La amistad y la política

Por Manuel Protto Baglione

¿Por qué? Por dos cosas, en primer lugar porque esos sectores y esos actores mediáticos trabajan sin cesar para aislar a la vicepresidenta, para mostrarla ultra, marginal, polémica, desatada, peligrosa: indeseable, recostada en sus fanáticos, aislada del cariño popular y de la realidad. Pero además, y en un nivel más profundo, porque opera un imaginario en el cual la política no es compatible con la amistad. Veamos por qué.

Hay una mirada, que se pretende liberal pero actúa como corporativa y le calza perfecto a la derecha vernácula, que afirma que la política es un trabajo y que los amigos son las personas que elegimos en la vida, y los compañeros de trabajo son profesionales con quienes mantenemos relaciones formales y estandarizadas en función de las regulaciones naturales que la sociedad capitalista establece para el desempeño de «la política». Es decir, Horacio Rodríguez Larreta diciendo, hace un rato, que no es amigo de Macri ni de Alberto porque «amigos son los del colegio, en la política tengo compañeros de trabajo».

La segunda perspectiva es la de la «izquierda»: en la política no hay amigos porque uno hace política para defender los intereses de la clase a la que pertenece y eso no se elige. Es decir, en todo caso la amistad puede sobrevenir, pero nunca ser el fundamento de la articulación política.

Podríamos seguir anotando vertientes y matices ad eternum para demostrar la complejidad con que cierta hegemonía se resuelve exitosamente en la gestión de los sentidos comunes en torno a la amistad que resultan funcionales para el capitalismo neoliberal.

Sin embargo, tenemos inclusive libros de teoría que nos ayudan a pensar que la amistad en la política no solo es posible, sino deseable. Como paso previo, hay que dejar de pensar la amistad como un pacto segregador de lo otro, como un vínculo de identificación carente de conflicto, como un espacio de complicidad entre poderosos.

Después, solo hace falta reparar en el hecho de que las exclusiones, las tragedias y la mala suerte de nuestro pueblo son profundamente democráticas. En esa diversidad magmática han parido amistades inesperadas, porque la solidaridad que reclama la vida a las personas muchas veces tiende puentes impensados. Pienso por ejemplo en todas las diferentes mujeres, de distintas clases sociales, barrios, creencias, trabajos, que se hicieron amigas buscando a sus hijos y nietos durante la dictadura y en ese andar juntas dieron vida a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

La política y la amistad son compatibles, entonces, cuando son vividas como diálogo y encuentro entre la necesidad y el afecto, entre el goce y el reconocimiento de ser diferentes e iguales a la vez, e imprescindibles para construir una vida más digna y feliz para todos.

Cristina y Alberto se van a pelear, van a coincidir, van a perdonar cosas por las que nadie se disculpó, pero mientras compartan el mismo lado de la historia en que ambos se encontraron siempre, la amistad seguirá siendo, por lo menos, una posibilidad.


 

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