adelina de Alaye, y los de los compañeros de sus hijos, como Carlos Miguel y el Turco Achem, que dieron la vida por una Universidad libre, justa y soberana –idéntica al país que anhelaban–, o los de Hernán Roca y Santiago Sánchez Viamonte, que resignaron las comodidades de su clase para pelear por un mundo mejor.

Ningún pensamiento humanista –radical, peronista, anarquista, de derecha, de izquierda– puede hacer prevalecer un individual valor de la belleza y del orden las calles por sobre el derecho de tener un plato de comida sobre la mesa. Disfrazar la venta ambulante de “mafias” y “ciudad tomada” no es solo una afrenta a la verdad, sino una prueba del más frívolo desinterés por la condición humana.

Un buen periodismo, incluso uno de derecha, es el que intenta subvertir un orden dado, conmover, a partir de información, datos, y una mirada crítica y reflexiva de los procesos históricos. Una escritura que intenta forjar una historia conveniente aplanando los hechos, suprimiendo sus pliegues y contradicciones, con el solo fin de construir un collage sin la espesura de los hechos, y que cobardemente guarda nombres para proteger intereses y relaciones, no puede ser llamada periodismo, sino mera propaganda al servicio de intereses innombrables.


*Docente e investigador de la UNLP.

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