JUAN PEDRO DOLCE | Aguas calmas

Por Ramiro García Morete

«Ser libre en un cuaderno, un cuaderno para abrir y cruzar todas las puertas en un renglón, ganar el camino dulce del lápiz…» Quizá fue en el cuaderno con elástico que le regaló Keke o el otro de hojas blancas donde dibuja. Como fuere –y a pesar de haber intentado con la computadora– hay algo en el tacto que completa la experiencia. Como cuando toma la criolla de siete cuerdas, esa que lo ha acompañado en cada viaje solitario o con Castañas de Cajú. Pero a pesar del fructuoso camino con la banda que lo llevó a múltiples lugares, el dulce lápiz le indicó una senda pequeña pero luminosa para «mandarse». Menos temeraria que aquel aviso de Nips, algo que lo asustaba pero atraía también porque sonaba con música de Pink Floyd. Si bien en la casa de Saladillo había discos de Cat Stevens, Beatles o Sinatra, era el rinconcito del tío de Necochea donde la música lo había terminado de atrapar, no solo con los temas de Waters y Gilmour. Discos, piano y una guitarra. El instrumento que sobresale adrede entre sus composiciones donde sutilmente se incluyen otras sonoridades, ofician de pasaporte para viajar desde el vals hasta el candombe con la canción como norte. Fue Claudia, casi una tía, que al ver el interés que le despertaba en sus visitas casi diarias le dio clases. Y entonces, como tantos, «Zamba de mi esperanza» y luego crecer y armar bandas de rock (Dynamo y Morpheus) y dejar el pueblo para estudiar. Ingeniería en Sistemas en la UTN. Es que este muchacho de voz diáfana y tono reflexivo era también aficionado a las computadoras y las lecturas autodidactas. No es casual que hoy dicte clases en la catedra de Tecnologia de la carrera de Música Popular de Bellas Artes. Como tampoco fue, ya estudiando jazz con Julio Campos, que optara por la música. Con la misma certeza que hace dos años decidió hacer su propio disco. Y en su propio estudio, en su casa, mezclando, componiendo, arreglando y masterizando. Un álbum de tono reparador y sensible que Juan Pedro Dolce necesitaba expresar: Peces de tinta, Vol. I. El primero de varios trabajos que el talentoso músico seguramente ofrecerá más adelante. O como él mismo canta por ahí: «Nuestro pasado un trampolín, nuestro futuro ni un juramento, nuestro presente un regalo este intento de cantar celebrándose acá mismo, este mismo segundo…».

«El disco, de alguna manera, comenzó en un marco donde empecé a tener la necesidad de encauzar mis canciones –introduce Dolce–. Vengo de una experiencia grupal, hemos recorrido un montón, pero necesitaba armarme un espacio para canciones que a priori no entraban en Castañas. Empecé a tocar más solo, hace tres o cuatro años, a mandarme más, a viajar por la guitarra, cómodo, a mandarme».

La canción que da nombre al disco no fue anzuelo pero sí significativa del nuevo proceso: «Yo escribí un texto libre, sin intención de que sea canción. Era una y me gustó como unidad formal. Tenía un peso, me representaba y empecé a jugar con la improvisación. Sentía que había en ella algo más personal».

«Si bien me separo muchas veces de esa idea, siempre vuelvo al guitarrista. Soy eso, además de otras cosas. Cuando empecé a soñar el disco quería que la guitarra fuera protagonista. Nunca imaginé un disco de guitarra y voz, pero sí que cuando lo escuche sienta la guitarra como principal narradora del relato. Intenté a través de la exploración y el juego en estudio, probando nuevas formas, explorando en sonoridades y procedimientos». Si bien la criolla y las cuerdas de nylon tienen un rol central, la eléctrica Telecaster (ebow mediante, a veces) o la Taylor acústica colorean y conforman «un diálogo entre las tres guitarras».

Con un meticuloso audio donde las percusiones e instrumentaciones adicionales respetan el tono íntimo y minimalista, Dolce expresa: «A mí particularmente me gusta el laburo en estudio. Es un lugar en términos creativos que me da mucho goce. Me encanta como herramienta compositiva. Todo tiene una pata técnica, pero para mí es una instancia puramente creativa».

Emocionalmente expide cierta paz: «Es un poco eso. En este disco hubo una intención de encontrarme con esa dirección y energía. Que tiene que ver con mi forma de ser general. Mi forma y al mismo tiempo una quimera, una zanahoria, una manera de vivir, de pensar las cosas, a través de la calma. Y no entrar en la que propone la contemporaneidad, que me parece hostil. Y termina siendo una gente que provoca la pérdida del sentido». A pesar de ello, para nada es indemne a la coyuntura: «Fuertemente. En mi caso es una variable fundamental. En muchos aspectos. Desde lo creativo, porque de repente se vincula al estado de ánimo. Fue difícil estos años… en lo individual y social. Desde ahí hasta que obviamente las posibilidades del artista se debilitaron mucho en estos en todos los aspectos». Y destaca: «Quizá la reacción a ciertos aspectos que se cerraron fue mandarse más, salir más de la cosa ‘yoica’ y entender que es necesario. Estamos pensándonos más en red, verdaderamente creer que encontrarse es un fin en sí mismo y no una forma de llegar a otra cosa».

Por último cuenta que tiene algunas canciones influenciadas por este contexto. «En este disco era otra la emoción. Es difícil hacer convivir distintas estéticas en las líricas».

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