Guerra psicológica

Por Carlos Barragán

Mientras el gobierno de Macri intenta que empiecen a rendir frutos sus medidas económicas, en otras palabras: que por fin ocurra el “shock de confianza” y aparezca la torta en forma de canilla libre de préstamos internacionales, sus socios esperan que se calce los guantes para derribar para siempre la legitimidad del gobierno anterior. Desde las usinas donde se reinventa todos los días la Argentina Normal insisten con exigirle a su representante en el Poder Ejecutivo que lance la cacería final sobre Cristina y “sus secuaces”. Esto es: Cristina y todo aquel que haya participado del gobierno y ejercido sus políticas. Pero parece que Macri no está muy convencido de emprender ese camino tan arriesgado, porque de estarlo ya vendría anunciando personalmente la proximidad de la temporada de caza. (El hombre siempre ha sido de publicitar sus logros futuros.)

Los mayores ideólogos de este gobierno no están entre los funcionarios de este gobierno, y por convicción y por sus costumbres históricas nunca sugieren, sino que imponen sus deseos extorsionando. mientras con una mano le indican a Macri lo que quieren que haga, con la otra le muestran con qué armas podrían empezar a debilitarlo más tarde o más temprano.

Desde que su representante asumió, La Nación y Clarín vuelven cada fin de semana sobre este punto y le ponen fecha: 1º de marzo, apertura de sesiones del Congreso. Sabemos que la idea del “nunca más” y “la Conadep” de la corrupción kirchnerista no son solamente sugerencias. Los mayores ideólogos de este gobierno no están entre los funcionarios de este gobierno, y por convicción y por sus costumbres históricas nunca sugieren, sino que imponen sus deseos extorsionando. Es por eso que mientras con una mano le indican a Macri lo que quieren que haga, con la otra le muestran con qué armas podrían empezar a debilitarlo más tarde o más temprano. Y ahí vemos que aparecen suavemente las dificultades del dólar, la inflación, las peleas internas, y hasta las torpezas en el Indec, los despidos, las negociaciones con los sindicatos, y demás. La derecha se lo exige mientras abiertamente se lamenta por el “poco peronismo” con que cuenta la alianza gobernante y deja entrever que mientras celebraron matrimonio con Macri sus deseos más ardientes siguen estando en los urtubeys del nuevo siglo. Pero Macri, hasta acá, parece entender que lo están empujando a una pelea agónica en la cual la supervivencia del kirchnerismo no es una opción. Y donde su propia supervivencia política no importa. Matar muriendo siempre es una buena alternativa para los generales que manipulan la contienda desde sus oficinas.

Mientras tanto, la guerra es psicológica. Lo sabemos quienes somos sometidos a todo tipo de escarnio público y vemos cómo el Poder Judicial actúa con una audacia que no conoce límites. Mantener en prisión a Milagro Sala, parlamentaria electa de un foro internacional, es una muestra cabal de esa irracionalidad y entusiasmo. El cambio del protocolo de seguridad que es sencillamente un permiso que el gobierno se otorga a sí mismo para reprimir de cualquier manera y a su manera, la compra preventiva de equipos ad-hoc, y la sola mención de la persona encargada de esta área conocida por sus escrúpulos inconsistentes y por su relación con agencias expertas en generar violencia para tener la excusa de una violencia mayor y generalizada, son elementos que alcanzan y sobran para que estemos alertados. La visita del presidente norteamericano como aval a estas políticas (igual, para eso no hacía falta que viniera), y en la fecha en que se cumplirán cuarenta años del golpe de Estado genocida con la afamada colaboración de organismos de su gran país. La doctrina Lopérfido que es sostenida por todo el oficialismo. El robo manifiesto de una banca en el consejo de la magistratura. La poca, a veces miserable, cohesión de los representantes del 49% del electorado en las cámaras legislativas. La capitulación de algunos gobernadores que conforman la oposición irresponsable. Y el prolijo y pertinaz desmantelamiento de la pobre estructura comunicacional que era capaz de denunciar los abusos y las artimañas de las fuerzas antipopulares y antinacionales describen una situación de enorme debilidad frente a los avances de la derecha. Pero esto es una guerra psicológica. Y si bien durante mucho tiempo estúpidamente nos negamos a creer que Macri tuviera algo en la cabeza, la guerra psicológica también le toca. Y creo que nuestras plazas y nuestra capacidad de movilización y compromiso son las únicas barreras que pueden evitar que se embarque en la aventura de refundar un país sin Cristina y sin nosotros. Las plazas son ahora el dique de contención que interroga a esas pulsiones delirantes. Y quien haya estado en alguna de ellas podrá decir si se trata –como algunos desprecian o se equivocan– de reuniones de rubiecitos progres que comen rúcula. En esas plazas podemos ver de todo, hay rúcula y choripán, y hay blancos, negros, zambos y mulatos también. A no dejarse comer el coco por los urtubeys que se piensan como únicos ganadores después de una contienda que ellos no van a pelear. Una empresa de demolición del kirchnerismo que sospecho que Macri tiene muchas dudas de presidir. Y que en caso contrario, si llegara a ceder ante las presiones de los que aspiran a llevar la revancha al punto de anular la letra maldita, nos deberá encontrar en las calles exigiendo nuestro derecho a existir. Esto es una guerra psicológica. Hoy el peor enemigo no es el gobierno sino nuestra ansiedad y esa tendencia a la dispersión que aparece cuando la ansiedad nos gana.


 

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