GUSTAVO SALA | Lo que no importa está acá

Por Ramiro García Morete

Hablará de la “tiranía del remate”. Cuestionará con criterio si es imprescindible en el humor. Tácitamente comprenderemos que el humor –sobre todo gráfico– va más allá de un efecto. Que no puede ceñirse a una fórmula. Que puede contener elegancia y oscuridad como en Peanuts (“la biblia”) o el absurdo del maestro Landrú, la profundidad de Robert Crumb o la bilis de un fanzine hecho con sangre. Que como suele ocurrir con el arte –aunque seguramente él se eximiría de esa categoría– se trata de más incomodidad que de certezas. La tiranía del dato duro, podríamos decir sobre el periodismo. Porque no es arte y es obligación mencionar que se trata de Gustavo Sala, que es marplatense aunque “no ejerce” porque nunca hizo surf ni tampoco ningún deporte, que no recuerda cuándo pasó de ser el que hacía las mejores láminas en la escuela hasta considerarse dibujante, que obviamente fue el chico retaído que leía Mafalda, Hijitus, Mortadelo y Filemón, que en algún momento armó su propio fanzine y empezó a viajar a Capital, que desde Página/12 ha incomodado a rockeros tanto como a comunidades que no comprendieron su humor a veces cáustico, que ha hecho radio y dado talleres, que posee una verborragia y repentización admirables y que en Wikipedia lo sintetiza mejor.

Y que a pesar de no considerarse a sí mismo como un gran dibujante, su trazo potente y nervioso, lleno de aliento y transpiración, sintético pero no minimalista, se entrelaza con textos ácidos y lúcidos que lo sitúan en la tradición de los verdaderos humoristas gráficos. En tiempos de memes o de “humor de autoyuda”, Gustavo Sala combina muñeca y voz irreverente con solidez y educación gráfica. O al menos suena como un buen remate. O podríamos rematar que el reciente Desgracias totales será presentado el 5 de abril en la Feria del Libro. O que prepara el número cinco de Bife Angosto o que está trabajando en un libro sobre humor porteño para Sudamericana. O que, al igual que en el verano, prepara para La Plata un taller en el mes de mayo en las aulas de Crumb (interesados, escribir a espaciocrumb@gmail.com).

“Dar un taller, de historieta, de humor o construir naves espaciales –introduce fiel a su estilo– tiene que ver con la falta de laburo de publicar o vender o del trabajo tradicional del que hace historietas. Una de las salidas es la ‘docencia’. Lo digo con comillas sobre todo pensando en mí. Porque no soy docente ni mucho menos. Me interesa armar grupos de laburo, generar un ámbito colectivo que escapa a lo habitual de la situación estática del dibujo solitario. Se generan debates. Y la verdad es que es una especie de show más que algo académico.”

A esos talleres asisten chicos con los que puede establecer un cierto reconocimiento. “Eso del dibujante antisocial e introvertido, el típico nerd, el flacucho que no coge hasta a los cuarenta, es un tópico. Pero en algunos casos es bastante verdad. Yo me considero tímido, introvertido. En infancia y adolescencia era complicada la cosa social, la cosa de la escuela. Nunca me interesó el deporte. Me daba lo mismo si ganaba la selección Argentina o la de Mongolia. La historieta te permite leerla y dibujarla sin necesitar a nadie más. Con un papel y una birome podés contar lo que quieras. Es muy accesible. No necesitás lo mínimo de tecnología.”

Esa timidez y distancia quizá sea en realidad otro modo de vincularse con el mundo basado en la observación, materia prima para el humor. “Hay varias definiciones. Hay quien dice que el humor es opinar, ofrecer una mirada de la cultura, de la vida, del poder. Uno sin darse cuenta desarrolla una mirada en el subte o donde sea, una manera de acumular información o data. Eso necesariamente aparece porque el humor sirve para descargar y hacer venganzas estúpidas que no sirven para nada… pero sí sacarse la mala leche de adentro. Con algo desagradable, hacer una viñeta.”

Con la proliferación de contenidos en las redes y cierto humorismo que cobra su punto álgido en los memes, Sala reflexiona sobre el rol de su oficio en la actualidad. “Creo que es un momento de confusión respecto a los consumos culturales en general. Cómo se leen libros, cómo se ven espectáculos, cómo se miran libros. Me parece que es un momento de permanente cambio.” Dentro de ese panorama, el dibujante reconoce “nuevas maneras, como la gente de Eameo, que labura con el meme o el fotomontaje. Sería humor gráfico, con fotos resignificadas. Aunque no hay dibujo. Respecto a los memes, lo que no hay es una cosa autoral. Se viralizan y no sabés de dónde surge. Hay mucho y por ende hay mucho bueno y mucho malo”.

Sala coincide en que ha aumentado la cantidad de viñetas o dibujantes donde el texto funciona independientemente del dibujo o una combinación entre ambos. “Creo que hay cada vez más una búsqueda de la identificación. Gente que quiere que le digan lo que piensa y reasegurarse en su pensamiento. Alguien que hace una chica con un gatito dibujado como el orto y dice ‘qué lindo que son los gatitos y el amor’: 40.000 compartidas. Hay una viñeta que son como eslóganes, como casi humor de autoayuda. Mucho de eso donde el dibujo prácticamente es irrelevante o la personalidad”. Y explica: “Para mí las mejores viñetas y artistas son los que saben integrar idea, dibujo, fondo, guión. Donde no hay una cosa que sobresalga”.

Tumor gráfico

¿Se puede hacer humor con todo? Sala no duda: “No es que no se puede, sino que se debe. Una de las maneras del humor es que estás haciendo visible algo. Si hacés con la violencia de género o machismo, lo estás haciendo evidente. Yo incluyo los temas más delicados, como los derechos humanos, holocaustos, pedofilia. Vos podés tener mayor o menor talento de mostrar desde dónde hablás y a quién estás criticando. Si hago un chiste de curas pedófilos, no lo haré para divertirme sino para mostrar lo siniestro de la Iglesia. Me parece una mala noticia cuando alguien del palo al que vos adherís se enoja o no entiende desde dónde hablás”.

“Creo que el humor absurdo es difícil hacerlo bien o que sea gracioso. El absurdo no es poner cualquier cosa en cualquier lado. Eso es la nada misma. Agarro un gordo que se mete en el culo de un elefante y encuentra una peluquería y adentro quiero que me haga el corte de Ricky Martin. Eso no es nada. Se trata de hacer algo con cosas disonantes y que sean graciosas y tengan personalidad.” Sala extiende: “Lo que tiene el humor es que puede ser una tiranía o condena aparente del remate. Sobre todo, en historieta esperás que venga el gol y te cagues de risa. En el absurdo no hay esa presión. A veces me divierte, otras me cansa. Me gusta ir por varios caminos. Lo que se me ocurra, no lo que quiero”.

Lo político no le es nada ajeno. “Me gusta pensar en el humor político en términos más atemporales. Hoy hago un chiste sobre un twitt de Larreta, dentro de dos años va a carecer de sentido. No si hago sobre cosas cíclicas del neoliberalismo o las leyes del hambre o la policía. El peligro a veces es beneficiar sin proponerte al que vos querés criticar. Con ‘Macri gato’ le hicieron un favor. El tipo lo termina capitalizando, porque el gato es un tipo simpático, muestra un lado tolerante. O los chistes con la peluca de Trump. Hacer un chiste con el pelo… me parece muy menor o tonto con las cosas pesadas que tiene. Si el tipo se divierte… es lamentable. Hacer un chiste diciendo que Bullrich es borracha me parece muy fácil. Le hacés un favor.”


 

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