JUAN IRIO | Busca las fallas divinas, la melodía fatal

Por Ramiro García Morete

“Me hace bien no comer, me hace ver mejor… Me hace verme invisible y que no me veas” (“Respirador”). Los discos no se habían vuelto invisibles: los habían robado. Al regresar de la Costa Atlántica a la casa de Gonnet se vio obligado a salir a buscar su propia colección. Con la mensualidad o escasos ahorros que puede tener un niño compraba “música que no conocía”, en pleno auge del casete. Originales y cintas piratas. Sandro, Favio, un ignoto cantor de tango o los discos de comedia musical que su tía había abandonado o lo que fuera… no importaba más que esas melodías. Igual que cuando hoy Tony (su adorable hijo) hace que toca la guitarra y ese sencillo acto ya es música, había algo que lo abstraía y a la vez lo conectaba con un mundo que a veces pide cosas innecesarias. Como exponerse porque sí. Esa educación musical continuó ya con la guitarra pero siempre desde lo autodidacta porque –medio en broma, medio en serio– “era tan tímido que no podía ir a un profesor”. Cualquiera que veinte años atrás, cuando ese juego pasó a ser algo así como una carrera llena de discos, giras y cierto reconocimiento que pudo ser más, se daba cuenta que bien había aprendido. Su voz candorosa pero sólida, sus líricas elegantes y la herencia armónica del señor Wilson (que no casualmente lleva con tinta en su brazo) lo pondrían al frente de Plupart. Pero varias canciones, signadas por la ruptura y la desazón, eran demasiado para ser cantadas. Como cuando se mudó a un edificio del centro platense donde –como dice– siempre hay alguien arriba y alguien abajo, sentía que era demasiado visible. Puede que por ello que los maravillosos y cambiantes The Siniestros salían al ruedo en sus inicios como enmascarados o que tocó en plan solista no más de quince o veinte veces en igual cantidad de años. O quizá sea que no fueran máscaras para esconderse sino universos estéticos donde poder decir ese propio universo interior que le explota desde chico, cuando recuerda –también con una sonrisa tímida– que tuvo que asistir a terapia. Y es que antes y durante de El Estrellero (ese notable combo margado por la gran estrella de la poesía y el rock) estuvo y está loco. Por la música, esencialmente. Y el sonido de las palabras, si no es parte de lo mismo. Como Baladí, que suena a balada pero significa carente de importancia. Pero importa mucho, como todo lo que es invisible. Será por eso que finalmente se decidió a sacar estás canciones de tono preciosista, pero apenas arregladas por pianos, harmonios o guitarras. Que suenan ligeras pero no livianas. Que en verdad están llenas de corazón pero sin estridencias. Como decir “te amo”, algunas cosas verdaderas no se dicen a los gritos. Y así la verdad alcanza la belleza, puede que coincida él. Música, belleza, verdad y todo lo invisible, pero que está. Como él, que seguramente quisiera no ser nombrado al final de este párrafo y dejar que suene lo que tenga que sonar.

Tengo un cajón, un papel, una idea

“Esto empieza a madurar hace más o menos veinte años –cuenta Juan Irio, porque de él hablamos–. Son canciones que empecé a hacer y tocar para mí. Y que rara vez toqué en vivo. Porque sentía que hablaban mucho de mí. Quizá para el que las escucha no se advierte la diferencia con las que he tocado con bandas. Pero tienen un contenido más emocional. Y como rara vez he tocado de solista, por vergüenza y porque disfruto tocar más en banda, eran parte de eso que custodiaba en mi colección privada.”

Por eso en octubre pasado, cuando El Estrellero comenzó a grabar su tercer disco y nació Paco, su segundo hijo, Irio sintió que era “tiempo de tomarme un tiempo”. “Hace veinte años que no paro de grabar, de girar, de ensayar. A veces abruma. Pero esos seis meses que me propuse dedicarme a mí se me hicieron muy largos. Grababa una sola vez por semana, extrañaba los ensayos… Y sentí que era el momento.”

Concretamente, Baladí se trata de canciones propias del “contexto hogareño, alejadas de una banda” y menciona nombres como Nick Drake, Scott Walker o Harry Nilsson. “Más despojadas y sin embargo tienen arreglos preciosistas o rococó que disfruto mucho. Nunca lo había podido llevar a una banda.”

Lo bueno de ciertos referentes es que uno puede asimilar el tiempo sin perder el sentido estético ni correr desesperado a montar las nuevas olas. “Hay un disco de Frank Sinatra, Watertown, que es un Frank más maduro, casi luchando contra el rock que se comía todo. Y es un disco que disfruto mucho. Yo me encuentro maduro obviamente, con dos hijos, estoy dejando de tocar, tengo razones familiares que atender. Y es un disco que va manifiestamente a contramano.” Con tono suave pero consistente explica: “Me pasa que escucho por ahí temas nuevos de bandas o gente joven y talentosa. Nuevos talentos que de repente sacan un tema y que el sonido se sube a una ola completamente distinta a la esencia que tenían esos artistas. Y les pierdo el cariño. Porque suenan exactamente a como debe sonar esa canción”. Y confiesa: “Quería hacer un disco para tratar de sobrevivir ese sonido que tanto me gusta y cada vez se oye menos. Pensaba que dentro de mi discografía es mi gema. No para el oyente. Un disco al que voy a volver constantemente porque fui a donde quería ir y lo logré”.

Posiblemente he allí la maduración: “Yo creo que sí. Este disco fue planeado y ejecutado en un mes. Pero esas canciones que esperaron veinte años estaban esperando este momento. Todas juntas en ese contexto”. Y detalla: ‘Sin’ o ‘Respirador’ son de la época de Plupart. Cuando nos estábamos separando. Son canciones de ruptura. ‘Olvido’ es de hace diez años. Y ‘Baladí’ es la más nueva, la más optimista. Se aleja de la idea de ruptura y va hacia una idea de construcción de algo nuevo. Habla después del nacimiento de Antonio, que fue un cimbronazo y es para Caro [su compañera]”.

El disco fue coproducido por Juan Baro Latrubesse, con quien “siempre congeniamos y su mérito es enorme” y la mezcla de Lautaro Barceló, ambos compañeros de banda. “Por lo que es un disco muy El Estrellero.”

“Hoy toco en un lugar las canciones que antes eran de amor y hoy son mercancía que yo les doy a cambio de un aplauso”

Con una banda armada para su proyecto solista (tiene otro disco llamado El ideal de lo común), el inquieto músico planea no solo tocar estos temas sino grabar en junio o julio “un disco experimental y bailable”.

Irio reflexiona sobre el lugar de la música y cómo a veces se ve rodeado o afectado por cosas que distan de su esencia. “Lo entiendo más que nada cuando lo veo a Antonio tocar la guitarra. Y estar tocando para él o para mí. O haciendo que toca. Y no deja de ser música. Ese es el foco. El acto de comunión entre el ser humano y el cosmos. Brian Wilson habla de la voz de Dios. La música es lo más cercano a la palabra de Dios. No de la religión.”

“A veces uno ama lo que hace y se encuentra cautivo de lo que hace. Necesitás hacerlo no sólo económicamente. Y las canciones que uno compone de lo emocional terminan siendo mercancías… y de alguna manera gratifica.” Pero siempre se impone –o eso anhelamos– la belleza. “Creo que no es explicable. Es una sensación que queda en el cuerpo, que te atraviesa, que redefine la escala de valores que uno tiene. Le damos a veces importancia a cosas que tienen poca. A cosas sin importancia y poca. La belleza es aquello que impacta para poner las cosas en el orden que van.”


 

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